Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

viernes, 15 de julio de 2011

Parte IX. Final.

Bueno, chic@s, aunque he tardado "un huevo", y de verdad que pido disculpas, aquí tenéis la última parte de "Perfume exótico". Acabo de terminarla, así que si hay errores ortográficos o gramaticales, decídmelo por comentario, please. En fin, espero que os guste y que os lo estéis pasando bien durante vuestras vacaciones. No me enrollo más y os dejo con la historia. ¡Un beso! Att. Athenea.




Un hormigueante cosquilleo me despertó a la mañana siguiente. Lo sentí recorrer mi vientre en sentido ascendente, para después detenerse en mis pechos. Tras una pequeña pausa, continuó su “viaje” hacia mis labios. Aquellas caricias tan tiernas y ardientes a un tiempo estaban haciendo estragos en mi sistema nervioso.

Abrí los ojos de golpe para encontrarme de pleno con Pablo, que estaba acostado a mi lado, con una rosa roja en la mano. La rosa con la que me había estado acariciando todo el tiempo.

El color negro de las sábanas de satén que arropaban la cama contrastaba con su cabello rubio, así como con su piel, tan blanca como los copos de nieve que revestían el paisaje invernal de su Suecia natal.

— Hace un día maravilloso ahí fuera, ¿sabes? — apuntó, señalando hacia la ventana, a través de la cual entraban a raudales los brillantes rayos del sol — Si quieres, después de comer podemos salir a dar una vuelta. A no ser que prefieras hacer otra cosa más provechosa…  
           
A pesar de lo que había pasado la noche anterior entre nosotros, aquella sonrisa pícara todavía conseguía ponerme colorada.
           
— Supongo que tenemos tiempo para todo, ¿no? — repliqué, tratando de igualar su tono sexy y despreocupado, en lo que, por cierto, fracasé estrepitosamente.   

— Umm, ya veo que sigues teniendo ganas de fiesta, ¿eh, gatita? — mientras decía esto, se sentó a horcajadas sobre mis caderas, lo que me hizo percatarme de que el rubiales no llevaba ropa anterior.

“Creo que el que de verdad tiene ganas de fiesta aquí eres tú, colega”, pensé para mis adentros.

— ¿Prefieres ponerte tú encima esta vez? — inquirió con total naturalidad, como si acabara de darme a elegir entre ir al cine o a una cafetería para pasar la tarde. Mientras, no dejaba de acariciarme el cuerpo con la rosa.

— Deberíamos ir a preparar el desayuno, ¿no te parece? — dije, eludiendo su pregunta deliberadamente, antes de quitarle la rosa y dejarla sobre la mesita de noche. Si dejaba que me siguiera acariciando de esa manera, no saldríamos nunca de la cama.

Mi vista se clavó entonces por casualidad en el reloj de la mesita y vi que marcaba más de las doce y media. Nunca en mi vida me había despertado tan tarde, claro que la noche anterior había sido realmente agotadora para ambos…

— Kathinka lo preparará — replicó con una sonrisa, agitando la mano en el aire con despreocupación —. Tú eres la señora de la casa, no tienes que hacer nada… Excepto complacerme sexualmente, claro está.

— Yo no soy tu esclava sexual — contesté, fingiendo estar muy ofendida.

— Por supuesto que no. Yo soy tu esclavo.

Tras aquella declaración, acercó su rostro hacia el mío y me regaló un beso de buenos días en toda regla, que me dejó mareada durante varios segundos.

— ¿Sabes? Me quedaría todo el día en la cama.

— Sí, eso deseaba yo también cuando tenía que levantarme temprano todos los días para ir a la universidad, justo antes de que me secuestraras y me obligaras a  pasarme casi una semana entera atada al cabecero de tu cama… — respondí con sorna.

Pablo enarcó una ceja al tiempo que una sonrisa maliciosa comenzaba a dibujarse en sus labios.

— ¡Oh, vamos! No me digas ahora que no lo hemos pasado bien estos días…

Unos golpes en la puerta interrumpieron abruptamente su discurso.

— Señor, ¿desea que les prepare el desayuno?

Aquella mujer, siempre tan servicial con Pablo. Conmigo, sin embargo, no había demostrado en todo ese tiempo ninguna sincera muestra de simpatía. “Yo sólo sigo órdenes de mi señor”, replicaba siempre que le hacía alguna pregunta demasiado comprometedora o personal. En ocasiones me preguntaba si tantos años sirviendo a la familia de Pablo no habrían anulado por completo su personalidad.

— ¡Sí, por favor!

— Como quiera, señor — respondió la criada, antes de marcharse en dirección a la cocina.

— ¿Sabes? No soporto que me llame “señor”. Mi padre la obligaba a llamarlo así, y parece que se piensa que yo quiero que haga lo mismo conmigo — comenzó a explicarme, al tiempo que se levantaba de la cama para vestirse. Mientras lo hacía, no pude evitar fijar la vista en su cuerpo desnudo, que parecía esculpido en mármol blanco —. Me alegra ver que mi cuerpo te complace tanto como a mí el tuyo.

