Aprovecho que hoy he tenido un buen día para subir un relato que he estado escribiendo en una particularmente aburrida clase de historia del arte. Los exámenes me están yendo todos bien, en especial el de filosofía de Descartes (¡¡¡en el que he sacado un 10!!!), pero todavía me quedan cinco exámenes más por hacer hasta el 28 de febrero, día en que acaba mi condena. Al menos, temporalmente XD. En fin, espero que disfrutéis el relato, ¡Un beso y buen fin de semana!
Sólo le quedaba una parada para
llegar por fin a su destino. Había sido un día especialmente tedioso, por poco
no se había quedado dormida en clase de historia del arte. Llevaba días sin
poder dormir bien, el estrés y los nervios la estaban devorando por dentro. La
selectividad estaba a la vuelta de la esquina, y, a pesar de que era una buena
estudiante, tenía mucho miedo de no cumplir con las expectativas de sus padres.
La mochila le pesaba un quintal.
Consideró la opción de dejarla en el suelo, pero después se lo pensó mejor. En
unos pocos minutos tendría que bajarse del metro y no valía la pena. Trató de
distraerse observando discretamente a los pasajeros que había a su alrededor.
Normalmente ni se fijaba en la gente que viajaba con ella todos los días, pero
aquella misma mañana se había quedado sin batería en el MP3, y no tenía otra
cosa mejor que hacer.
Se fijó en una anciana que había
sentada a su lado. Era muy menuda y delgaducha, con el cabello corto y rizado,
que en otro tiempo habría sido negro azabache, y que se había convertido ahora
en blanco como la nieve. Aquel cabello tenía en apariencia una textura tan suave
y agradable que tuvo aferrarse a su fuerza de voluntad para no extender la mano
y acariciarlo dulcemente, como si se tratara del objeto más delicado y valioso
del mundo. La anciana se percató del intenso escrutinio al que la estaba
sometiendo la joven, y le dedicó una franca sonrisa, que le arrancó un intenso
brillo a sus enigmáticos ojos chocolate. Ella le respondió con otra sonrisa aún
más deslumbrante. No sabía por qué, pero presentía que aquella mujer había sido
muy hermosa en su juventud.
En ese momento llegó a su parada.
Se despidió de la anciana con un leve gesto de la mano y se bajó del metro. El
andén estaba lleno hasta los topes, como correspondía a un viernes a las seis
de la tarde. Subió por las escaleras mecánicas para salir finalmente de la
estación. Por fin estaba fuera. Inspiró con fuerza el aire fresco de la calle.
Era como respirar la misma libertad. Todavía tenía que andar unos diez minutos
antes de llegar a su casa, pero lo peor del día había pasado ya.
De repente, oyó a su espalda el
suave quejido de un violín. Se dio la vuelta despacio, saboreando hasta la
última nota de aquella música tan cadenciosa. La hacía flotar. Sin embargo, lo
que más la impresionó fue ver al creador de aquella hipnótica música frente a
ella.
Era un hombre delgado y
larguirucho, de aproximadamente un metro ochenta, con el pelo castaño y liso,
que le llegaba hasta más allá de media espalda. Lo llevaba revuelto y sucio,
como si llevara años sin lavárselo ni peinárselo. Sus ojos, de un mareante
color gris pálido, irradiaban una profunda tristeza. Saltaba a la vista que ese
hombre tenía un enorme vacío en su alma.
— ¿Le gusta mi música, señorita? — le preguntó él, con una
tímida sonrisa.
No pudo evitar fijarse en sus labios. Porque a pesar de que
vestía con harapos, unos vaqueros azules desgastados y raídos y una camisa a
cuadros roja y negra, que en otro tiempo había tenido todos los botones, sus
labios eran la visión más pura e incitante que había contemplado en toda su
vida.
— Sí — replicó ella, devolviéndole la sonrisa —. Tiene
usted mucho talento.
No pudo evitar detener la vista en sus pies. Iba descalzo.
Pobrecillo. ¿Cómo se podía estar tan solo y desamparado en la vida? Pero
entonces reparó en su violín. ¿Cómo era posible que un hombre sin zapatos
pudiera permitirse un instrumento tan caro?
— ¿No tiene frío en los pies? — le preguntó preocupada. Al
momento de decirlo, se reprochó a sí misma el haberle formulado una pregunta
tan sumamente estúpida. Él apartó la mirada con vergüenza e hizo ademán de
marcharse.
Ella, siguiendo un impulso, lo tomó del brazo con
delicadeza, y le dijo con toda la dulzura y tranquilidad de que fue capaz:
— Espere. Perdóneme, por favor. Le ruego que no se vaya. Me
gustaría hablar un poco más con usted.
El mendigo se quedó mirándola sin comprender. Al parecer,
le parecía inconcebible que alguien como ella
quisiera hablar con alguien como él.
