Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

martes, 31 de mayo de 2011

Perfume exótico.

Debo decir que este relato es un poco... subido de tono, por así decirlo. Quien avisa no es traidor, por lo que si lo leéis y luego os parece un poco... fuera de lugar, no os enfadéis conmigo XD. 


— Te dije que ibas a ser mía, Sofía — susurró contra mi oído, al tiempo que se desesperezaba a mi lado en la cama. Llevaba puestos los pantalones del pijama, aunque se había quitado la camiseta.
           
— No soy tuya — repliqué, mientras trataba de liberarme de las cuerdas que me mantenían atada a su lecho. Sin embargo, tuve que detenerme a los pocos segundos. El roce de las cuerdas contra mi piel me estaba haciendo heridas en las muñecas y los tobillos. Heridas que escocían como si me estuvieran quemando con el mismísimo fuego del infierno.
           
— ¿Por qué tratas de resistirte a mí, eh? — me preguntó con voz melosa, al tiempo que se inclinaba sobre mi cuerpo — Si te entregaras a mí, lo pasaríamos muy bien juntos, y lo sabes — añadió, acariciando uno de mis pechos por encima de la tela de mi camisón.
           
— Suéltame, por favor — supliqué con voz jadeante. Mi captor esbozó una sonrisa complacida, profundizando su caricia. No pude evitar estremecerme y soltar un gemido de placer, y aquella fue mi perdición. Con la mano libre, trazó un camino desde la garganta hasta mi vientre, acariciándome dulcemente.
           
— ¿Quieres sentirme aquí, pequeña? — preguntó, poniendo su mano sobre mi sexo. Yo tragué saliva con dificultad, pero no contesté de inmediato. Una parte de mí quería escupirle en la cara por lo que me había hecho, pero la otra deseaba ardientemente sentirlo dentro de mí.    
           
— ¿No contestas? — inquirió con una sonrisa. Yo me quedé mirándolo con los ojos muy abiertos, a la espera de su siguiente ataque, que no se hizo esperar. Situó su mano bajo la tela del camisón, y comenzó a recorrer mi muslo en sentido ascendente, hasta que rozó con su dedo corazón la tela de mis braguitas. Contuve un gemido, al tiempo que trataba inútilmente de mantener mis piernas lo más cerradas posible. Mi captor soltó una carcajada malévola, al tiempo me quitaba las bragas con una sola mano.
           
— No seas tímida conmigo, por favor.
           
Cerré los ojos con fuerza. El momento que tanto había estado temiendo y deseando a partes iguales a lo largo de aquella semana había llegado. Sólo me quedaba resistir y rezar para que no fuera demasiado brusco conmigo. Pasaron cinco segundos, y mi captor no se decidía a rematar la faena. Diez, quince, veinte… Abrí los ojos confundida. ¿Por qué diablos no se decidía a actuar de una vez? ¿Por qué perpetuaba aquella situación de una forma tan cruel y macabra?
           
— ¿Qué… pasa? — pregunté con inseguridad. Mi captor permanecía de rodillas frente a mí, contemplando mi cuerpo con una mirada perdida, como si no lo estuviera viendo realmente. En la profundidad de sus ojos verdes se veía reflejada una extraña mezcla de arrepentimiento y deseo insatisfecho.
           
— No puedo hacer esto — reconoció al cabo de unos segundos con un hilo de voz —. Creí que podría follarte sin más… Perdona, por mi lenguaje — añadió, alzando una mano en señal de disculpa —. Pero el caso es que no puedo.
           
Yo me quedé mirándolo perpleja. ¿Acababa de disculparse por haber dicho la palabra “follar”, y durante más de una semana no había sido capaz de decir un simple “lo siento” por haberme tenido atada a su cama sin ni quiera pedir mi parecer?
           
— ¡Oh, vamos, no me mires así! — me soltó de repente, intuyendo cuáles eran los pensamientos que estaban bombardeando mi mente — Aquí no te ha faltado de nada. Has tenido comida, bebida, ropa limpia y un lecho donde dormir. Y cuando has tenido que ir al baño a hacer tus necesidades, te he soltado…
           
— ¡Sí, y también has hecho que una criada me siguiera y se asegurara de que no escapara, maldito psicópata chiflado! — le grité fuera de mí.
           
Mi captor se quedó mirándome con cara de cordero degollado, al tiempo que se apartaba un mechón de pelo rubio de su rostro.
           
