Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

jueves, 2 de junio de 2011

Perfume exótico: El principio.

Bueno, chic@s, teniendo en cuenta que os gustó bastante el relato, y teniendo en cuenta también que me apetecía hacerlo, he escrito, no una continuación, sino "el principio" de la historia. Espero que os guste, ¡un beso!




Al abrir los ojos aquella madrugada sentía los párpados muy pesados, me escocían, como si me hubieran echado ácido corrosivo sobre ellos. Sabía que unas marcadas ojeras decoraban con un demacrado y enfermizo colorido la piel de mi rostro y que mis ojos estaban inyectados en sangre por las pocas horas de sueño. Me di la vuelta en la cama, abrazando con fuerza mi oso de peluche. ¿Qué puedo decir? En el fondo sigo siendo una niña.
           
Me incorporé, procurando no hacer mucho ruido, pues no quería despertar a mis padres; agarré con fuerza al señor Bigotes, mi oso, y me levanté de la cama en dirección a la cocina, pues de repente me apetecía un buen vaso de leche tibia. En mi expedición hacia la nevera, vislumbré a mi hermana pequeña, que continuaba en el salón estudiando para el dichoso selectivo. Lo cierto es que la compadecía, pues, dos años atrás a mí me había tocado pasar también por aquella tortura. Esbocé una sonrisa cómplice antes de entrar por fin en la cocina, que, a esas horas de la madrugada, permanecía envuelta en tétricas penumbras.
           
Dejé al señor Bigotes encima de la encimera de la cocina, cogí un vaso de cristal de uno de los armaritos que había sobre el fregadero y saqué la botella de leche de la nevera. Estaba bastante fría, por lo que después de servirme un poco, metí el vaso en el microondas, y esperé a que se calentara un poco. 


Mientras tanto, recorría la cocina con una mirada aburrida. La cocina que mis padres habían comprado dos atrás atrás; el reloj de madera que mi hermana pequeña había hecho en sus clases de tecnología, y que, a pesar de que no fuera gran cosa, para mis padres era una auténtica obra de arte; la nevera del año de la polca; la ventana abierta de par en par con las cortinas descorridas; la mesa de madera con su mantel morado…
           
“Un momento”, me advirtió la agorera voz de mi mente. “Esa ventana nunca está abierta por las noches. Nunca”.
           
El corazón se me paró en aquel mismo instante, para un segundo después reanudar su actividad con una fuerza desbocada. El timbre del microondas pitó, avisándome de que mi vaso de leche estaba listo para ser devorado, al tiempo que una fría ráfaga de aire me atravesaba de parte a parte, cual espectro enfurecido de la noche. 
           
Tragué saliva con fuerza, agarrándome al borde de la encimera para no caer. El microondas estaba a tan solo cinco pasos de distancia. Podía hacerlo, no había nadie allí, no había nada que temer. Seguramente mi hermana habría abierto la ventana para que corriera un poco el aire, pues aquél había sido un día especialmente cálido.
           
“¡Qué tonta soy!”, exclamé para mis adentros. “¿Quién iba querer entrar a robar en esta casa, si lo más valioso que tenemos son las sobras de la paella del domingo?”
           
Me solté pues de la encimera, y salvé la distancia que me separaba del microondas, no sin cierta vacilación. Saqué el vaso de leche y me senté en una de las sillas para bebérmelo tranquilamente. Su sabor agridulce se deslizó suavemente por mi garganta, relajándome levemente. Un segundo sorbo me trajo momentáneamente paz, que quedó destruida cuando sentí el sonido de unas pisadas a mi espalda. Me di la vuelta instintivamente, aunque debido a la oscuridad reinante no pude ver nada con claridad. Parecía haber frente a mí una enorme figura masculina, pero mi lado racional se empeñaba en decirme que aquello no era más que un efecto óptico.
           
Dejé el vaso de leche sobre la mesa de madera y me levanté de la silla, procurando hacer el menor ruido posible. Mi mirada estaba fija en la pared de enfrente, tratando de escrutar entre las sombras si había alguien más en la habitación. Fue entonces cuando aquella figura se movió hacia la derecha, sosteniéndome firmemente la mirada. Una mirada verde esmeralda, limpia y profunda, cuyo intenso escrutinio hizo que me estremeciera hasta la médula.
           
