Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

viernes, 11 de febrero de 2011

Condena eterna

“No cometas el crimen sin no puedes cumplir la condena”. Aquellas palabras resonaban en mi mente como si se trataran del molesto repiqueteo de las campanas de una iglesia. ¿Dónde las había escuchado antes? No conseguía recordarlo. Sin embargo, llevaban semanas torturándome, haciendo tambalear mi hasta entonces inquebrantable firmeza.

Recostado sobre el sofá de mi casa, trataba inútilmente de calmar mis crispados nervios. A pesar de mis múltiples esfuerzos por tratar de olvidar la espantosa escena que había vivido aquella noche, tantos meses atrás, mi mente se negaba a borrar ese violento recuerdo. ¿Por qué? ¿Acaso era yo una especie de masoquista en potencia?

“No cometas el crimen si no puedes cumplir la condena”, repitió la voz de mi mente, dispuesta a cumplir su objetivo de no dejarme descansar tampoco esa noche. Apenas sí podía respirar. Tal vez, pensé, si abría un poco la ventana, el aire fresco de la noche consiguiera despejarme un poco. Sin embargo, los músculos de mi cuerpo estaban tan agarrotados, tan extenuados después de más de una semana sin descansar, que fui incapaz de moverme ni un centímetro del sofá.

Y entonces sucedió. Mi cerebro no se conformó con mostrarme las imágenes de la sangre manchando el suelo de linóleo blanco de la cocina, las vísceras del amante de mi esposa esparcidas por debajo de la mesa, o a nuestro pequeño gato blanco dándose un pequeño festín con el cuerpo putrefacto de Rebecca. No. Tuvo que mostrarme su rostro, su hermoso rostro de ángel, enmarcado por aquel largo y sedoso cabello negro que le llegaba a media espalda, y su hermosa y omnipresente sonrisa. Aquella bella y a la vez traicionera dama, la única a la que mi corazón había amado.

No pude evitar echarme a llorar. Aquella mujer me había robado el cuerpo y el alma. Yo se lo había dado todo, y ella me había pagado todo ese amor y sacrificio incondicionales acostándose con otro.

Me levanté del sofá de un salto, incapaz de aguantar aquella postura tan incómoda, a pesar de que mi cuerpo apenas podía tenerse en pie. A duras penas conseguí arrastrarme hasta la cocina y abrir la nevera. Saqué una botella con zumo de naranja y me llené un vaso hasta arriba. El zumo siempre había conseguido desestresarme, sin embargo, no fue así en esta ocasión. Aquel zumo no hizo sino acentuar mi exasperación, por lo que no pude evitar agarrar el vaso y estamparlo contra la pared de enfrente. Del impacto surgió una lluvia de pequeños cristalitos que se desparramaron por el suelo de la cocina, así como el zumo, que tiñó de naranja los azulejos blancos. Los mismos azulejos que, sólo unos meses atrás, se habían llenado de un vívido y macabro color rojizo.

¿Por qué no había vendido la casa? Definitivamente era masoquista. Debería haberme largado de aquel lugar en cuanto vi cumplida mi venganza. Y sin embargo, allí estaba yo. Y aquella venganza empezaba a parecerme de lo más inútil e irracional.

Salí de la cocina y volví al salón, pero no me tumbé de nuevo en el sofá. Salí al balcón y contemplé el oscuro cielo nocturno, como si no existiera en el mundo visión más hermosa que aquélla. Una visión que ni Rebecca ni su amante podrían volver a contemplar jamás.

Entré de nuevo en la casa y fui rumbo a mi despacho. Algunos años después de haberme casado con Rebecca decidí que no estaba de más tener un arma de fuego en casa, para poder defendernos en caso de que nos atacara un intruso. Nunca la había utilizado. Hasta ese momento. Abrí el segundo cajón de mi escritorio, donde guardaba la pistola, y la saqué, no sin cierta vacilación. Estaba temblando de pies a cabeza, pero siendo plenamente consciente de que aquélla era la única solución factible a mi penosa situación. La única que limpiaría mi conciencia.

Coloqué el arma sobre mi sien y no dudé ni un segundo en apretar en gatillo.

“No cometas el crimen si no puedes cumplir la condena”. Debería haber analizado aquella frase con más atención antes de haber asesinado a mi esposa y a su amante, pues la condena eterna era mucho más de lo que yo podía soportar.

8 comentarios:

  1. Me encantó :)
    Publica pronto niña!
    Besoos!

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  2. genial!!! me encanto como estuvo redactado!!! k pasada, muy muy sentimental! un saludo!!

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  3. Excelente relato, la forma en qe describes los pensamientos,los actos y los sentimientos. Sencillamente increible!
    Me gusto mucho =)

    Cuidate, Besos!

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  4. Hola! Mi nombre es Anto, o como otros me llaman, Dark Princcs.. Esta historia en verdad, es intrigante y al final, quedes estupefacta... En verdad megnifico, saber que Rebeca lo engaño y el luego la mato, a su amante... En verdad un magnifico relato...!!
    Te sigo claro, y espero tengas un hermoso finde semana querida..
    Cuidate, au revoir..

    Atte: DarkPrinccs

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  5. Muchas gracias, chicas por leer el relato!! Me alegra que os haya gustado :)

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  6. Muy buen relato, Athenea. Profundo y desgarrador. Aún así, te recomiendo que escribas sobre algo totalmente distinto, que no tenga nada que ver con lo que escribas habitualmente. Te lo digo para que hagas un pequeño cambio y para demostrar que eres capaz de escribir sobre cualquier otro tema. :)
    ¡Un beso! (K)

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  7. Gracias, Sun, la verdad es que tienes mucha razón. Tengo que variar un poco la temática de los relatos y las historias, pero es que no me suelo inspirar con otros temas. En los próximos relatos sí que voy a tratar de cambiar la temática. Gracias por tus consejos, me ayudan mucho :)

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  8. Fantástico. Este me ha gustado más que el primero. (Yo soy mucho de escribir sobre sangre y cosas así, soy un tío sanguinario). Felicidades.

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