Aquélla era una noche especialmente fría, incluso para ser
invierno. Corría por las desiertas calles del pueblo un viento helado que instaba
a las gentes a refugiarse en sus casas y a no abandonarlas bajo ningún concepto.
No se veía a un alma, sólo a ella. A aquella siniestra y diminuta mujer de la
larga capa negra.
La oscura dama recorría las calles del
pueblo con paso firme y decidido, una calmada determinación la rodeaba. No tenía
prisa alguna por llegar a su destino, a pesar de que el frío helado calaba
hasta los huesos. Cualquiera que la hubiese visto a través de una ventana atravesando
aquel gélido paraje la habría tomado por alguna criatura de la noche que ya no
formaba parte del reino de los vivos.
Se detuvo frente a la puerta de un
pobre y vulgar campesino, famoso por su codicia desmedida. Dio tres suaves
golpecitos en el enorme portalón de madera y esperó a que la recibieran. Cuando
ésta se abrió, la joven de la capa disparó a la cabeza a la mujer que había
salido a recibirla, desfigurando por completo su arrugado rostro. La sangre de
la fallecida salpicó su rostro, tiñéndolo de un vívido color carmesí. Se lamió
los labios saboreando el salado elixir rojizo. Era delicioso. Era el sabor de
la misma muerte. Era el sabor de la venganza. El cuerpo de la mujer cayó de espaldas
al suelo, carente de vida – cual muñeca de trapo –, produciendo un golpe sordo
que reverberó por toda la estancia.
La joven de la capa se adentró en aquella casa desvencijada,
pasando por encima de la fallecida con absoluta impasividad, sin dedicarle ni
una sola mirada de compasión, como si la muerte fuera lo más natural del mundo.
El marido contemplaba atónito la macabra escena con los ojos llenos de
lágrimas, incapaz de contener sus gritos de dolor. A unos metros de distancia
se encontraba su hija pequeña, una damisela de ocho años de edad, tan hermosa y
delicada como un ángel, que observaba el cadáver de su madre, entre paralizada
y estupefacta, incapaz de moverse ni un milímetro.
— Señor Álamo — exclamó la joven de la capa, dirigiéndose
al marido de la difunta con un tono suave y cortés, como si se tratara de una
amiga, como si no acabara de matar a su esposa —, ¿tendríais la bondad de
indicarme dónde ocultáis la llave dorada?
El rostro del marido sufrió entonces
un cambio radical, del dolor por la pérdida de un ser querido a la rabia más
absoluta. La joven de la capa esbozó una sonrisa triunfal. Por mucho que aquel
ser despreciable se empeñara en pretender lo contrario, en su corazón no había
lugar para sentimientos elevados, más allá de la avaricia y el rencor. Y esa
noche, aquel saco de huesos sin alma había revelado por fin su verdadera
naturaleza.
— Jamás te la daré, ¡¿Me oyes bien?! ¡Jamás la tendrás,
maldita zorra del demonio!
La joven de la capa negó dos veces con
la cabeza, aquélla no era forma de tratar a una dama. Pero ella le enseñaría
disciplina a un perro como ése. Apuntó a la cabeza del campesino con la
pistola, y cuando éste cerró los ojos para esperar en silencio su merecido
final, le disparó en la pierna izquierda. Gritó a todo pulmón, un dolor
punzante atravesando su pierna de parte a parte, si bien sabía que aquello iba
a servirle de muy poco. Su casa estaba en la zona más apartada del pueblo, por
lo que desde allí nadie podría oír sus gritos, y aunque lo hicieran, nadie
sería tan estúpido como para enfrentarse a la joven de la capa. Su destino
estaba sellado. La única cuestión que quedaba por resolver era el momento
exacto en que iba a morir.
— Sólo lo preguntaré una vez más, señor Álamo. ¿Dónde
ocultáis la llave dorada?
— Vete al infierno, puta de mierda.
La muchacha estaba a punto de disparar cuando la pequeña se
interpuso entre ella y su padre.
— ¡Esperad! Yo sé dónde está esa llave que buscáis.
— ¡No! Maldita sea, Carmen, ¡no se lo digas!
