Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

martes, 25 de octubre de 2011

Poison

Guten Tag, mes amis! Después de un mes sin subir nothing a este blog, hoy os traigo un relatillo recién sacado del horno. Además, me gustaría hablaros de algunas cosas referentes a las historias de este blog. Bien, tengo que decir que, a diferencia de lo que me había parecido en un primer momento, la universidad me está quitando bastante tiempo y (sobre todo) sueño e inspiración. Asimismo (sí, ahora según la RAE este conector se escribe así), las clases de teoría de la literatura están consiguiendo que me dé cuenta de que algunas de las historias (en especial las que subí cuando empecé con el blog) son una bazofia. Bueno, ya lo sabía antes de tener clases de teoría de la literatura, pero es que ahora se ha hecho a demasiado obvio que necesito desautomatizarme. Esto, traducido al español viene a significar que voy a borrar del blog la historia de "Sirviendo al diablo", porque es que hace ya tantísimo tiempo que no escribo nada de ella que ya no sé ni como seguir. Se me ha acabado la inspiración y no puedo seguir escribiendo algo que ya no me llena, por obligación. En cuanto a "The Path" y "You're all I've ever needed" las voy a acabar, porque tengo ya el esquema de las dos hecho y me gustan demasiado como para dejarlas inacabadas. De la primera me quedan 3 capítulos en los que ya estoy trabajando y de la 2 me quedan sólo dos partes. Cuando las acabe, me centraré en FFR y aquí subiré relatos cortos, hasta que tenga alguna buena historia que subir. En fin, he borrado de este blog al menos tres historias ya, pero la inspiración viene y va, it's not my fault. En fin, no me enrollo más. Espero que disfrutéis del relato, ¡un beso! Att. Athenea.



Creo que esta canción refleja a la perfección la situación del personaje del relato y de otros muchos en su misma situación. En mi opinión, la letra es bastante reveladora. (Mr. Brownstone, Guns N' Roses).






La multitud gritaba enfebrecida, rogando por una última canción. Aquél era el último concierto que íbamos a dar en la ciudad ese año, por lo que decidimos ceder ante las exigencias de nuestro público y deleitarlo con uno de sus temas favoritos.

Llevábamos muchas horas sin dormir y demasiado alcohol en la sangre. El cansancio era una pesada losa que pendía sobre nosotros, menguando en parte la felicidad que sentíamos. La noche anterior había sido demencial. No recordaba con cuántas mujeres me había acostado, ni a qué hora había conseguido conciliar el sueño. Aunque de algo podía estar seguro: no había consumido ninguna droga ilegal. Nunca más lo haría.  

— Muy bien, Detroit, vamos con “The Evil is going on”.

El poderoso riff de Ricky no se hizo esperar, y en cuestión de segundos estalló con fuerza en el enorme estadio. La batería y el bajo le siguieron poco después y yo era  consciente de que pronto llegaría mi turno. Todo marchaba según lo previsto en los ensayos y, sin embargo, algo no iba bien.

Un extraño cosquilleo comenzó a recorrer mi columna vertebral. Me di la vuelta hacia donde se encontraba Shawn, el batería, pero tanto él como el resto de la banda seguían tocando con normalidad, por lo que decidí obviar aquella pequeña paranoia y continuar con el show.

La multitud coreaba la canción con nosotros. Nunca había visto a un público tan entregado como aquél, ni siquiera en nuestra ciudad natal... Y de nuevo volví a sentir aquella extraña sensación recorriendo mi cuerpo. Esta vez, por más que traté de ignorarla, no fui capaz. Aquel hormigueo se estaba haciendo cada vez más intenso, hasta convertirse en un insoportable picor.

El bajista me miró un par de veces con preocupación. Yo negué con la cabeza, fingiendo que me encontraba perfectamente para que pudiéramos acabar la canción. Suspiré aliviado cuando por fin pudimos retirarnos al backstage.

— ¡Ha sido increíble! — comenzó a decir Shawn — La mejor noche de mi vida.
           
— Ya te digo — contestó Ricky —. ¿Has visto lo buena que estaba la rubia esa? Te juro que si no tuviera novia, me la tiraba.
           
— Como si eso te hubiese detenido alguna vez — intervino de repente Jeff, nuestro bajista.
           
Los tres estallaron en carcajadas tras ese comentario, sin embargo, para perplejidad de todos, yo permanecí en silencio.
           
— ¡Ey, colega! ¿Te ocurre algo? Estás muy callado.
           
— Me encuentro un poco mareado. Creo que voy a ir al baño.
           
Me encerré con pestillo en el diminuto cubículo que nuestro agente se atrevía a denominar “baño”, por el simple hecho de que había una pila y un wáter. Me miré en el grasiento y rayado espejo para descubrir que mi aspecto era aún peor de lo que yo imaginaba. Tenía los ojos inyectados en sangre, resultado de no haber pegado ojo en toda la noche. Mi tez, ya de por sí muy pálida y enfermiza, parecía más propia de un fantasma, y mi pelo estaba totalmente empapado en sudor.

Quería lavarme como era debido, pero en aquel cuchitril no había ni siquiera una triste ducha. Maldije en voz baja, un segundo antes de que aquel extraño hormigueo regresara a mí con fuerzas renovadas.

— ¡¿Qué coño me pasa?!

— Necesitas relajarte un poco, Brent — me advirtió una fantasmagórica voz a mi espalda.