— ¿Quién es usted? — inquirí, tratando por todos los medios de que no me temblara la voz — ¿Cómo ha entrado en mi casa?
           
La enorme figura, que no era sino un hombre de más o menos mi edad, rubio, alto y de apariencia fornida, salió a mi encuentro, recorriendo en dos zancadas la distancia que nos separaba.
           
— ¿Acaso no me reconoces, Sofía? — me preguntó, con un marcado acento nórdico, al tiempo que se revolvía el cabello rubio con la mano.
           
En un primer momento no supe ubicarlo, pero al cabo de unos segundos mi mente se obligó a recordar. Sí, íbamos juntos a la universidad. Mis amigas se habían parado muchas veces en la puerta de la cafetería a observar de lejos su “escandalosamente apetitoso cuerpazo”, aunque a mí nunca me había llamado especialmente la atención, pues, si bien es cierto que el chico no estaba nada mal, yo sentía preferencia por los chicos castaños, y él era demasiado rubio para mi gusto.
           
— ¿Estudias filología alemana en la facultad, no? — le pregunté, no sin cierto titubeo. Él esbozó una sonrisa complacida, antes de contestar:
           
— Así es. Nos hemos visto muchas veces en la cafetería, aunque no hemos tenido la oportunidad de hablar personalmente.
           
Aquélla no era sino una alusión a las veces en que mis amigas y yo le habíamos estado espiando. En cualquier otra situación, habría enrojecido de vergüenza, pero teniendo en cuenta que ese tío se había colado en mi casa en plena madrugada, la cosa cambiaba de forma sustancial. Debo admitir que hubo un segundo entre aquella insinuación y su siguiente intervención en el que me planteé si aquello no sería realmente un sueño. ¿El estrés me impedía distinguir que era lo real de lo que no lo era?
           
— Tienes que venir conmigo — soltó él de repente. Parecía bastante ansioso, como si su vida dependiera de que yo me fuera con él.
           
— No  — repliqué, retrocediendo unos pasos de forma instintiva.
           
Aquella respuesta, tanto la verbal como la física, parecieron ofenderlo y entristecerlo a partes iguales.
           
— Por favor — suplicó, acortando de nuevo la distancia que nos separaba.
           
— No — repetí. El miedo comenzaba a atenazar los músculos de mi cuerpo, recorriéndome por entero. Estaba a punto de echar a correr y ponerme a gritar como una loca “sálvese quien pueda”.
           
— Esto no es un juego, Sofía — dijo él de repente, con un tono extrañamente grave —. Yo no estoy jugando.
           
Y antes de que pudiera poner en práctica mi huida, aquella “bestia nórdica” me agarró con fuerza por la cintura, haciéndome retroceder, al tiempo que, con la mano libre me tapaba la boca con fuerza para que nadie pudiera oírme gritar.
           
— Yo no quería que las cosas sucedieran así, cariño. De verdad que no — susurró contra mi oído, antes de sacar del bolsillo de su pantalón un pañuelo de tela —. Espero que puedas perdonarme — añadió, entes de presionar aquel objeto bajo mi nariz.
           
Poco a poco noté cómo un profundo sopor se iba apoderando de mi cuerpo, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Aquel hombre me había drogado, y ahora me tenía totalmente a su merced.

3 comentarios:

  1. :O Me ha gustado mucho, aunque tengo que reconocer que el desenlace de ayer me gustó más.
    Te he visto un pequeño fallo aquí:
    -"La cocina que mis padres habían comprado dos atrás..."
    Creo que querías poner: "dos años atrás", pero te has olvidado del "años". XD
    De todas formas está muy bien redactado. No me imaginaba que un secuestrador pudiese tener estudios, jajajaja. XDDDDDD
    ¡Un beso!

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  2. Jaja iba a decir lo mismo que Katia, un secuestrador con estudios xD
    Y que a partir de ahí, se obsesionó con ella..umm
    Me gusta xD

    Besos :)

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  3. Tienes que seguirlo, tienes que continuarlo a partir de ayer, yo todavía me he quedado con ganas de saber si se queda con él o no xDD
    Espero algo pronto.
    Besazos.

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