Corría
a través del bosque lo más rápido que me permitían mis pies. Mi corazón latía
con fuerza contra mi pecho, apenas podía respirar. Sabía que pronto iba a
anochecer, por lo que tenía que darme prisa. Si no llegaba a la posada antes de
que el último rayo de sol tocara tierra, estaría muerta.
Oí
pasos a mi espalda, un fantasma sin duda. Hacía años que podía verlos, con
tanta claridad como si fueran seres humanos de carne y hueso. Decidí ignorarlo.
A diferencia de lo que la gente se empeña en creer, los fantasmas casi nunca
tienen nada interesante que contar.
—
Martina — susurró aquella voz fantasmagórica tras de mí —. Detente. Los
no-muertos no pueden tocarte.
“Idiota”,
pensé. “Los no-muertos se alimentan de sangre humana. Ninguna criatura viva
está a salvo de esas inmundas sanguijuelas”.
—
Martina — repitió aquella voz —. Por favor, detente.
Sin
embargo, yo seguí corriendo. Y pensé entonces en mi madre. ¿Qué iba a hacer
ella si yo moría? O peor aún, ¿qué iba a hacer si yo acababa convertida en una
de aquellas bestias inmorales? Me necesitaba. Y bien sabía yo que no podía
defraudarla.
Dieron
las siete en el reloj de la iglesia. El corazón me dio un vuelco. Me quedaban apenas
unos minutos para alcanzar mi destino, antes de que fuera demasiado tarde.
—
Muy buenas noches, señorita — oí que me saludaba una voz zalamera, unos metros
a mi derecha. Instintivamente, dirigí mi mirada en esa dirección y lo que vi me
dejó petrificada.
Un
hombre de estatura media, con el pelo largo y rizado hasta los hombros y la
piel tan blanca como la nieve me observaba fijamente. Sus ojos aguamarina
brillaban de lujuria, hambre y perversión. No había duda. Era un no-muerto.
—
Martina — volvió a llamarme el fantasma —, no tengas miedo. No puede hacerte
daño.
Sin
embargo, yo ya no era consciente de lo que me estaba diciendo aquella
aparición. El miedo me había dejado paralizada. Por eso, a pesar de que lo más
lógico y racional habría sido echar a correr y tratar de huir de aquel demonio,
mi cuerpo no era capaz de responder a las órdenes de mi cerebro.
Me
quedé quieta, esperando a que aquel malévolo ser llegara hasta mí, y me
arrancara la vida. Bien sabía yo que nada podría hacer contra él. Permanecí con
los ojos abiertos todo el tiempo, tratando inútilmente de calmar los acelerados
latidos de mi corazón. Había oído decir a mi hermano en diversas ocasiones,
cuando contaba historias sobre los no-muertos, que éstos eran especialmente
sensitivos, capaces de oler el terror de sus víctimas a cientos de metros de
distancia. Según se decía, aquel terror los excitaba. Los complacía. Y yo no
quería causarle ningún tipo de satisfacción a esa criatura maldita.
Cada
vez estaba más cerca de mí. A penas nos separaban dos pasos.
—
Martina, no tengas miedo — repitió aquella voz fantasmagórica.
Ya
lo tenía encima. Sin embargo, al contrario de lo que cabía esperar, en lugar de
tomarme y beberse mi sangre, al llegar a mi altura, siguió caminando hacia
delante, con la vista clavada al frente, atravesando mi cuerpo. Atravesando mi
cuerpo, sí, como si yo fuera una de aquellas almas en pena que se me aparecían
cada noche para atormentarme.
—
¿Pero qué…?
— Te
lo dije, Martina. Ése monstruo no podría tocarte — me recordó el fantasma, con
una tétrica sonrisa.
Me
di la vuelta en dirección al vampiro. ¿Era cierto que no podía hacerme daño?
¿Era cierto que ni siquiera podía verme? Así parecía. Sin embargo, él seguía
avanzando en la noche, con la vista clavada en el rostro de una joven
campesina, que allí sola, en mitad de aquel camino, parecía totalmente fuera de
lugar.
— No
tengas miedo, pequeña — le rogó el vampiro —. No pienso a hacerte ningún daño.
La
joven estaba tan quieta como yo había estado momentos antes, paralizada por el
terror. El vampiro, con suma delicadeza, la tomó entre sus brazos, y atrapó sus
labios entre los suyos en un beso voraz. La campesina gimió de placer, al
tiempo que se aferraba más a él. No sabía que aquel placer le iba a durar bien
poco.
Cuando
el vampiro estuvo ya cansado de aquel juego, despegó sus labios de los de la
mujer, y los dirigió a su garganta. Ella, previendo lo que estaba a punto de
hacer, trató de zafarse de él, pero el no-muerto la agarró por la cintura con
fuerza, atrayéndola más hacia él. La pobre muchacha ni siquiera tuvo tiempo de
gritar. El vampiro perforó su garganta, y bebió de ella, hasta dejarla seca,
sin derramar ni una sola gota.
Cuando
se hubo alimentado, arrojó el cadáver de la muchacha al otro lado del camino,
sin muchos miramientos. Se limpió una mancha de sangre que tenía en los labios
con la manga de su camisa y siguió su camino, risueño y saciado, como un gatito
hambriento que ha recibido merecidamente su tazón de leche.
Como
era de esperar, el alma de la campesina no tardó en reunirse con las nuestras. Se
encontraba perdida, desorientada. Nos miró fijamente, y no pudo evitar
preguntarnos quiénes éramos y cómo había llegado ella hasta allí. No recordaba
absolutamente nada sobre su muerte, y eso me hizo preguntarme cómo habría sido
la mía.
—
Quiero volver a mi casa — anunció, con una vocecilla asustada.
—
Ésta es tu casa ahora.
A estado genial, me a encantado es diferente a todo lo que sueles escribir =) me encanta =D
ResponderEliminarSi, es diferente, mola un montón ahora ella formara parte del ejército de almas errantes del bosque. Si, definitivamente, me gusta.
ResponderEliminarpero si es un relato corto quiere decir k no sigue¿? T^T
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