Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

sábado, 3 de septiembre de 2011

El genio maligno.

Sobre este texto, tengo que señalar que, como casi todos los que escribo últimamente, tiene una fuerte carga erótica. Éste, en particular, no tiene nada de romántico (sólo erótico), yo aviso XDDD.
P.D. Para los que hayáis estudiado a Descartes, el título del relato seguramente os resulte gracioso (los que disteis a Hume, lo siento, chic@s, buscadlo en la wiki, gran enciclopedia del saber estudiantil). Me apetecía darle un homenaje a este gran hombre con el que saqué un 10 en filosofía, hace ahora ya como 5 meses... ¡Cómo pasa el tiempo! En fin, supongo que este texto iría más acorde con su "hipótesis del sueño" y no con la del genio maligno, pero me resultó más gracioso titularlo así. En fin, como siempre, me estoy enrollando más de la cuenta. Corto ya. ¡Un beso, chic@s y gracias por leer!





Las finas gotas de lluvia caían suavemente sobre mi abrigo de lana, impregnando con su agridulce perfume la gruesa tela. Mis botas de montaña se hundían en el pringoso barro en que se había convertido la tierra del bosque. El pie derecho seguía doliéndome debido a la caída que había sufrido unas horas antes, tras tropezarme con la raíz de un árbol centenario. Todavía me preguntaba si mis padres me estarían buscando. Después de todo, yo era su única hija. No podían abandonarme a mi suerte en aquel inhóspito paraje.
           
Caminé unos cuantos pasos más, apoyando gran parte del peso de mi cuerpo en la gruesa rama de un árbol que había encontrado tirada en el suelo, pero inevitablemente tuve que detenerme de nuevo para tomar aire. Saqué el móvil de uno de los bolsillos de mi chaqueta, pero seguía sin tener cobertura.
           
Estaba empezando a desesperarme. La noche había caído ya, no tenía batería en el móvil, ni comida y el agua estaba empezando a acabarse. ¿Qué se suponía que iba a hacer? Ni siquiera tenía un mapa o una maldita brújula, por lo que sin ninguna señal con la que poder orientarme y en plena noche, me iba a ser más que imposible escapar de ese laberinto. La única opción que me quedaba era quedarme en el lugar donde estaba, sacar el saco de dormir y esperar a que el tiempo amainase. Al día siguiente, mi padre y Pedro me encontrarían y podría reincorporarme a la expedición sana y salva.

Tendí el saco de dormir sobre una parte del suelo que todavía no se había convertido en barro. Me dejé caer pesadamente sobre mi improvisada cama y el señor Morfeo no tardó mucho en hacerme una visita, envolviéndome amorosamente entre sus soporíferos brazos. No obstante, el quejido de una rama al resquebrajarse me despertó unas horas después. Mis cinco sentidos se pusieron en alerta de inmediato. Alguien se acercaba sigilosamente a mi improvisado refugio. Desde luego, acampar en medio del bosque, donde cualquiera podría atacarme, violarme, robarme, matarme o váyase usted a saber qué cosas más, no había sido muy inteligente por mi parte.
           
Pero lo cierto es que yo nunca he destacado por mi inteligencia.
           
Me incorporé de un salto, sacando el cuchillo que tenía guardado en el bolsillo de mi mochila de senderista. Normalmente lo utilizaba para pelar la fruta durante mis viajes, pero en esta ocasión podría servirme para defenderme de un atacante.
           
— ¡¿Quién anda ahí?! — grité, sin poder evitar que en el fondo de mi voz subyaciera una inconfundible nota de histeria — ¡¿Quién anda ahí?!
           
Me adelanté unos pasos, cuchillo en mano, pero temblando de miedo. Mierda, si no fuera tan inconsciente no me pasarían estas cosas. Pero supongo que ya era tarde para que esos pensamientos tan derrotistas se abrieran paso en mi mente. Después de todo, ese hombre, o mujer, todavía no había tratado de atacarme. Quizá ni siquiera fuera ésa su intención. Tal vez había venido sólo a disfrutar un poco de la lluvia…
           
— ¡Responde! ¡¿Quién eres?!
           
