Guten Tag, mes amis! Después de un mes sin subir nothing a este blog, hoy os traigo un relatillo recién sacado del horno. Además, me gustaría hablaros de algunas cosas referentes a las historias de este blog. Bien, tengo que decir que, a diferencia de lo que me había parecido en un primer momento, la universidad me está quitando bastante tiempo y (sobre todo) sueño e inspiración. Asimismo (sí, ahora según la RAE este conector se escribe así), las clases de teoría de la literatura están consiguiendo que me dé cuenta de que algunas de las historias (en especial las que subí cuando empecé con el blog) son una bazofia. Bueno, ya lo sabía antes de tener clases de teoría de la literatura, pero es que ahora se ha hecho a demasiado obvio que necesito desautomatizarme. Esto, traducido al español viene a significar que voy a borrar del blog la historia de "Sirviendo al diablo", porque es que hace ya tantísimo tiempo que no escribo nada de ella que ya no sé ni como seguir. Se me ha acabado la inspiración y no puedo seguir escribiendo algo que ya no me llena, por obligación. En cuanto a "The Path" y "You're all I've ever needed" las voy a acabar, porque tengo ya el esquema de las dos hecho y me gustan demasiado como para dejarlas inacabadas. De la primera me quedan 3 capítulos en los que ya estoy trabajando y de la 2 me quedan sólo dos partes. Cuando las acabe, me centraré en FFR y aquí subiré relatos cortos, hasta que tenga alguna buena historia que subir. En fin, he borrado de este blog al menos tres historias ya, pero la inspiración viene y va, it's not my fault. En fin, no me enrollo más. Espero que disfrutéis del relato, ¡un beso! Att. Athenea.
Creo que esta canción refleja a la perfección la situación del personaje del relato y de otros muchos en su misma situación. En mi opinión, la letra es bastante reveladora. (Mr. Brownstone, Guns N' Roses).
La multitud gritaba enfebrecida,
rogando por una última canción. Aquél era el último concierto que íbamos a dar
en la ciudad ese año, por lo que decidimos ceder ante las exigencias de nuestro
público y deleitarlo con uno de sus temas favoritos.
Llevábamos muchas horas sin
dormir y demasiado alcohol en la sangre. El cansancio era una pesada losa que
pendía sobre nosotros, menguando en parte la felicidad que sentíamos. La noche anterior
había sido demencial. No recordaba con cuántas mujeres me había acostado, ni a
qué hora había conseguido conciliar el sueño. Aunque de algo podía estar
seguro: no había consumido ninguna droga ilegal. Nunca más lo haría.
— Muy bien, Detroit,
vamos con “The Evil is going on”.
El poderoso riff de Ricky no se hizo esperar, y en cuestión
de segundos estalló con fuerza en el enorme estadio. La batería y el bajo le
siguieron poco después y yo era
consciente de que pronto llegaría mi turno. Todo marchaba según lo
previsto en los ensayos y, sin embargo, algo no iba bien.
Un extraño cosquilleo comenzó a recorrer mi columna
vertebral. Me di la vuelta hacia donde se encontraba Shawn, el batería, pero
tanto él como el resto de la banda seguían tocando con normalidad, por lo que decidí
obviar aquella pequeña paranoia y continuar con el show.
La multitud coreaba la canción con nosotros. Nunca había
visto a un público tan entregado como aquél, ni siquiera en nuestra ciudad
natal... Y de nuevo volví a sentir aquella extraña sensación recorriendo mi
cuerpo. Esta vez, por más que traté de ignorarla, no fui capaz. Aquel hormigueo
se estaba haciendo cada vez más intenso, hasta convertirse en un insoportable
picor.
El bajista me miró un par de veces con preocupación. Yo negué
con la cabeza, fingiendo que me encontraba perfectamente para que pudiéramos
acabar la canción. Suspiré aliviado cuando por fin pudimos retirarnos al backstage.
— ¡Ha sido increíble! — comenzó a decir Shawn — La mejor
noche de mi vida.
— Ya te digo — contestó Ricky —. ¿Has visto lo buena que
estaba la rubia esa? Te juro que si no tuviera novia, me la tiraba.
— Como si eso te hubiese detenido alguna vez — intervino de
repente Jeff, nuestro bajista.
Los tres estallaron en carcajadas tras ese comentario, sin
embargo, para perplejidad de todos, yo permanecí en silencio.
— ¡Ey, colega! ¿Te ocurre algo? Estás muy callado.
— Me encuentro un poco mareado. Creo que voy a ir al baño.
Me encerré con pestillo en el diminuto cubículo que nuestro
agente se atrevía a denominar “baño”, por el simple hecho de que había una pila
y un wáter. Me miré en el grasiento y rayado espejo para descubrir que mi
aspecto era aún peor de lo que yo imaginaba. Tenía los ojos inyectados en
sangre, resultado de no haber pegado ojo en toda la noche. Mi tez, ya de por sí
muy pálida y enfermiza, parecía más propia de un fantasma, y mi pelo estaba
totalmente empapado en sudor.
Quería lavarme como era debido, pero en aquel cuchitril no
había ni siquiera una triste ducha. Maldije en voz baja, un segundo antes de
que aquel extraño hormigueo regresara a mí con fuerzas renovadas.
— ¡¿Qué coño me pasa?!
— Necesitas relajarte un poco, Brent — me advirtió una
fantasmagórica voz a mi espalda.
