Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

domingo, 27 de febrero de 2011

Broken dreams


Últimamente solía salir muy tarde de trabajar. Apenas tenía tiempo para llegar a casa, cenar e irme a dormir, pues al día siguiente tenía que levantarme muy temprano. En no pocas ocasiones me había planteado seriamente dejar mi trabajo por otro con un horario más flexible y un sueldo más justo, pero encontrar un empleo con esas características en tiempos de crisis era casi tan factible como hallar una aguja en un pajar. Era muy consciente de que tenía que resignarme con mi suerte si quería seguir comiendo todos los días y pagar las medicinas de mi madre y las facturas a final de mes.
           
Las calles de la ciudad estaban desiertas a esas horas de la noche, a excepción de algunos universitarios borrachos que, al parecer, no tenían muchas ganas de volver a sus casas. Proseguí mi camino con la mirada al frente, tratando en vano de ignorar sus estridentes y escandalosas risas. Ya no faltaba mucho para llegar a casa: dos calles más y alcanzaría mi portal. Ése era otro de los motivos por los que no quería dejar mi trabajo: estaba relativamente cerca de casa.

Miré el reloj distraídamente. Las doce y media. Debería haber llamado a mi madre para hacerle saber que iba a retrasarme, pero ¿para qué? Mi pobre madre ya estaba más que acostumbrada a que llegara a casa a altas horas de la madrugada. De hecho, lo más probable era que se hubiese ido a dormir unas horas antes, cansada de esperarme.

Sacudí la cabeza con fuerza, en un intento de alejar esos funestos pensamientos de mi mente. Estaba dejando sola a mi madre en los peores momentos de su enfermedad, sí, pero lo estaba haciendo para tener el dinero suficiente con el que pagar su tratamiento. Sentí como unas solitarias lágrimas se deslizaban por mi rostro, incapaz de detenerlas. Apreté el paso. Sólo podía pensar en llegar a casa y estrechar a mi madre con fuerza entre mis brazos.

Y lo más curioso es que si no hubiese estado tan ensimismada en mis miserias, tan embebida en mi autocompasión, me habría dado cuenta de que alguien llevaba siguiéndome desde que había salido de trabajar. Pero no fui consciente de ello hasta que ya fue inevitable.

— Buenas noches, preciosa.

Aquella enigmática voz masculina era la más incitante y sensual que había escuchado en toda mi vida y, al mismo tiempo, me resultaba de lo más familiar. Sin saber muy bien por qué, me detuve. Era como si mi voluntad hubiese sido anulada de repente. Como si aquella voz se hubiese convertido ahora en la dueña de mis actos.

Una gélida mano se posó sobre mi hombro con firmeza. Ante aquel inesperado contacto di un respingo. Recobré el control de mi cuerpo súbitamente. Tenía que volver a casa, mi madre me necesitaba. Ni siquiera tenía una idea remota de quién era el dueño de aquella enigmática voz. Si al menos pudiera verle la cara…

Giré sobre mis talones para hacer frente a aquel desconocido tan insolente y decirle que se fuera a tomar viento fresco, mas fui incapaz de hacerlo cuando lo tuve ante mis ojos,  al alcance de mis dedos. No podía ser cierto.

— ¿Clay? — inquirí con un hilo de voz. Las lágrimas caían ahora con más fuerza que antes.

Sus ojos esmeralda se clavaron en los míos con una mezcla de dolor, tristeza y anhelo insatisfecho que me partió el alma en dos. Porque yo sabía perfectamente lo que estaba sintiendo en aquellos momentos. Yo también lo había sentido dos años atrás. Todavía lo sentía, todavía me dolía.

— Sí, cariño — replicó él, forzando una media sonrisa —. Soy yo.

Extendió su mano hacia mí y me acarició la mejilla, no sin cierta indecisión. Era fría como el hielo.

— Creí que habías muerto — confesé entre lágrimas.

El dolor que vio en mi rostro hizo que el suyo se contrajera en una mueca de culpabilidad, pero no por ello su delicada hermosura varió un ápice.

— Lo siento, mi niña — se disculpó, mientras tomaba mi rostro entre sus manos.