De nuevo, no obtuve respuesta alguna, pero las pisadas cada vez se oían más cerca. Sentía que el corazón bombeaba con fuerza contra mi pecho, como si se me fuera a salir por la garganta de un momento a otro. Sin embargo, el intruso no tardó en hacer acto de presencia, apareciendo desde detrás de unos matorrales.
           
— ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? ¿Qué es lo que quiere?
           
El misterioso hombre soltó una suave carcajada, antes de ponerse frente a mí, mostrándose en todo su esplendor. Tenía una altura considerable; traspasa fácilmente los dos metros. Su larga cabellera rubia y lisa le llegaba hasta más allá de los hombros, pero apenas conseguía cubrir sus extrañas orejas, que acababan en punta, como si de un elfo se tratara. Vestía un ceñido chaleco color verde sin mangas, tan verde como los árboles que poblaban aquel bosque, y unos pantalones de cuero, que marcaban demasiado su figura de cintura para abajo. Iba descalzo, y se había apoyado contra el tronco de un árbol, recorriendo mi cuerpo con una mirada desafiante.
           
— Irrumpes en nuestros bosques sin haber sido previamente invitada. Acampas en ellos, como si esta tierra te perteneciera. Me apuntas con una vulgar arma humana, ¿y soy yo el que tiene que darte explicaciones a ti?
           
“Vale, el grillado disfrazado de elfo se ha rallado”, pensé, retrocediendo unos pasos instintivamente. Pero aquel hombre, o lo que fuera, avanzó el mismo número de pasos en mi dirección.
           
— Mira, tío, siento mucho haberte cabreado, ¿de acuerdo? — comencé a disculparme con voz temblorosa — Yo iba con mis padres y con mi novio haciendo senderismo por el monte, pero como soy una patosa, me he tropezado con la raíz de un árbol y me he torcido el tobillo. Y encima he perdido al grupo. He intentado localizarlos, pero no tengo cobertura en el móvil — le expliqué, sacando el teléfono y enseñándoselo desde lejos, para reafirmar así mis argumentos —. No tenía forma de salir de aquí ni de encontrar a mi familia, por lo que decidí quedarme aquí a dormir. Ya sabes, de noche y con la lluvia, me habría resultado imposible encontrar a los míos…
           
— Quítate los calcetines — ordenó.
           
— ¿Cómo dices? — inquirí desconcertada.
           
— Quítate los calcetines — repitió con absoluta frialdad, pero con la autoridad de un alto rango del ejército —. Dices que te has torcido el tobillo. Yo puedo curarte.
           
Aquella sugerencia me pareció de lo más absurda, pero teniendo en cuenta lo enorme que era ese tipo y la mala leche que se gastaba, decidí que era mejor hacerle caso. Me senté sobe el saco de dormir y me quité los calcetines, dejando mis pies desnudos expuestos al barro que cubría el suelo. Seguía lloviendo, ahora con más fuerza, pero al señor elfo, o lo que fuera, parecía totalmente ajeno a ese hecho. Se puso a mi lado, en posición indio sentado, y colocó mis dos piernas estiradas sobre las suyas. En contraste con mi piel, la suya era de una palidez mareante, demasiado brillante.
           
“¿Y si no es humano?”, aventuró la voz más infantil de mi mente. Pero si no era humano, ¿entonces qué narices era?
           
Sacó entonces de uno de los bolsillos de su chaleco un frasquito de cristal lleno de un espeso líquido verde. Aquello no pintaba nada bien. O para ser más exactos, aquello no parecía real. Sí, de eso se trataba. Seguía soñando. Todo aquello no era más que un extraño sueño, fruto de estar durmiendo a la intemperie, con la cabeza llena de miedos y preocupaciones. Aquel hombre no era real, ni ese potingue verde que me estaba untando en los tobillos. Por tanto, si no era real, no podría hacerme ningún daño. No había nada que temer.
           
Cuando el elfo terminó su tarea, volvió a guardarse el frasquito en el bolsillo, mas no dejó de acariciarme las piernas. La blanca de luz de la luna bañaba su hermoso rostro de ángel, salpicado ahora por una emoción que nada tenía de angelical: la más absoluta lujuria.
           