— Sí, bueno, supongo que ésa es otra forma de verlas las cosas.
           
“¿Otra forma de ver las cosas?”, pensé con sarcasmo. Definitivamente ese hombre estaba mal de la cabeza.
           
— Sé que te gusto, Sofía. Siento cómo te estremeces cada vez que toco. Sé que te gustaría que te hiciera el amor.
           
Mientras decía esto, había vuelto a inclinarse sobre mí y me había levantado el camisón hasta dejarlo a la altura de mis pechos, sin llegar a descubrirlos.
           
— ¡Tío, si me sueltas ahora, te prometo que no te denunciaré a la policía! — le grité desesperada. Él, pasando olímpicamente de mi oferta, se desató el cordón de su pantalón y se deshizo de él en menos de cinco segundos.
           
— Espera un momento, voy a por los condones — me advirtió, al tiempo que se levantaba de la cama e iba hasta el baño. ¡Cómo si pudiera escaparme! Sí, además de loco, ese tío era un imbécil.        
           
Lo escuché trastear en el baño, mientras mi corazón latía desbocado contra mi pecho. ¿De verdad iba a permitir que ese hombre hiciera lo que quisiera conmigo? Tenía un cuerpazo, y sus rasgos nórdicos eran sencillamente fascinantes, pero me había secuestrado, atado a su cama y tratado de seducirme en contra de mi voluntad. Sin duda, esos aspectos debían considerarse como puntos en su contra.
           
— Ya estoy aquí, preciosa — anunció desde el umbral de la puerta, sacándome de repente de mis cavilaciones. Sí, sin duda estaba para comérselo, ahí parado, medio desnudo, con la tenue luz de la luna bañando parcialmente sus facciones. Mentiría ahora si negara que me excitó muchísimo verlo de esa guisa, mientras recorría mi cuerpo con una mirada hambrienta y lasciva.
           
— Llevo más de dos meses esperando este momento — anunció con voz desesperada —. Pero si no estás preparada, por favor, dímelo ahora que aún soy capaz de controlarme. Dímelo, y lo dejaremos para más tarde.
           
Enterré mi rostro en la almohada, confundida y desesperada a un tiempo. Sentí que unas fuertes pisadas se acercaban hacia la cama. Levanté la vista con cuidado, y allí estaba él. Se había quitado los bóxers, y ahora estaba completamente desnudo ante mí.
           
— Desátame — le supliqué por última vez. Él negó con la cabeza, haciéndome perder la paciencia —. Haré todo lo que tú quieras si me desatas — le prometí.
           
Él ladeó la cabeza, mirándome con incredulidad, pero finalmente asintió. Sacó un afilado cuchillo de uno de los cajones de la mesita de noche, y cortó las cuerdas con él. Yo respiré aliviada. Por primera vez en una semana me sentía libre de las cuerdas, sin tener que utilizar el pretexto de tener que ir urgentemente al baño.
           
— Me gustaría ver tus pechos — anunció él, sentándose a mi lado en la cama. Yo respiré hondo y me saqué el camisón por la cabeza, quedando tan desnuda como él.
           
Cuando mis pechos quedaron liberados, mi captor contuvo un gemido, antes de extender la palma abierta de su mano y dirigirla hacia uno de ellos. Lo tomó con hambre, y comenzó a acariciar el pezón frenéticamente con el dedo pulgar.
           
— Acuéstate de espaldas — me ordenó, sin dejar de acariciar mis pechos, ahora con ambas manos. Le obedecí sin rechistar, descansando la cabeza sobre el suave almohadón de plumas.
           
— Preciosa — susurró contra mi oído —, ¿lo has hecho alguna vez?
           
La respiración se me cortó en aquel preciso instante. ¿Cómo lo había adivinado? ¿Había sido el temblor de mi voz o el latir desbocado de mi corazón quien me había delatado? Aparté el rostro con vergüenza, pero él no parecía divertido ni asqueado por mi inexperiencia. Más bien, parecía complacido.
           
— Es un honor para mí ser el primero — aseguró con una sonrisa. Yo traté de devolvérsela con naturalidad, pero me salió demasiado forzada.
           

Mi captor se sentó a mi lado en la cama, antes de ponerse el preservativo. Yo observaba aquella escena como embelesada. No cabía ya la menor duda de que en la semana que llevaba en aquel lugar había desarrollado el síndrome de Estocolmo.
           