Di un respingo por el susto. Creía que estaba solo en el
baño. El hormigueo aumentó su intensidad de forma considerable, como si una
parte de mí deseara fervientemente escapar de mi cuerpo.
— Sabes lo que necesitas — insistió aquella espeluznante
voz —. Tómalo…
— ¡¿Quién eres tú?! — grité desesperado.
— … ¡No te reprimas!
— ¡Déjate de juegos y muéstrate, maldita sea!
— Estás acabado, Brent, lo sabes bien. Tu mujer te
desprecia, tus hijos no quieren saber nada de ti. Esto es lo único que te hace
sentir bien…
— ¡Déjame en paz, maldita zorra!
Una carcajada estridente y espectral inundó mi mente,
desgarrando mis oídos, haciéndolo añicos cual pedazo de cristal. Fue entonces
cuando me di cuenta de lo que pasaba: las alucinaciones habían vuelto con
fuerzas renovadas.
— No volveré a hacerlo — susurré, sin demasiada convicción.
— Muchacho, no me hagas reír. A mí no puedes engañarme.
Estoy dentro de tu mente, conozco todos tus movimientos… ¿Por qué si no guardas
todavía una jeringuilla en el fondo de tu maleta? ¿Y qué me dices de los ocho
gramos de cocaína que escondes en uno de los bolsillos interiores?...
— ¡Cállate, maldita sea! — grité desesperado, cayendo al
suelo de rodillas. Me llevé las manos a la cabeza, al tiempo que mis ojos
comenzaban a llenarse de lágrimas.
— La verdad duele, ¿verdad? Pero a veces es necesario
aceptarla, para poder ser uno mismo, para no vivir una mentira — su voz sonaba
ahora más calmada, más tierna —. Sólo hay una manera de hacerte sentir bien, de
ser quien realmente eres.
— No puedo hacerlo… — gimoteé, acurrucándome en el suelo de
aquel cuchitril inmundo. Sólo quería volver a casa y que Sally me tomara de
nuevo entre sus brazos, prometiéndome que todo iba a salir bien. Sólo quería
que aquella maldita pesadilla se terminara…
… Pero Sally no me esperaría en casa nunca más. Había
encontrado un hombre bueno y honesto, con un trabajo digno y no del todo mal
pagado, que sería un auténtico padre para nuestros hijos. Sí, un verdadero
padre y marido, que no le pegaría a su mujer ni le rompería una botella de
vodka en la cabeza cuando estuviera drogado.
Las lágrimas caían cada vez con más fuerza de mis ojos.
Estaba empezando a tener problemas para respirar y mi cuerpo se estaba
sacudiendo en insoportables temblores. Faltaba poco para que una película de
sudor frío invadiera mi frente y mi corazón comenzara a latir desbocado contra
mi pecho. Sólo podía hacer una cosa para calmar ese ataque de histeria y lo
sabía. La voz de mi mente estalló en una sonora carcajada triunfal.
Traté de ponerme en pie en al menos tres ocasiones, pero el
cuerpo me temblaba de tal modo que no tuve más opción que arrastrarme hasta la
puerta. Cuando entré de nuevo en el camerino, no había ni rastro de los chicos.
Seguramente se habrían ido a tomar algo con las groupies de primera fila, que le habían estado haciendo señas
obscenas a Jeff desde casi el principio del concierto. Nunca entendí cómo
podían existir jovencitas con tan poca personalidad como aquéllas, cuya única
meta en la vida era tirarse a algún guitarrista melenudo y famoso. Claro que a
mí, un exdrogadicto que iba a volver a hundirse en la mierda después de haber
permanecido sobrio durante más de medio año, tampoco se me podía calificar como
el modelo de conducta que los jóvenes estadounidenses debían seguir.
Después de dar algunos trompicones, finalmente llegué a mi
dichosa maleta, que descansaba en el suelo, junto a uno de los pares de botas
de cuero de Ricky. Estaba abierta, y en ella se podía apreciar la mezcla entre
la ropa limpia y sucia, que formaba una extraña y maloliente masa de tejidos de
cuero y tela vaquera.
Rebusqué desesperadamente la bolsita de cocaína en el lugar
donde la voz me había indicado que se encontraba. Ni siquiera recordaba haberla
puesto allí, pero lo importante ahora era que me ayudaría a evadirme y
olvidarme de todo.
Finalmente la encontré, escondida entre mi pasaporte y caja
de valerianas en pastilla. “Sólo una última vez”, me decía. “Después dejaré
esta mierda para siempre. Seré el padre que mis hijos merecen tener”. Pero en
cuanto aquellos “polvos mágicos” se introdujeron en mi cuerpo en la primera
aspiración, supe que no habría vuelta atrás. Estaba atrapado de nuevo.
La fantasmagórica carcajada a punto estuvo de perforarme el
tímpano pues, aunque yo sabía que aquello no era más que un producto de mi
mente enfermiza, sonaba demasiado real. Un chirrido terriblemente ensordecedor.
— ¡Eres un maldito inútil! — no cesaba de gritarme aquella
voz, sin dejar de reír. Una risa oscura y macabra que helaba la sangre en las
venas — Nunca serás libre. Nunca podrás escapar de mí.
Es algo vibrante e intenso lo que has escrito aquí mon ami. La auténtica voz de la adicción, la voz que se escucha cuando uno está al límite viendo como la droga lo reclama una y otra vez.
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