Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

sábado, 20 de julio de 2013

La dama de la noche. Parte II.

Bueno, después de leer algunos comentarios positivos del último relato que subí ("La dama de la noche"), he decidido subir la segunda parte. Espero que os guste. No dudéis en comentar, ¡un beso!


La luna brillaba en lo alto del cielo estrellado aquella gélida noche de invierno. Las calles estaban teñidas de un blanco impoluto, fruto de la nevada que había caído hacía unos momentos, cargadas de un tétrico sentimiento de nostalgia, como si ellas mismas fueran conscientes de la sangre que había sido derramada. La oscura dama las recorría ahora, encaminándose hacia su hogar, tras finalizar su último trabajo. El trabajo que le daría la gloria.

Entró en la pequeña y vieja casucha que en los últimos meses se había convertido en su vivienda. Ésta consistía en apenas un enorme salón presidido por una larga mesa de color ébano, rodeada por cuatro viejas sillas del mismo material. A  su derecha descansaba una rudimentaria chimenea, que hacía las veces de cocina, mientras que al fondo de la estancia se encontraba un pequeño camastro, donde la joven descansaba las noches que no tenía que trabajar.

Dejó la larga y sedosa capa negra que llevaba siempre sobre los hombros en el respaldo de una de las sillas de madera. Debajo de ésta, su ropa era del mismo fúnebre color. ¿No resultaba irónico que la joven asesina vistiera de luto, como si con ello quisiera honrar a sus víctimas? Pero lo cierto es que la oscura dama había hecho del negro algo así como su segunda piel desde mucho antes de empezar a matar, aunque su mente rehusaba rememorar aquellos sucesos tan terribles. Eso formaba ya parte de su pasado más remoto. Ahora sólo se podía permitir centrarse en su presente más inmediato, pues tenía una misión muy importante entre manos.

“La llave dorada”, se recordó. Por fin era suya. Por fin había conseguido su premio después de tantos años de lucha. Ahora podría alcanzar su ansiada venganza. Ahora podría calmar ese oscuro y corrosivo anhelo que llevaba oprimiendo su pecho desde que tenía uso de razón.

Recorrió la amplia estancia con lentitud, haciendo gala de la elegancia felina que la caracterizaba, a pesar de que no había nadie más en la estancia aparte de ella misma que pudiese admirar sus delicados movimientos. Se detuvo frente al largo espejo que había colgado sobre la chimenea y contempló la imagen que había reflejada en el liso cristal. No se reconocía a ella misma. ¿Era ella aquella fría y cruel asesina cuya imagen el espejo le devolvía? ¿Tanto había cambiado?

Por un segundo un miedo atroz se apoderó de ella. Por un segundo dejó que todo el temor y la incertidumbre que había tratado de reprimir durante aquellos años salieran a la superficie. ¿Y si al intentar que los malos pagaran por sus crímenes se había convertido en una de ellos? ¿Y si al haber tratado de obtener venganza por la sangre derramada no había hecho más que verter todavía más sangre? ¿Y si su alma se había perdido para siempre? “¿Qué importa ya?”, se dijo. Ya no había vuelta atrás.

                                                           ***
Aquella noche hacía mucho más frío del habitual, incluso para ser invierno. Pero ese frío no procedía del ambiente externo. Ese frío nacía en su vientre y se extendía por todos los músculos, huesos y órganos de su cuerpo. Lo sentía correr por sus venas. Lo sentía devorarle las entrañas. Lo sentía golpear con fuerza contra su pecho, al compás de los frenéticos latidos de su corazón.

Louis lo sabía. Sabía que había matado al cura y al abogado, y después a esos criados. Sabía que era la asesina cruenta y sanguinaria que el pueblo quería ver en la horca. Y no sólo lo sabía. Tenía pruebas que la implicaban en el menos uno de los asesinatos: el testimonio de la pequeña niña, a la que había tomado bajo su custodia. Había sido una imbécil dejándola con vida. Pero no podía hacer daño a un ser tan puro e inocente. Nunca sería capaz de hacerle a nadie lo mismo que le hicieron a ella. Y por esa estúpida debilidad iba a acabar en la horca.