La pequeña hizo caso omiso a su orden, creyendo que ese
acto heroico por su parte podría salvar la vida de su padre, quien, a pesar de
ser un borracho violento y holgazán, era la única familia que le quedaba tras
la muerte de su madre. Se dirigió hacia la chimenea, sobre la repisa de la cual
descansaba un pequeño cofre de color negro ribeteado en plata. Un objeto un tanto
caro para un campesino, pensó la joven de la capa, al tiempo que una media
sonrisa comenzaba a formarse en su rostro. Ya casi podía paladear el dulce
sabor de la victoria. La pequeña abrió el cierre del cofre y levantó suavemente
la tapa forrada en terciopelo rojo. La joven asesina vislumbró la llave en su
interior antes de que la niña pudiera sacarla y tendérsela en un gesto
tembloroso e inseguro.
— Vuestra hija ha demostrado tener más coraje que vos,
señor Álamo. Ahora, pequeña — dijo, al tiempo que se inclinaba sobre ella para
poder ponerse a su altura—, quiero que salgas inmediatamente de este lugar y
corras lo más rápido que puedas para refugiarte en la casa del vecino más
cercano. Dile que tus padres han muerto y que necesitas que alguien se haga
cargo de ti. Pero, recuerda, es vital que no le reveles a nadie quién soy yo ni
que he estado aquí, ¿me has comprendido? — inquirió, agarrándola con fuerza por
los hombros, pero asegurándose de que no le hacía daño —. Nadie debe saber nada
de mí.
La pequeña asintió enérgicamente con la cabeza y, tras dirigir
una última mirada a su padre, echó a correr hacia el frío viento invernal. A
los pocos segundos se oyeron dos disparos seguidos. La pequeña cerró los ojos
con fuerza, en un vano intento por contener las lágrimas, que ya corrían
libremente por su rostro, al tiempo que incrementaba la marcha. Sus padres
habían muerto a manos de la dama de la noche, pero ella no iba a ser la
siguiente. El viento helado cortaba su piel como si de cien mil pequeñas
cuchillas se tratara. Había contemplado la sangre brotar de la herida abierta
de la cabeza de su madre. Había visto cómo esa misma sangre teñía de rojo el
rostro de aquella mujer endemoniada. Había permitido que esa asesina acabara
con su padre, y la dejara huérfana y desprotegida. No había hecho nada para
detenerla. Y ahora se sentía inútil, impotente. Era como si ella misma hubiese
apretado el gatillo.
Tras varios kilómetros, apareció una pequeña casita a un
lado del camino. Detuvo su desesperada carrera de forma abrupta. Conocía esa
casa como la palma de su mano. De una de sus ventanas parecía filtrarse al
exterior la cálida luz de una chimenea. Era la casa de Louis Bacquerie. Allí
estaría segura de aquella asesina sanguinaria y desquiciada.
— ¡Señor Bacquerie! — gritó a pleno pulmón, como si no
hubiera mañana, como si la vida dependiera de que el dueño de aquella casa
acudiera a socorrerla — ¡Señor Bacquerie! — repitió con más energía si cabe, al
ver que nadie respondía a su llamada. No le cabía duda de que el señor
Bacquerie, aquel caballero francés de acento meloso y modales impecables, la
ayudaría, pues siempre había sido muy amable y compasivo con ella. Cada vez que
se encontraban le regalaba uno de esos dulces de chocolate que siempre comía, y
en más de una ocasión la había dejado dormir en su casa, cuando su padre estaba
demasiado borracho como para ser capaz de distinguirla de su propia madre.
Louis se levantó de la silla donde se encontraba sentado
frente a la chimenea al escuchar los gritos de la pequeña, y se dirigió a la
puerta de entrada con presteza. Reconoció su voz en cuanto la oyó llamarlo por
su nombre, la desesperación tiñendo sus palabras. Se temió lo peor cuando la
vio ante su puerta, temblorosa y cubierta de sangre, sola y desamparada cual
alma en pena. ¿Habría cumplido su padre la amenaza de acabar con la vida de su
esposa? ¿Se habría atrevido ese malnacido a matarla delante de su hija a sangre
fría?
— ¿Qué sucede, Carmen? — le preguntó estupefacto a la
pequeña, pronunciando el nombre de ésta con su delicioso y característico acento.