— Por cierto — me dijo mi captor de repente —, me llamo Pablo.
           
— Es un nombre bonito, supongo — repliqué, tratando de que mi voz sonara firme, en lo que fracasé estrepitosamente.
           
— Gracias — contestó él, al tiempo que se tumbaba a mi lado en la cama despacio. Después, comenzó a acariciarme suavemente la cara interna de mi muslo en sentido ascendente, haciéndome perder la noción del tiempo —. Te deseo — confesó, apretando su cadera contra la mía, presionando su enorme erección contra mi piel.
           
— Y yo a ti.
           
Las palabras habían salido por fin de mis labios. Por mucho que tratara de afirmar lo contrario, deseaba a ese hombre, sentía por él un hambre voraz. Pablo esbozó entonces una sonrisa complacida, antes colocarse sobre mí con movimientos rápidos.

— Iremos despacio, ¿de acuerdo? — me sugirió, acariciándome la mejilla con el dedo pulgar. Yo asentí con la cabeza, preparándome mentalmente para lo que vendría a continuación.
           
Pablo fue muy dulce todo el tiempo, y, aunque al principio fue algo doloroso, aquél fue el momento más delicioso de toda mi vida. Cuando ambos llegamos al clímax, Pablo se tumbó a mi lado en la cama y se encendió un cigarrillo.
           
— ¿Quieres uno? — me ofreció, tendiéndome el paquete de tabaco.
           
— No, gracias. No fumo.
           
— Lo he estado pensando, ¿sabes? — dijo, después de darle una calada al cigarro — No tiene sentido tenerte aquí retenida por más tiempo. Tu familia y amigos te están buscando. Se están preocupando inútilmente, y no tiene sentido seguir haciéndolos sufrir. Eres libre de volver con ellos cuando quieras.
           
Se notaba que lo decía de corazón, pero que al mismo tiempo se sentía triste y frustrado. Yo, inclinándome sobre su cuerpo, y acariciándole dulcemente el cabello dorado, le pregunté:
           
— ¿Y qué pasa si yo no quiero irme?   

6 comentarios:

  1. (>.<) lo adoreeeeeeee!!! Dios lo viví jaja estubo en el punto justo de sensualidad y erotismo, me encantó! Lo que más odio de ti y tus relatos esk los finales siempre me dejan con ganas de mas ajajaj
    Espero otro pronto :D Muchos besotes y cuidate!!!

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  2. ¡Dios, Athenea! O.O Me has dejado muerta. x) Menos mal que has avisado de que era un relato... "fuerte". XD Lo has descrito genial, sobre todo los sentimientos de la chica y, ¿cómo no va a tener el síndrome de Estocolmo con semejante secuestrador? ¡Yo también lo tendría! ¡Jajajajaja!

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  3. Jajajaja, pues sí. La verdad es que a mí me encantaría que un tío así me secuestrara, xD. Espero no haberlo hecho demasiado fuertecillo, creo que lo dejé en el punto justo. Quizá haga una continuación si tiene éxito... Jajajaja, me alegro de que os haya gustado :)

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  4. Nah, lo has hecho perfecto e inmejorable. :) Podrías dedicarte a escribir este tipo de relatos, jajajaja. Seguro que aumentarían tus lectoras. XDDDDDDDDDDD

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  5. Guao, me has dejado un tanto K.O.
    "— ¿Y qué pasa si yo no quiero irme?"
    Pues nada chica, qué iba a pasar! xD

    No ha sido muy fuertecillo, no te preocupes. A mí, me ha parecido justito, lo que es para no pasar a un punto más "erótico" :)
    Ha estado genial.

    UNA CONTINUACIÓN! ¿No ves el éxito que ha tenido? xD

    Besos!

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  6. Pues joder, había leído que era "fuerte", pero no tan "fuerte" xD (Es sarcasmo.)
    Me has tenido todo el momento del relato en guardia, para saber que pasaba o no pasaba con la chica y el rubiales xD
    Si es que no tengo nada que decir, lo dejas todo con el punto justo de erotismo, sensualidad, intriga y fascinación. Si cuando se dice que eres la mejor, es por algo (para mi eres una de las mejores^^). Espero muy pronto algún que otro relato más o si un caso, un trocito de historia =)
    Un besazo Atenea (K)
    PD; estoy de acuerdo con Patricia.
    ¡CONTINUACIÓN!

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