Bueno, chic@s, hoy he decidido traeros el relato con el que gané el concurso literario de mi instituto. Se titula "Hastío mortal", y como podréis adivinar, es un relato triste, pero al mismo tiempo intrigante, en el sentido de que no sabemos quién es la protagonista hasta el final de la historia. Espero que os guste y comentéis. ¡Un beso!
Pdta. Pronto subiré la que será la última parte de "Perfume exótico". Perdonad la tardanza pero últimamente ando muy liada con las clases de francés.
Todavía le quedaba un último
trabajo aquella noche antes de poder retirarse de nuevo a su morada. ¡Qué
ironía! Cuando todo el mundo estaba disfrutando de sus vacaciones, a ella le
tocaba sacrificarse por los demás. Pero ¿qué más daba ya?, ¿serviría de algo
lamentarse? Las raras veces en las que había tratado de rebelarse contra su
destino, siempre había obtenido el mismo resultado: no podía cambiar lo que
era. La libertad para ella estaba vedada.
¡Si al menos tuviera un hogar al
que volver cada día después del trabajo! Pero su familia la había abandonado
por completo, asqueados por el oficio que se veía obligada a desempeñar. ¡Como
si ella tuviera la culpa! ¡Como si estuviera en sus manos el poder de cambiar
su situación! Precisamente cuando habían sido ellos los causantes de su
desgracia. ¡Malditos fueran todos ellos, una y mil veces!
Una solitaria lágrima se deslizó
por su rostro, a pesar de sus imperiosos intentos por reprimirla. Porque por
mucho que se empeñara en negarlo, el rechazo de su familia ardía en el fondo de
su alma con el ímpetu de una hoguera furiosa. La carcomía y la quemaba por
dentro, sin poder hacer nada para apaciguarlo.
Apretó los labios con fuerza,
refrenando el llanto que pugnaba por abrirse paso en la boca de su garganta, y
al fin consiguió recomponerse. Debía dejar su sufrimiento a un lado y cumplir
con su trabajo. Había personas en el mundo que la necesitaban, que dependían de
ella para hallar la paz. Aquella convicción de que era útil y necesaria, y no
malvada como muchos se habían empeñado en describirla a lo largo de la
historia, le dio las fuerzas que necesitaba para entrar en la clínica aquella
noche, sin ser vista.
Los pasillos del centro estaban
prácticamente desiertos a aquellas horas de la noche. Nunca le habían gustado
aquellas instituciones repletas de enfermos demacrados, frágiles y decadentes.
Aquella pobre gente le recordaba de forma dolorosa y desagradable cuál era
exactamente su oficio.
Subió las escaleras que conducían
a la segunda planta, donde se encontraba el ala de enfermos terminales. Todas
las puertas de las habitaciones estaban cerradas a cal y canto y el penetrante
olor a medicinas flotaba en el ambiente, mezclándose con el aroma dulzón del
perfume de alguna enfermera. Lo único que rompía el tenso silencio que colmaba
el lugar era el martilleante sonido de sus tacones al golpear contra el suelo.
Estaba muy cerca ya, lo
presentía. Podía sentir el frenético latido de su corazón contra su pecho
enfermo, a pesar de que su “cliente” se hallaba a varios metros de distancia, y
de que una pesada puerta de acero los separaba. ¡Pobre incauto! Si supiera que
aquellas precauciones iban a servirle de bien poco…
La puerta nueve. Allí se
encontraba, no cabía duda. Cerró los ojos, inspirando con fuerza, llenando por
completo sus pulmones con el putrefacto olor de aquel condenado lugar. Agarró
con decisión el picaporte de la puerta, lo giró hacia la derecha y empujó con
fuerza, para después deslizarse en el interior de la habitación. Había dos
hombres allí y ambos se hallaban en el último estadio de sus vidas. Sin
embargo, sólo uno de ellos habría de morir aquella noche.
Se acercó a su cama con pasos
lentos y calculados. Era ya un hombre mayor, según pudo comprobar, de unos
setenta años, alto y algo escuálido, aunque no siempre había sido así: la
enfermedad había deteriorado su cuerpo de forma considerable. Dormía
plácidamente, como un bendito, pero era necesario que despertara. Le puso su
fría mano sobre la frente y lo llamó dulcemente por su nombre:
— Luis, es la hora.
El anciano despertó de golpe,
clavando sus azules pupilas en el rostro de aquella hermosa aparición.
— No me he despedido de mis
hijos…
Ella alzó en alto su mano
derecha, y le dedicó una mirada letal, implacable, que no admitía réplica.
— Las moiras así lo han
decretado.
El anciano asintió con la cabeza,
antes de darle su mano a la mujer. Ella esbozó una dulce sonrisa antes de
cerrar los ojos con fuerza. Una descarga eléctrica surgió de sus dedos,
recorriendo el cuerpo de aquel hombre moribundo. Su alma salió entonces de su
cuerpo, introduciéndose en el de ella, que alzó los brazos por encima de su
cabeza, como si estuviera saboreando el momento. El cuerpo del anciano quedó
entonces inerte sobre su camastro.
La sombría dama respiró hondo al
tiempo que se dibujaba en su rostro una sonrisa satisfecha, aunque ésta no
tardó en desvanecerse de su rostro cuando un agónico quejido desgarró la
quietud de la noche. El hombre de la cama de al lado estaba sufriendo un paro
cardíaco. Maldijo en voz baja. Ya no le daría tiempo a ir a la cafetería de al
lado y tomarse un buen chocolate caliente. Pero ¿qué le iba a hacer? Ella no
podía permitirse el lujo de tomarse un descanso. La muerte no descansa nunca.
Guao, ¡Qué relato! Con razón ganaste niña! :)
ResponderEliminarMe ha dejado una extraña sensación el final del relato.
Espero pronto esa última parte de Perfume Exótico!
Pero sin prisa, tú cuando puedas:)
Besos!
PD: Acabo de ver lo del ranking de comentaristas! Estoy la primera! xDD Qué ilusión me ha hecho xD
Me encanta!
ResponderEliminarMuy buen relato ahora que acabo de leer y reseñar Las Intermitencias de la Muerte. Magistral diría yo haciendo que la misma muerte no está a gusto con lo que hace.
ResponderEliminar