Di un respingo por el susto. Creía que estaba solo en el baño. El hormigueo aumentó su intensidad de forma considerable, como si una parte de mí deseara fervientemente escapar de mi cuerpo.
           
— Sabes lo que necesitas — insistió aquella espeluznante voz —. Tómalo…
           
— ¡¿Quién eres tú?! — grité desesperado.
           
— … ¡No te reprimas!
           
— ¡Déjate de juegos y muéstrate, maldita sea!
           
— Estás acabado, Brent, lo sabes bien. Tu mujer te desprecia, tus hijos no quieren saber nada de ti. Esto es lo único que te hace sentir bien…
           
— ¡Déjame en paz, maldita zorra!
           
Una carcajada estridente y espectral inundó mi mente, desgarrando mis oídos, haciéndolo añicos cual pedazo de cristal. Fue entonces cuando me di cuenta de lo que pasaba: las alucinaciones habían vuelto con fuerzas renovadas.
           
— No volveré a hacerlo — susurré, sin demasiada convicción.
           
— Muchacho, no me hagas reír. A mí no puedes engañarme. Estoy dentro de tu mente, conozco todos tus movimientos… ¿Por qué si no guardas todavía una jeringuilla en el fondo de tu maleta? ¿Y qué me dices de los ocho gramos de cocaína que escondes en uno de los bolsillos interiores?...
           
— ¡Cállate, maldita sea! — grité desesperado, cayendo al suelo de rodillas. Me llevé las manos a la cabeza, al tiempo que mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.
           
— La verdad duele, ¿verdad? Pero a veces es necesario aceptarla, para poder ser uno mismo, para no vivir una mentira — su voz sonaba ahora más calmada, más tierna —. Sólo hay una manera de hacerte sentir bien, de ser quien realmente eres.

— No puedo hacerlo… — gimoteé, acurrucándome en el suelo de aquel cuchitril inmundo. Sólo quería volver a casa y que Sally me tomara de nuevo entre sus brazos, prometiéndome que todo iba a salir bien. Sólo quería que aquella maldita pesadilla se terminara…
           
… Pero Sally no me esperaría en casa nunca más. Había encontrado un hombre bueno y honesto, con un trabajo digno y no del todo mal pagado, que sería un auténtico padre para nuestros hijos. Sí, un verdadero padre y marido, que no le pegaría a su mujer ni le rompería una botella de vodka en la cabeza cuando estuviera drogado.
           
Las lágrimas caían cada vez con más fuerza de mis ojos. Estaba empezando a tener problemas para respirar y mi cuerpo se estaba sacudiendo en insoportables temblores. Faltaba poco para que una película de sudor frío invadiera mi frente y mi corazón comenzara a latir desbocado contra mi pecho. Sólo podía hacer una cosa para calmar ese ataque de histeria y lo sabía. La voz de mi mente estalló en una sonora carcajada triunfal.
           
Traté de ponerme en pie en al menos tres ocasiones, pero el cuerpo me temblaba de tal modo que no tuve más opción que arrastrarme hasta la puerta. Cuando entré de nuevo en el camerino, no había ni rastro de los chicos. Seguramente se habrían ido a tomar algo con las groupies de primera fila, que le habían estado haciendo señas obscenas a Jeff desde casi el principio del concierto. Nunca entendí cómo podían existir jovencitas con tan poca personalidad como aquéllas, cuya única meta en la vida era tirarse a algún guitarrista melenudo y famoso. Claro que a mí, un exdrogadicto que iba a volver a hundirse en la mierda después de haber permanecido sobrio durante más de medio año, tampoco se me podía calificar como el modelo de conducta que los jóvenes estadounidenses debían seguir.
           
Después de dar algunos trompicones, finalmente llegué a mi dichosa maleta, que descansaba en el suelo, junto a uno de los pares de botas de cuero de Ricky. Estaba abierta, y en ella se podía apreciar la mezcla entre la ropa limpia y sucia, que formaba una extraña y maloliente masa de tejidos de cuero y tela vaquera.
           
Rebusqué desesperadamente la bolsita de cocaína en el lugar donde la voz me había indicado que se encontraba. Ni siquiera recordaba haberla puesto allí, pero lo importante ahora era que me ayudaría a evadirme y olvidarme de todo.
           
Finalmente la encontré, escondida entre mi pasaporte y caja de valerianas en pastilla. “Sólo una última vez”, me decía. “Después dejaré esta mierda para siempre. Seré el padre que mis hijos merecen tener”. Pero en cuanto aquellos “polvos mágicos” se introdujeron en mi cuerpo en la primera aspiración, supe que no habría vuelta atrás. Estaba atrapado de nuevo.
           
La fantasmagórica carcajada a punto estuvo de perforarme el tímpano pues, aunque yo sabía que aquello no era más que un producto de mi mente enfermiza, sonaba demasiado real. Un chirrido terriblemente ensordecedor.
           
— ¡Eres un maldito inútil! — no cesaba de gritarme aquella voz, sin dejar de reír. Una risa oscura y macabra que helaba la sangre en las venas — Nunca serás libre. Nunca podrás escapar de mí.

1 comentario:

  1. Es algo vibrante e intenso lo que has escrito aquí mon ami. La auténtica voz de la adicción, la voz que se escucha cuando uno está al límite viendo como la droga lo reclama una y otra vez.

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