Mis sentimientos, reprimidos por tanto tiempo, ocultos en el rincón más oscuro y recóndito de mi mente, surgieron sin control alguno a la superficie, como si la lava de un volcán en erupción se tratase. No pude evitar echarme a sus brazos, sin poder contener mis lágrimas, sin importarme que estuviéramos en mitad de la calle.

— ¡No tienes ni idea de cuánto te he echado de menos! ¡De cuánto te he necesitado!

Me abrazó con más fuerza, apretándome contra su pecho.

— Te equivocas, Victoria. Lo sé muy bien. Lo he sentido en mis propias carnes.

Alcé la mirada y me encontré con la suya de pleno. Con esa verde e intensa mirada que me había hipnotizado desde el día en que le conocí. En ellos se reflejaba la misma tristeza que en los míos. Estaban tan anegados en lágrimas como los míos.

— He vuelto,  y a partir de ahora estaremos juntos. Para siempre.

Aquella promesa, después de dos años de dolor, de depresión, de sueños rotos y esperanzas truncadas, me sonó tan hueca y vacía como un grito en medio del desierto.

— ¡No! — repliqué, soltándome bruscamente de sus brazos — ¡No, Clay! ¡Es demasiado tarde!

Por su rostro pasaron una miríada de sensaciones, desde la confusión hasta la ira. No comprendía mi rechazo. No era capaz de asimilar mi desconfianza hacia él, después de todo lo que habíamos pasado juntos.

— ¿Estás con otro?

No me pasó inadvertido el tono celoso y posesivo que impregnaba su voz, no fue eso lo que llamó mi atención, sino algo que hasta algún tiempo después no fui capaz de identificar: un aire fiero y letal, como si estuviera dispuesto a matar a ese “otro” por el mero hecho de haberse atrevido a mirarme.

— ¡Por supuesto que no! — grité ofendida — ¡Aún te amo! ¡Siempre te amaré!

Aquello lo sorprendió aún más que mi respuesta anterior. Una dulce y traviesa sonrisa, aquélla que yo conocía tan bien, coronó sus labios. Era tan hermoso que casi me dolía enfadarme con él.

— ¿Aún me amas? — me preguntó, con ese tono tan dulce y sensual que sólo él sabía poner, al tiempo que se acercaba lentamente hacia mí.

Tragué saliva con dificultad. Sabía perfectamente lo que iba a hacer a continuación. Y también sabía que no iba a poder resistirme a él.

Tomó mi rostro entre sus manos para después inclinarse sobre mí.  Besó mis labios con pasión y desenfreno, como si no hubiera un mañana. Como si quisiera devorarme con su cuerpo. De nuevo, la gelidez de su piel me sacudió con si de una descarga eléctrica se tratara. No recordaba que su temperatura corporal fuera tan baja.

—Ven conmigo — me urgió, antes de tomar mi mano y tirar de mí con firmeza —. Tenemos que recuperar el tiempo perdido.

Me condujo calle abajo con paso apremiante, como si estuviera ansioso por llegar a algún sitio. En mi interior una mezcla de sentimientos encontrados me invadieron. Necesitaba estar con Clay tan desesperadamente como el aire para respirar, mas el lado racional de mi mente me decía que aquello no podía ser real. Mi marido había muerto dos años atrás y aquella experiencia tan surrealista no podía ser más que una ilusión producida por mi mente enfermiza.

Pero mi cuerpo se negaba a despertar de nuevo a la oscura realidad. Llegamos por fin a una pequeña y vieja casucha abandonada que había visto tiempos mejores. Clay se quedó mirándome fijamente a los ojos, como pidiéndome permiso, antes de sacar una llave del bolsillo trasero de sus vaqueros y abrir la destartalada puerta. Agarrándome con fuerza de la mano, me instó a penetrar en cochambroso lugar.

— Ven, Victoria — repitió con voz incitante, conduciéndome hasta el dormitorio.

La casa estaba sumida en penumbras, por lo que no pude comprobar la calidad de los muebles ni el color de las paredes, aunque a juzgar por la presencia de la fachada, no cabía esperar una estética grandilocuente. Clay cerró la puerta del dormitorio tras de sí y se deshizo de la larga gabardina de cuero negra para después tirarla al suelo con urgencia. De modo que en esos dos años sus modales y fogosidad no habían variado ni un ápice...

