Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

sábado, 11 de junio de 2011

Parte VI: Hot Water.


La tal Kathinka era una mujer de armas tomar. Se trataba de una señora menuda, regordeta y con el pelo gris recogido en un moño bajo. Vestía un largo vestido blanco, que debía hacer las veces de uniforme, y que parecía sacado de un episodio de Amar en tiempos revueltos. Completaban su atuendo unos zuecos beige que no le habrían quedado bien ni a mi abuela.

— Tiene que ayudarme a salir de aquí, señora — le supliqué, cuando nos quedamos solas en el baño. El rubiales me había desatado las cuerdas y me había dejado salir de su habitación para que pudiera asearme debidamente.

— Señorita — replicó ella con un marcado acento del Este —, no me pagan por ayudarla a escapar.

— Pero…

— Si usted me da los dos mil euros que me paga el señor al mes, yo la ayudo a escapar — replicó con una sonrisa.

“¡Joder con la vieja! No se vende tan fácilmente. Y el rubiales… Si le paga dos mil euros a esta mujer tiene que estar forrado”.

— No ponga las cosas más difíciles, señorita, y métase en la bañera — me pidió con su voz de sargento, que unida a su estridente acento, me ponía los pelos de punta.

Decidí pues, que lo más inteligente sería obedecer a aquella mujer tan peculiar, por lo que me quité el camisón y las braguitas y los dejé sobre un banquito de había al lado del inodoro, antes de meterme con cuidado en la bañera. Se estaba realmente bien allí dentro. El agua estaba bien calentita y llena de espuma y sales de baño relajantes. Aquella mujer podría estar muy amargada, pero no había duda de que sabía preparar un baño como Dios manda. 
           
— ¿Suele hacer esto muy a menudo? — pregunté de repente.
           
— ¿El qué? — replicó ella sin comprender.
           
— Secuestrar mujeres.
           
La mujer negó dos veces con la cabeza.
           
— Es la primera vez… Claro que ninguna mujer lo había obsesionado tanto, antes de usted.
           
Aquella última frase me confundió.
           
— Pero si apenas nos conocemos…
           
— Mi señor la ve todos los días en la cafetería de la facultad. Dice que es usted una rosa en medio de un jardín de flores pútridas.
           
— Vaya es todo un poeta…
           
— No lo sabe usted bien. En Suecia, cuando todavía era un niño, todas las chicas estaban prendadas de él, no por su físico, sino por los poemas de amor que les escribía.
           
— ¿Usted ya lo conocía entonces? — pregunté con verdadera curiosidad.
           
Kathinka asintió con la cabeza.
           
— Yo he sido la criada de su familia desde que él era bien pequeño.
           
— Entonces lo conocerá bien…
           
— Como dicen aquí en España: lo conozco como si lo hubiera parido.
           
— En ese caso, ¿no podría convencerlo para que me soltara? Explicarle que todo esto es una locura. Que yo tengo una familia y que…
           
— No, señorita — me interrumpió ella —. El señor está enamorado de usted. Y no seré yo la que lo separé de su amada.
           
“¡¿Pero es que en esta casa no hay nadie normal?!”, me pregunté, un segundo antes de que aquella mujer comenzara a enjabonarme la espalda. “No, definitivamente están todos colgados”.
           
— Kathinka, no es necesario que me enjabone — le dije con toda la educación de que fue capaz en aquellos momentos —. De hecho, si no le importa, me gustaría estar sola en un momento tan íntimo.
           
La mujer asintió y salió en silencio del baño. En cuanto estuve sola, me recosté contra la bañera, dejando descansar la cabeza sobre la repisa. Aquella situación era sin duda la más surrealista que había vivido en toda mi vida. Todas las mujeres hemos soñado alguna vez con que un macizo nos secuestra y nos ata a su cama, para pasar horas y horas de sexo desenfrenado con él. Y todas hemos soñado también que esos momentos que compartiríamos con él serían lo más perfectos, mágicos y placenteros de todas nuestras vidas. Sin embargo, ahora que mi sueño se había hecho realidad, no estaba tan segura de que aquélla fuera a ser la mejor experiencia de mi vida.
           
Mientras estaba sumida en estos pensamientos, la puerta del baño volvió a abrirse, dejando entrar una fresca ráfaga de aire, que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda desnuda.
           
— Kathinka — dije, incorporándome —, ya te he dicho que no hacía falta que me ayudaras a bañarme.
           
Sin embargo, la sirvienta pasó olímpicamente de mí. Cogió uno de los botes que había sobre la pila del baño y se puso un poco de gel en la mano, para después comenzar a acariciarme la espalda suavemente.
           
— Umm — gemí en cuanto sus expertas manos entraron en contacto con mi piel. Aquella mujer parecía tener mucha experiencia en la materia…
           
Siguió acariciándome un poco más la espalda, consiguiendo que me olvidara por un rato de toda la historia del secuestro. Aquel masaje era tan relajante que hasta me hizo olvidarme de que había alguien más conmigo en la habitación.
           
Fue cuando sus manos comenzaron a ascender por mi columna y se detuvieron en mi cuello, que perdí la noción del tiempo. Quería gritarle: “¡Sigue, por favor, no te detengas!” Pero aquel lenguaje me sonaba demasiado sexual para utilizarlo con una mujer que podría ser mi abuela, por lo que decidí que lo mejor sería callarme y dejarla continuar con su trabajo. Poco a poco, fue abandonando la zona de mi cuello, descendiendo lentamente hacia mis pechos. Los tomó con sumo cuidado y comenzó a acariciarme dulcemente los pezones con los dedos.
           
— Vas a ser mía, Sofía — susurró contra mi oído.
           
Oír aquella penetrante voz masculina hizo que me incorporará de un salto.
           
— ¡¿Qué haces aquí?! — le grité, al tiempo que me cubría los pechos como buenamente podía.
           
— Divertirme un rato, preciosa — replicó el rubiales con una sonrisa traviesa —. Por favor, deja de tratar de taparte, cariño. Ya te lo he visto… casi todo.
           
Tras esto, se levantó del suelo, donde había permanecido en cuclillas todo el tiempo que había durado mi “baño”, y salió de la habitación con un aire triunfal que me puso de los nervios.    

3 comentarios:

  1. Omg! Que mal rollo el final. x) Que salidillo está, jajaja. XD
    Te he visto un pequeño fallo aquí:
    -"“¡Sigue, por avor, no te detengas!”" Te falta la "f" en "favor". x)

    Sigue con la historia, anda, que tengo curiosidad por saber cómo acaba. :)

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  2. Y vaya pervertido que esta hecho xDDD a estado genial.
    Yo te he visto un fallido aquí:
    "antes me meterme con cuidado en la bañera"
    Sería de en vez de me meterme xDD
    Un besazo, a estado genial ;)

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  3. Dios que fuerte.
    Que era él! O.O

    Ofú dios que fuerte (sí, no me salen otras palabras xD)

    Es que me he quedado un poco pillada cuando ha dicho lo de "Vas a ser mía, Sofía" y yo pensando ¿A esta mujer se le va la cabeza? Pero casi suspiro cuando leí que era él xD

    Besos!

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