— Sé lo que habéis hecho, Margarita — le había dicho Louis precisamente la noche anterior, su voz penetrando cual cuchillo en la tierna carne de la joven —. Y no os quepa la menor duda de que acabaréis en la horca. Aunque sea lo último que haga.
No dudaba de la veracidad de sus palabras. Ese hombre llevaba años tratando de echarle el guante, como para detenerse ahora. Y ella había sido tan estúpida que le había servido en bandeja su propia ejecución. No pediría clemencia. Se dirigiría al cadalso con la cabeza bien alta, aunque se estuviera derrumbando por dentro.

¿Por qué no había podido conformarse con una sencilla vida como campesina? Podría haberse casado con un buen hombre y haber tenido toda una legión de hermosos hijos que se parecieran a él. Los habría cuidado, a ellos y a su hombre. Habría sido feliz, perpetuando la sangre de su marido. Incluso podría haber olvidado su asqueroso y oscuro pasado dedicándose a su familia. Pero en vez de eso había preferido la venganza.
“Venganza”. Ahora esa palabra se le antojaba tan hueca y vacía, carente de sentido. Inútil completamente. “La venganza es para los hombres y para los fuertes. Y tú no eres más que una muchacha frágil e inútil que no hizo absolutamente nada para salvar a su familia”.

Lágrimas rodaron por su rostro al recordar a su familia. A sus padres, muertos por ese cerdo sin alma al que no le tembló la mano para acabar con ellos. Y a todos esos criados desgraciados que lo habían ayudado y cubierto las espaldas, traicionando a sus padres, para complacer al noble y que éste les recompensará por su trabajo.


Todas aquellas sucias ratas se habían merecido la muerte por proteger la llave. No había ningún inocente. No tenía ningún remordimiento por lo que había hecho, así como ellos tampoco lo tuvieron por lo que le habían hecho a su familia. Iba a morir en la horca, sí, pero antes de que eso sucediera iba a matar al marqués, su legítimo hermano, e iba a encontrar el testamento del  padre de ambos, en el que la reconocía como hija suya. Muy pronto todo el mundo sabría que ella no era sólo una vulgar asesina criada en los bosques del Norte. Era la hija del marqués, a la que le habían arrebatado injustamente su derecho de nacimiento.

5 comentarios:

  1. Wow, me encanta ver un poco más dentro del incógnito personaje de la dama de la noche. Uno entiende poco a poco por donde va la cosa, pero la llave que?? me mata de curiosidad saber qué es... Un saludo Athenea no dejes de publicar esta historia :)

    ResponderEliminar
  2. Preguntarse si se estaba volviendo peor que el enemigo me ha recordado a una que tú y yo conocemos bien. Es mi parte favorita pero me esperaba que la asesina buscase algún tipo de poder para ganarle a todas las malas vistas y por haber. Pero los testamentos también encierran mucho poder si se sabe cómo utilizarlo.

    ResponderEliminar
  3. Bueno, ahora la cosa se entiende. Aunque no del todo. Me gusta tu forma de escribir, aunque el ambiente tétrico me da un poco de cosa, ya me recuerdas a Adol. XDD Pero bueno, me ha entrado el gusanillo. A ver cuándo publicas la tercera parte. ^^

    ResponderEliminar
  4. Me ha encantado tu blog, la verdad me parece que tiene muchísima personalidad :) Pásate por mi blog si quieres ( http://callejones-sin-salida.blogspot.com/ ) además quiero encontrar/formar un grupo de bloggers para ayudarnos (te agrego al tuenti) Te sigo, besazos ^^

    ResponderEliminar
  5. ¡Hola! Paso a contarte que tu blog tiene un premio, Pásate por aquí si quieres ver qué es: http://suspirosdesabores.blogspot.com.es/2014/03/premio-liebster.html
    ¡Saludos!

    ResponderEliminar