Al oírlo pronunciar aquellas palabras, desvié la mirada hacia su rostro. Me había pillado mirándole el trasero, y aquel descubrimiento parecía divertirlo sobremanera.

— ¿Qué te parece si antes de tomar el desayuno nos duchamos juntos? — inquirió con una sonrisa pícara.

— La verdad es que me parece una idea perfecta.

Antes de poder arrepentirme de mis palabras, el rubiales tiró al suelo los pantalones que había estado a punto de ponerse, y me cogió en brazos.

— Sus deseos son órdenes para mí, milady — replicó, llevándome hasta el baño, el mismo donde habíamos estado a punto de hacerlo sólo unos días antes.

— A pesar de todo lo que hicimos anoche, tengo ganas de más, ¿sabes? Nunca me había pasado esto con una mujer, Sofía — dijo, mientras me estrechaba con fuerza contra su pecho, y enterraba su rostro en mi cuello —. Puede que sea por tu olor. Es irresistible… Es… exótico.

Ante aquel extraño comentario sobre mi olor, no pude sino echarme a reír. No entendía por qué Pablo me encontraba tan exótica y fascinante. Ningún hombre lo había hecho nunca. Pero lo cierto es que me encantaba ser tan especial para él.

En cuanto sus labios rozaron la delicada piel de mi cuello perdí la noción del tiempo. Comenzó a mordisquearlo juguetonamente al tiempo que me acariciaba la espalda desnuda. Enredé mis dedos en su precioso pelo dorado, instándolo a continuar. Nunca me había sentido tan unida a una persona como en aquellos momentos. No existía nadie más en el mundo, sólo nosotros dos. Sólo nuestros cuerpos fundiéndose en uno solo.

Sin dejar de acariciarme, entró en la ducha conmigo todavía en sus brazos. Abrí el grifo del agua caliente, dejando que nos bañara suavemente mientras nosotros nos amábamos tiernamente. Con cuidado, Pablo me tumbó sobre el suelo de la ducha y se colocó sobre mí.

Desde esa posición, el chorro del agua caía directamente sobre su espalda y su trasero. Alzó su cabeza para que el agua mojara su dorada cabellera, haciendo que ésta se tornara unos tonos más oscura.

— ¿No te encanta bañarte, preciosa? — inquirió con una dulce sonrisa.

— Contigo sí — repuse, devolviéndole la sonrisa.

El rubiales soltó una carcajada de júbilo antes de inclinarse sobre mí y comenzar a acariciar mis pechos con avaricia.

— ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gusta tu cuerpo?

— No las suficientes — contesté con una sonrisa pícara.

— Pues me encanta — enfatizó, antes de sustituir las manos por su lengua.

Cuando comenzó a mordisquear mis pezones creí morirme de placer. Pero aquello no había hecho más que comenzar. Comenzó a acariciar mi cuerpo en sentido descendente con su mano derecha hasta llegar a la zona más delicada de mi anatomía.

— Pablo…

— Tchss, tú deseas esto tanto como yo.

Tras esto, el último resquicio de duda o resistencia que albergaba en mí se desvaneció. Dejé que Pablo me acariciara, al tiempo que nuestros labios se deleitaban en dulces y ardientes besos. Sentía cada fibra de mi ser conectada a él, y cada vez que acariciaba, una pequeña descarga eléctrica me atravesaba.

Clavando en mí sus verdes pupilas, me separó las piernas levemente colocándose entre ellas con suma delicadeza, de la misma forma que en la noche anterior. Me pregunté entonces si todos los hombres serían igual de considerados.

Cuando me penetró, sentí como si me elevara al cielo. Mil escalofríos atravesaron mi cuerpo, acrecentados por la sensación del agua caliente cayendo sobre nuestros cuerpos desnudos.
           
Pablo fue incrementando el ritmo, hasta que ambos nos corrimos. Recuerdo que lo abracé con fuerza y él me dio un beso en el pelo.
           
— Sofía, no me dejes nunca  — susurró con voz ronca contra mi oído.
           
— Nunca — repliqué con firmeza —. Nunca te dejaré.

3 comentarios:

  1. Los escalofríos me entran a mi xDDD
    No se lo que te proponías conseguir, pero has hecho que en el último párrafo sienta la angustia de poder perder a Sofía. Y esa sensación me ha encantado. Me encanta tu manera de expresarte y de sentir.
    Eres increíble atenea.
    Muchos besos.

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  2. Me encata como todas las entradas que tu escrives Athenea, son geniales, aunque no sale el oso jogie con palomitas!! XD jijijiijijjiijijiji y mira que me lo habias prometidoooo!! :D
    buenooo el caso es que como siempreeee genial, un besitoooooo... :)

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  3. Acabo de llegar de vacaciones y me encuentro con esto. O.O Me has dejado petrificada en serio. Que bonito, co*o. x) Me encanta como describes los sentimientos de ambos personajes, jo. Es precioso.

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