Sus fuertes manos masculinas comenzaron a ascender por la suave curva de mis muslos, completamente mojados por la lluvia, hasta rozar la tela de mis braguitas. Sus dedos rozaron mi sexo por encima de aquella suave tela haciéndome gemir de placer. Eché la espalda hacia atrás, dejando que el elfo hiciera conmigo lo que más le placiese, que de hecho, fue arrancarme el camisón. Sí, ya sé lo que estaréis pensando. ¿A quién se le ocurría ponerse un camisón para dormir en medio del bosque? Pero debéis recordar que esto no era más que un sueño. Y en mis sueños, me gusta llevar camisón.

Pues bien, tras arrancarme aquella prenda, comenzó a mordisquearme los pezones con avidez, como si fueran un suculento manjar digno de un rey, pero sin dejar de acariciar mi sexo con sus dedos. Yo, que también quería participar activamente en la fiesta, le desabroché los ceñidos pantalones de cuero. Fue entonces cuando descubrí que no llevaba ropa interior… Umm, qué viciosillos eran los elfos de ese bosque…

El elfo, cuyo nombre todavía desconocía, separó nuestros labios para poder quitarse con mayor facilidad el estrafalario chaleco. Cuando quedó completamente desnudo frente a mí, pude apreciar más fácilmente su hermoso y esbelto cuerpo masculino. Sus brazos eran fuertes, pero sin llegar a ser excesivamente musculosos, cual culturista descerebrado. En la parte superior de su torso lucía un vistoso tatuaje, consistente en un enorme dragón negro que echaba llamaradas por su horripilante boca. Sus ojos eran de un gris claro, casi pálido, confiriéndole a su mirada un aire espectral, antinatural… Y qué decir de su melena dorada, que se había oscurecido unos tonos al haberse empapado por la lluvia.

— Eres muy hermoso… — susurré, casi sin ser consciente de lo que decía.

El elfo soltó una carcajada divertida ante mi atónito semblante.

— Humanos — replicó con desdén, antes de abalanzarse de nuevo sobre mí con fuerzas renovadas.

Cubrió mi boca con la suya, mientras se colocaba a horcajadas sobre mí. No le costó mucho trabajo arrancarme las braguitas, de la misma forma que había hecho antes con mi camisón. Teniéndome absolutamente a su merced, no se lo pensó dos veces, y me penetró con fuerza, haciéndome gritar de placer.

Fue en ese momento, cuando el recuerdo de Pedro se me vino a la cabeza.
“Esto no es más que un sueño”, me recordé. “No le estás poniendo los cuernos porque esto no es real”.

— ¿Cómo… te llamas? — balbuceé con voz jadeante.

— ¿Acaso importa? — replicó él, antes de comenzar a lamer de nuevo mis pechos como si fueran un delicioso pastel de chocolate.

— A mí… me importa — contesté, mientras le agarraba el trasero, instándolo a que aumentara el ritmo.

— Me llamo Glendall — replicó él con una sonrisa pícara, sin dejar de acariciar y mordisquear mis pechos.

Unos minutos después, ambos nos corrimos entre gritos de placer. Él cayó, satisfecho y agotado a un tiempo, a mi lado sobre el saco de dormir. El cielo bañaba nuestros cuerpos desnudos con su refrescante tormenta estival. Solté un largo suspiro. Aquél había sido con diferencia el mejor polvo de mi vida, y había sido en un sueño.

— Humana — me llamó, fijando la vista en mi cuello —. Me gustaría quedarme con la cadenita que llevas puesta. Como recuerdo de esta noche.

Me quedé mirando la cadenita a la que se refería. Me la había regalado Pedro por nuestro primer año de noviazgo. En ella iban nuestras iniciales grabadas y la fecha en que nos conocimos. No podía dársela a cualquier extraño, y mucho menos a uno con el que le acababa de ser infiel a mi novio.

“Es sólo un sueño”, me recordé. “No le has sido infiel a Pedro, y no vas a darle esta cadenita a Glendall. Sólo es un sueño…”

— De acuerdo — repliqué, con una media sonrisa, al tiempo que me desabrochaba el colgante y se lo tendía al elfo —. Aquí lo tienes.