— Ha sucedido algo terrible, señor. Una tragedia — contestó
la niña, repitiendo palabra por palabra lo que la asesina le había ordenado que
dijera, temblando de frío y miedo a un tiempo —. Mis padres están muertos.
¡Hola, Athena!
ResponderEliminarCreo que soy la primera en comentar y he de decir que echaba de menos tus relatos. Aún así, tengo algunas dudas (y te he visto un error):
Has puesto en el segundo párrafo:
-[...] una calma determinación [...] Creo que querías decir "una calmada determinación".
Más cosas:
¿El relato forma parte de una futura historia? Lo digo porque hay muchas cosas sin resolver y no sé si lo has dejado así para seguir escribiendo más o para sintetizarlo.
Por ejemplo; ¿quién es la chica de negro? ¿Por qué mata a los padres de la niña? ¿qué es la llave dorada? ¿qué abre esa llave? ¿para qué la quiere? ¿Qué relación tiene la mujer esa con la niña pequeña?
Además, me ha resultado un tanto extraño que (a pesar de que su padre fuera todo un "figura") la niña desvelase el lugar donde estaba escondida la llave para salvarle la vida y después se fuera sin más sabiendo que la mujer se lo iba a cargar. ¿Y su madre? La niña tampoco parecía muy dolida con su muerte.
No sé, eso se me ha hecho raro.
En general, me gusta la narración. Sabes cautivar al lector y tu vocabulario es fresco. Eso ya sabes que me encanta. Las pegas que le veo ya te las he dicho. ¿Habrá una continuación aclarando todas esas preguntas? :)
Un beso.
Buenos días, Sun. Vamos por partes. Sí, éste relato es un fragmento de una historia más larga, que, si tiene "éxito" iré subiendo poco a poco. De hecho, es una historia que lleva bastante tiempo en mi cabeza, no es algo nuevo. Quién es la chica de negro y por qué mata a sus padres son preguntas que se irán resolviendo (si sigo subiendo más partes de la historia), pero desde ya te puedo decir que el motivo principal es la venganza. La relación de esa mujer con la niña pequeña, es que la niña le recuerda a ella cuando tenía su edad (también puede verse eso más adelante). Luego, no es que la pequeña no sienta la muerte de sus padres, es que al ver que no puede salvarlos, se resigna a su pérdida y lucha por su propia supervivencia. Por eso se refugia en casa del francés (que luego este personaje también traerá cola) y por lo que no revela que la mujer de negro está relacionada con el asesinato (por temor a las represalias). En fin, todas las dudas que tienes se podrán resolver si finalmente decido subir el relato. (Todo depende de la audiencia xdd).
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y por tus preguntas y reflexiones. ¡Un beso!
Opino como Sun, creo que esto tiene para más y como ya me has respondido por Facebook espero que lo saques adelante porque la historia tiene buena pinta. Sobre todo me gusta la parte que la pequeña debe escapar para ponerse a salvo y cuando la dama de negro le habla con toda la naturalidad del mundo, creo que son los dos mejores momentos del relato.
ResponderEliminarAl empezar a leer los dos primeros párrafos, mi "voz", digamos, ha cogido el tono de un cuento lúgubre. Las palabras me han surgido con una entonación casi cantarina y estremecedora. Creo que me lo estoy imaginando, pero es como si leyera prosa poética. Luego he ido cogiendo el tono de siempre, pero es una sensación muy fuerte que me ha dado al principio. No me tomes por loca, jajaja. (Igual me estoy pasando con la medicación... XD)
ResponderEliminarEn fin, el relato me ha gustado, aunque algo "asqueroso" el momento del disparo a la mujer, ¡siempre metes sangre en tus relatos!
Muy realista, el tiro ese. Y el relato, genial.
Eso sí, como dice Sun, hay muchas preguntas. Sin embargo, tu estilo es impecable y llevadero, y aunque es verdad que me ha llamado la atención la actitud de la niña, el relato me ha gustado mucho.
¡Un beso!
De verdad que tienes una forma propia de envolver al lector. No es el primer ni el segundo de tus relatos que causa ese efecto en mi. El misterio y los interrogantes, viendo que no soy la única, ha dejado una enorme espectativa por la continuación de esta historia. De verdad sigue así y publica pronto, no nos mates de curiosidad :)
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