— Desnúdate —me pidió con desesperación. Él ya se estaba desabrochando la camisa de seda negra, con sus ojos clavados en mi cuerpo, devorándolo con una mirada ardiente y voraz.

Siguiendo su mandato, me quité la chaqueta marrón de cuero y la dejé con cuidado sobre la cama. Los nervios me devoraban por dentro: estaba a punto de hacer el amor con mi marido, al que creía haber perdido dos años atrás. Alcé la vista hacia él con timidez. Ya se había quitado la camisa y los pantalones, sólo llevaba puestos unos bóxers negros, que se adherían perfectamente a su estrecha cintura. Ahora, casi completamente desnudo, y bañado por la pálida luz de la luna que entraba por la ventana, se apreciaba mejor su larga y ondulada melena rubia, que le llegaba hasta los hombros. Era tan hermoso, que tuve que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para no abalanzarme sobre él, aunque estaba segura de que no se habría quejado lo más mínimo si lo hubiese hecho.

— Cariño, ¿necesitas que te ayude? — me preguntó en el tono más sensual y excitante que jamás había escuchado. No pude sino asentir levemente con la cabeza. Esbozó una sonrisa complacida, antes de venir hacia mí con pasos lentos y calculados.

Comenzó a desabrocharme los botones de mi blusa muy despacio, como si quisiera prolongar al máximo aquel momento tan íntimo y especial. Mientras, yo acariciaba su pecho con anhelo y desesperación. Cómo había deseado acariciarlo de esa manera durante los últimos dos años. Y ahora por fin podía hacerlo.

Me quitó la blusa y contempló mis pechos, cubiertos por mi sujetador negro de encaje con una mirada hambrienta y lasciva. En un momento de arrebato, me lo arrancó, y lo lanzó al suelo, dejando mis pechos desnudos completamente a su merced.

— Te deseo, Victoria — susurró contra mi oído.

Comenzó a besarme de nuevo con pasión, al tiempo que me desabrochaba la falda. Yo lo abracé con fuerza, pues quería sentir de nuevo su piel contra la mía. No importaba que estuviera tan helado como hielo, necesitaba acurrucarme contra él, sentir la protección que me brindaba su cuerpo. Me quitó la falda y las medias y me llevó en brazos hasta la cama, como acostumbraba a hacer cuando todavía éramos un matrimonio feliz. Me besó en los labios con dulzura, antes de deshacerse de sus bóxers y colocarse sobre mí.

— Te quiero, Victoria — susurró, antes de inclinarse sobre mi cuello y dejar un reguero de besos en sentido descendente, hasta llegar a mis pechos.

Mientras tanto, sus manos no se estaban quietas. Me quitó las braguitas y comenzó a acariciarme los muslos de forma incitante.

— Por favor, Clay, hazme el amor — susurré contra su oído, incapaz de soportar por más tiempo la urgencia de estar unida de nuevo en cuerpo y alma a él.

Clay soltó una carcajada complacida. Se le veía muy pagado de sí mismo. En eso tampoco había cambiado ni un ápice.

— Tus deseos son órdenes para mí, mi amor.

Llegamos juntos al clímax. Los años que habíamos permanecido separados no habían hecho sino acrecentar nuestro mutuo deseo. Mi cuerpo temblaba violentamente, como si de una hoja en medio de la ventisca se tratase.  Clay se tumbó a mi lado, y pasó un brazo por mi cintura, apretándome con fuerza contra él. De nuevo esa inexplicable gelidez. La parte supersticiosa de mi alma me gritaba que aquello era un mal augurio y me instaba a que saliera por patas de aquel condenado lugar.

— ¿Volverás a irte? — pregunté, ocultando mi rostro contra su pecho, ignorando abiertamente las súplicas de mi mente.

— No — replicó él con firmeza.

