(Gracias, Serela, por el título del relato^^).
Deambulaba por las oscuras calles de la ciudad con la
cabeza gacha, como si tuviera que soportar sobre sus hombros la pesada carga de
la vergüenza. El frío helado calaba hasta los huesos y la lluvia caía
incesantemente sobre la ciudad dormida, mas él proseguía impasible su camino,
aparentemente ajeno al desapacible tiempo.
Vestía unos pantalones negros, viejos y rasgados que antaño
habían sido dignos del vestidor de un conde. Su camisa, en otros tiempos blanca
como el armiño, se encontraba manchada ahora con el alcohol que desde hacía
semanas había estado ingiriendo con desenfreno. Los rizos de su larga cabellera
azabache le caían en cascada por la espalda, despeinados y sucios, como si
llevara años sin ir hacerle una visita al barbero. Iba descalzo, y su única
posesión era la botella de whisky barato que llevaba en la mano, y cuyo
contenido muy pronto se acabaría.
Cualquiera que se hubiese cruzado con él en
aquellos momentos no habría dudado en tildarlo de pordiosero. Pero lo cierto es
que aquel joven había nadado en la abundancia tan sólo unos meses atrás, para verse
después abocado a la más absoluta de las miserias.
Todo había comenzado con el fallecimiento de
su madre. Nunca se había llevado demasiado bien con ella, pues ésta jamás
aceptó que su hijo fuera un artista, un espíritu libre, y mucho menos que
quisiera “desperdiciar” su vida dedicándose a tocar el violín. No obstante, era
su madre, la persona a la que más había amado en el mundo, y la muerte de ésta había
partido en dos su bohemio corazón.
Las primeras dos semanas después de su muerte,
se negó en rotundo a salir de sus aposentos. Pasaba las horas echado en su
cama, contemplando el vacío, sumido en una reflexión constante y tortuosa. No
hablaba con nadie, no bebía, no probaba bocado. Incluso dejó de tocar el
violín. Estaba muerto en vida.
Y fue precisamente ese estado catatónico en el
que se había sumergido la causa de que no viera venir el peligro, hasta que ya
fue demasiado tarde. La hermana de su madre, Rosamund, se había convertido en
la prometida de su padre e iban a casarse en cuestión de semanas. Aquella
noticia fue suficiente para hacer despertar a Aidan del estado indolente en el
que se hallaba atrapado. Fue entonces cuando lo vio todo claro: ellos la habían
asesinado. Su padre la había estado engañando durante años con Rosamund y se la
había quitado de en medio cuando ya no pudo soportarla más.
Desde el primer momento, Aidan trató por todos
los medios de evitar ese matrimonio. Trató de convencer a su padre de que
aquella mujerzuela sólo estaba interesada en su dinero. Pero su padre se había
vuelto ciego y sordo ante sus súplicas. No quería atender a razones.
— ¡Eres un imbécil, padre! — le había reprochado
en cierta ocasión — Madre te quería, ¡habría dado su vida por ti! ¡Y tú se lo
agradeces traicionándola con esa zorra! ¡Arrancándole la vida para
poder casarte con una vulgar ramera!
Tuvo que marcharse de aquella casa, allí ya no
era bien recibido. Su padre lo desheredó y le prohibió que volviera a hablarle
en lo que le restaba de vida. Ni siquiera le dejó llevarse su preciado violín.
Se vio obligado a vivir en la calle. Estaba
tan abatido, tan hundido y deprimido, que no tardó en recurrir a la bebida para
ahogar sus penas. Todos sus amigos le
habían dado de lado en cuanto su padre lo echó de casa. Nadie se compadeció de
su situación, a pesar de que cualquiera de ellos podría verse abocado a ella el
día menos pensado.
En los escasos momentos en que se hallaba lo
suficientemente sobrio como para conservar una pizca de lucidez, se le venía a la cabeza una de
las grandes tragedias de Shakespeare: Hamlet.
Cuán arrogante y desalmado le había parecido aquel príncipe danés la primera
vez que leyó la obra. Y cuán noble, valiente y justo le consideraba ahora.
Había tratado de vengar el nombre de su padre, mientras que él había sido
incapaz de hacer lo propio con el de su madre.
Y aquella fría noche de invierno, cuando
encontraron su cadáver ahogado en un enorme charco de sangre carmesí, cuentan
que, junto a la botella de whisky rota que lo había matado, se encontraba un viejo
ejemplar de una de las obras más importantes de la literatura inglesa. Y como único consuelo de su cobardía le quedaba saber que,
a diferencia del príncipe danés, él podría encontrar la salvación en la otra
vida, pues no había cometido el crimen de ponerse a la altura de su padre.
:O
ResponderEliminarMe encantó el relato, es muy diferente y me ha enganchado a leerlo 3 veces jaja xD
En fin, en cuanto a un título, la verdad no se me ocurre ninguno muy adecuado, así que no soy la más adecuada a decírtelo:P
Besos:)
Adoro el relato!
ResponderEliminarHa sido perfecto y me he quedado con ganas de más :)
También me ha gustado porque es distinto a lo que sueles escribir (que también me encanta) :)
Un beso!
Vida vacía...
ResponderEliminar¿Tiene sentido no?
Lo pierde todo, a su madre, a su padre, a sus amigos y su herencia..
Tiene una vida completamente vacía y muere vacío, sin nada ni nadie que le apoye..
¿Qué te parece?
Un beso, me a encantado.
hola!! gracias por vuestros comentarios ^^ si, la verdad es que ete relato es muy diferente a lo que escribo normalmente, pero me inspiré en la obra de "Hamlet". De algo tiene que servir la asignatura de literatura universal, no? XDDD En cuanto al título, me gusta el que ha dicho Serela, es bastante lógico. Le voy a poner ese ^^
ResponderEliminar¡Hola! A mí también me ha gustado mucho precisamente por lo que ha dicho Hayley: porque es distinto a lo que sueles escribir, (aunque ya sabes que tus hostorias me chiflan) :) Espero que continúes escribiendo así. :D
ResponderEliminarMuy buen relato lástima de chaval debería haberse enfrentado de una manera más abierta por ejemplo haciendo la vida imposible a su madrastra, eso le habría relajado muchísimo.
ResponderEliminarHaré varias puntualizaciones en mi comentario:
ResponderEliminarMe ha recordado muchísimo a un personaje mío, digamos la tragedia que le ensombreció. No es de esta novela que llevo, sino de cinco novelas atrás. No sé si la subí a mi blog, o no, era un chico bien que terminó arrastrado a la calle. Los motivos sí fueron distintos, aunque también era músico y la música le hizo caer en ese abismo.
Segundo me ha recordado esa pasión del violín a Nicolas. El darlo todo por un momento a solas con el instrumento... una locura enfermiza que se llama amor al arte.
Tercero... ¿qué puedo decir sobre la referencia a esa genial obra? Amo Hamlet ¿y quién no puede amar ese clásico? creo que es uno de los más importantes.
Cuarto... en otros países, como Japón, ven el suicidio como un acto de purificación y de honor. En nuestra sociedad se ve de cobardes, pero ellos piensan que si no vales lo mejor es que tú pongas el alto.
Me gustó muchísimo el relato, breve pero intenso.