Glendall tomó mi regalo en su mano, para después cerrarla con fuerza en un puño. Tras aquel gesto, me atrajo hacia él, haciendo que mi cabeza descansara sobre su pecho, hasta que ambos nos quedamos dormidos. Unas horas después, los rayos del sol y la profunda voz de mi padre me devolvieron bruscamente a la realidad.

— Hija, ¿se puede saber qué haces acampada en medio del bosque, y encima, completamente desnuda y llena de barro? ¡Llevamos horas buscándote!

Cuando me di cuenta de que mi padre tenía razón, me apresuré a cubrirme con la manta del saco de dormir. La vergüenza que sentí en aquellos momentos fue indescriptible, pero no mayor que la que sentí, tan sólo unos segundos después.

— Me tropecé con la raíz de un árbol, papá. Me torcí el tobillo…

Mi voz se quebró abruptamente. No podía ser cierto. Cuando levanté el tobillo para demostrarle a mi padre que decía la verdad, resultó que éste se encontraba en perfectas condiciones. Ni siquiera me dolía moverlo. Era como si nunca me lo hubiese torcido.

“¡Oh, Dios mío!”, gritó la histérica voz de mi mente que siempre había sabido que ese sueño había sido de lo más real.

Me llevé la mano al cuello, rezándole a los dioses para que la cadenita de Pedro siguiera allí… “¡Mierda!” Ese elfo hijo de puta se la había llevado.

— ¿Y qué hace tu ropa desperdigada por el suelo? Si Pedro te llega a haber visto en estas condiciones…

Pero yo ya no prestaba atención a las quejas ni los reproches de mi padre. Mi atención se había fijado ahora en un punto muy alejado de allí, concretamente en el tronco de un árbol centenario en el que una criatura del bosque, extremadamente astuta y peligrosa, sonreía en mi dirección. Estaba acariciándose el fino cuello, en el que llevaba puesta la cadenita que la noche anterior yo misma le había entregado…

4 comentarios:

  1. Wowowowowoooooooooooooo, sexo en mitad de un bosque, bajo la lluvia y con un elfo "hijo de puta" buenorro. xDDDDDDDD

    El relato, perfecto. Lo único que te he visto un fallo ortográfico.
    Has puesto:
    -... pensé, retorciendo unos pasos instintivamente...
    ¿No sería "retrocediendo"? xD

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  2. Madre mía, me encanta eso de que sea precisamente un elfo, porque mi cabecita se los imagina desmesurada atractivos º-º
    En serio, ha estado genial, y lo de "Uhm, que viciosillos eran los elfos de este bosque..." me ha matado! *-* xDDD
    Un beso, Athenea.

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  3. Primeramente...

    Amo a los elfos, son criaturas que no sé... terminan atrapándome.

    Segundo, me ha encantado como empiezan con cierta rudeza y el desenlace final.

    Ese "quítate los calcetines" sonó bastante mal, lástima que luego fuera por caballerosidad... me imaginé por segundos a una criatura con cierto fetiche (yo y mi mente)

    Me ha gustado este relato, bastante la verdad.

    Sobre Sho... si supeiras lo que ha vivido. Claro que en mi novela no doy muchos datos. Creo que tanto él, como Yosh, tendran un apartado especial... Ambos son eprsonajes muy ligados a mi dolor, a momentos que he vivido muy dolorosos y ellos han pagado. Debo recompensar a mis personajes pues viven en mi mente desarrollando un teatro que nunca acaba, sólo para mi diversión y cuando lo escribo... para el resto del mundo que quiera leer.

    Sho ha sufrido malos tratos, no diré cómo o cuántas veces, pero quiero que quede claro. Su pareja le maltrataba, por eso condena sus sentimientos... porque él no pudo hacer mucho ya que se veía ligado a ellos.

    Espero que te guste los textos que hay en mi blog, porque ya creo que será acaparado por Yosh y los otros cortos... terminaran en los otros que poseo.

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  4. Cosas que me chocan y ya sabes ¿por qué lleva un camisón al bosque? ¿porqué el elfo me recuerda tanto a uno que yo me se? ¿porque no lleva nada debajo? Al final hasta me ha recordado a una urraca al llevarse la cadenita y lo del final ha sido un momentazo menudo cuadro ver a la hija en pelota picada en mitad del bosque XDDDD.

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