Sin embargo, debió ver algo en sus ojos que pareció aplacar, al menos en parte,
su desconfianza. No sin cierta inseguridad, la tomó de la mano con delicadeza,
como si fuera una reina, como si temiera mancharla con sus sucias manos. Ella
la apretó con fuerza, sin importarle que apenas conociera a ese hombre. Porque
sus ojos reflejaban la bondad y pureza de su alma torturada.
Comenzaron a pasear los dos juntos por la calle, cogidos de
las manos, hablando de sus inquietudes, de la vida. Como si se conocieran desde
siempre. Como si sus almas fueran las dos mitades de una sola. Ella se olvidó
por completo de que él no era más que un mendigo, y ella, nada más que una
joven e inexperta estudiante. Sin darse cuenta, ambos perdieron la noción del
tiempo.
— Nunca había conocido a nadie como tú — reconoció ella, al
tiempo que le apartaba dulcemente un mechón de pelo de la cara.
— Lo mismo podría decir yo de ti — replicó el joven, antes
de tomar su rostro entre sus manos y acariciarle dulcemente la mejilla, como
pidiéndole permiso para besarla. Ella asintió con decisión y él ya no lo dudó
más. Atrapó sus labios en un beso dulce y sosegado, como si estuviera
saboreando a conciencia un delicioso pastel de chocolate. Ella le echó los
brazos al cuello, atrayéndolo con fuerza hacia su cuerpo. Quería sentir hasta
la última partícula de su ser contra su piel.
Sentía las miradas de la gente, fijas en ellos,
observándolos con desaprobación. A ella le daba igual. Aquellas personas vivían
en un mundo de falsedad, donde sólo se valoraba el físico y las apariencias.
Obviaban la maldad o la ignorancia que podían esconderse debajo de un lujoso
vestido de Channel, y sin embargo, eran incapaces de apreciar la belleza y
candidez que irradiaba el alma de Ángel.
— Me gustaría volver a verte, Tess — susurró él contra su
oído, mientras le acariciaba el cuello dulcemente.
— Por supuesto, cariño. Espero que a partir de ahora
podamos vernos muy a menudo.
Un poco raro ¿no?
ResponderEliminarBesarle la primera vez que se ven, no se, es nuevo xD quizá no este acostumbrada a ese desparpajo xD
Pero me gusta, me gusta mucho =D
Un beso.
A mí también me ha parecido un poco raro, pero igualmente me ha gustado mucho tu manera de describirlo. :D
ResponderEliminara mí me gusta eso del amor a primera vista y lanzarte de cabeza el primer día :D
ResponderEliminarqué desparpajo ni qué desparpajo, muy bueno :)
me encanta el nombre tess!
muchas gracias por vuestros comentarios, chicas!! La verdad es que el relato iba un poco dirigido a lo que dice Su, el amor a primera vista, pero sobre todo, he intentado hacer una crítica a la falsedad del mundo, en el que la gente se rige por las apariencias. Aún así, me alegra que os haya gustado, un beso :)
ResponderEliminarese amor a primera vista me ha gustado :)
ResponderEliminary no olvides que me encanta tu forma de escribir!
Hola, como te prometí esta mañana que pasaría te dejo este comentario. Es algo totalmente nuevo, tu protagonista tiene un deje de misterio que atrae. Voy a seguir hechándole un vistazo a tu blog a ver que mas encuentro. Ya me tienes de seguidor
ResponderEliminarBueno pues yo creo, que ella hizo lo correcto. Miró en el interior de él, viendo que las apariencias engañan, en este caso, al contrario de lo normal, es preciosa la historia de verdad:)
ResponderEliminarLa chica pasa de la gente falsa, y se fija en quien debe, un chico que a pesar de su apariencia, es un Cielo!^^
Y quería decirte que felicidades por tu 10!^^
Y mucha suerte con los siguientes exámenes y que te sea leve hasta el 28 :$
En fin, esperaré a ver cuando publicas
Por cierto, sorry por haber comentado tan tarde T.T
Besoos!
3 puntos voy a hacer sobre esta historia :3
ResponderEliminar1. Me ha recordado al primer amor real de mi Amaury, el chico que es quien pone la BSO a muchos momentos de Yoshiki y Kusou... el de esa canción que canta a veces Kurou.
Él era mendigo. Amaury lo conoció y decidó ayudarlo porque pensó que cualquiera puede verse así. Llevaba un violín, era violinista, y es más se vio en esa situación por querer seguir tocando... y no doblegarse a la doble moral de sus padres.
Un hombre que casi le doblaba la edad (17 años tenía Amaury... en la actualidad en la novela 21 casi) y que vivía casi desauciado... cuando él empezaba a ser más que famoso en la ciudad con su banda de hard rock y metal.
2. Me ha recordado una frase especialmente a algo que suelo decir... esta sociedad es hipócrita, no sabe ver más allá y por lo tanto que se jodan.
3. Me ha gustado. Me ha recordado un poco a los cuentos de hadas. Esta vez no fue un sapo, sino un mendigo.
e_e y bueno es eso... ya.