Tras esto me quedé dormida. Ya no pensaba en mi madre. Ya no pensaba en que el hombre que yacía a mi lado me había abandonado dos años atrás. Sólo existíamos él y yo, dormidos, abrazados el uno al otro en la cama de una destartalada casa abandonada en medio de la nada. Sin duda,  aquél debía ser el sueño más surrealista que jamás había tenido.

Desperté, unas horas después. Hacía poco que había amanecido. Alcé el rostro para darle un beso de buenos días a Clay, mas ya no se encontraba junto a mí. Tal vez habría ido al baño, aunque la idea de que todo lo acontecido la noche anterior no había sido más que una mala pasada de mi mente cada vez parecía tener más sentido.

— ¡Clay! — Me levanté de la cama y allí no había ni rastro de su ropa — ¡Clay! Me eché a llorar como una idita. Me estaba volviendo loca: ya ni siquiera era capaz de distinguir la vigilia del sueño. ¿Cómo había podido pensar que mi marido, muerto en un accidente de coche hacia ya dos años, seguía vivo y había venido a buscarme para después hacerme el amor  apasionadamente?
           
Pero la verdad estaba muy lejos de ser tan sencilla. En la pared que había frente a mí había colgado un espejo de cuerpo entero. Al ver mi imagen reflejada en él no pude evitar advertir dos marcas rojas en el lado derecho de mi cuello, como si me hubieran mordido, perforando la delicada piel de esa zona. No podía ser cierto. Me eché a temblar de miedo e incredulidad. Aquellas marcas sólo podían significar una cosa. Volví a la cama y me senté en ella, tratando inútilmente de buscar una explicación racional a aquella situación. Fue entonces cuando vi la nota doblada sobre la mesita de noche. La abrí con ansiedad y me dispuse a leerla sin más dilación.
           
Mi querida Victoria:
Sé que todo esto te estará pareciendo muy raro en estos momentos. Debería habértelo confesado anoche, incluso antes de haberte hecho el amor, pero te amo tanto, y deseaba tanto estar contigo, que no habría podido soportar que me rechazaras tras haberte contado la verdad. Creí que merecía al menos una última noche contigo. Te pido disculpas también por haberme alimentado de ti, pero llevaba horas sin comer, y tu sangre es tan dulce y tentadora como tu propio cuerpo. Simplemente, no pude resistirme. Lo comprenderé si no quieres volver a verme, pero en caso contrario, estaré aquí, ésta y todas las noches. Esperándote.
                                                           Te amo,
                                                                       Tuyo siempre, Clay.”
           
Releí la nota varias veces, incapaz de creerme todavía que aquellas palabras pudieran ser ciertas. Pero lo eran. El cielo me había dado una segunda oportunidad para estar con mi marido. Para siempre. 

3 comentarios:

  1. No está mal la trama, pero espero leer más capítulos para comentar mejor. Ya sabes que me encanta cómo escribes =)
    Además, el tema de los vampiros es uno de mis favoritos.
    Sigue escribiendo así y que sepas que tienes a una lectora fiel!

    p.d. Me encanta esa melena rubia de Clay xD

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  2. Hola, se presenta por fin aquel que prometía sus comentarios desde hacía tiempo. Como ya sabes he estado muy liado y hasta ahora no había podido empezar. Este primer relato me ha gustado bastante. Es intenso aunque yo el tema de los vampiros no lo toco en tema así romance pero esta muy bien. Voy a leer los siguientes.

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  3. Buenas noches...

    Hace mucho que no pasaba por aquí, tal vez desde que el trabajo me absorbió, el proyecto casi me dilapidó la vida y finalmente la muerte de mi abuela me arrancó el aliento. No había perdido la inspiración ni las ganas de escribir, tampoco las de leer. Sin embargo, debía olvidarme de los lugares habituales para concentrarme más en mi mismo y en actividades más estúpidas y extrañas.

    Esto no es excusa para no haberme pasado antes, pero espero que lo comprendas. Mi vida se fue al demonio y bueno, ahora intento animarme leyendo cosas como estas.

    Clay me parece un personaje muy atractivo, aunque digamos que me recordó un poco a Lestat tal vez por el descaro de la nota final.

    Una historia bien narrada como siempre, como tienes acostumbrados a todos.

    Atentamente,

    Lestat

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