Aprovecho también para anunciaros que he ganado el concurso de relatos de miss Kirtashalina por mi relato El violinista. Podéis pasaros por aquí para leerlo si queréis: http://kirtashalina.blogspot.com/2012/02/ganadores-del-concurso.html
Sin más dilación, os paso ahora el relatillo que he escrito. Espero, hermanos míos, que sea de vuestro agrado. ¡Un besín!
Héctor
Como venía siendo usual durante las dos últimas semanas, una ira oscura e insana rezumaba por cada poro de mi piel. Subí el volumen de la música dejando que la eléctrica Paranoid de Black Sabbath me envolviera en su delirante danza metalera. Seguro que ese dichoso pelirrojo ni siquiera era capaz de apreciar la buena música con la misma intensidad que yo, pero eso no hacía sino conducirnos de nuevo a la interminable pregunta retórica: “¿qué tiene este gilipollas que no tenga yo?”.
La respuesta, aparentemente, era bastante sencilla: una elegancia, educación y modales de los que yo carecía. Por supuesto, el inusitado color de su cabello era un plus que lo convertía en un espécimen “exótico” y codiciado por el sexo opuesto. Rechiné los dientes con fuerza. Por muy educado que fuera ese gilipollas, él no podía darle a Sun lo que necesitaba.
Pero el problema residía precisamente en que ni la propia Sun era consciente de lo que necesitaba. La falta de afecto y apego emocional con la que había tenido que lidiar desde bien pequeña la había convertido en una mujer independiente, pero también muy ingenua. Era una criatura contradictoria y quizá ésa era una de las razones por las que me sentía tan atraído por ella. Necesitaba afecto porque nunca lo había recibido, pero al mismo tiempo se resistía a establecer cualquier tipo de contacto, -especialmente físico-, con otras personas por el mismo motivo.
En cambio, toleraba que ese puto pelirrojo de los cojones la toqueteara a su antojo.
Me aferré al volante con toda la fuerza de mis manos descargando en él la rabia que me consumía. ¿Por qué siempre que pensaba en ese tío me entraban ganas de estrangular a alguien? Y Sun no hacía más que defenderlo. ¿Tan ciega estaba que no se daba cuenta de cuáles eran realmente las intenciones de ese tipo? Por suerte para ella me tenía a mí. Y mientras me quedara un soplo de vida en el cuerpo no permitiría que ni él ni ningún otro cabrón de su calaña se propasaran con ella.
Sun nunca nos había invitado ni a mí ni a Yanko a su casa, siendo fiel nuevamente a su británica frialdad, pero a pesar de ello aquella tarde decidí presentarme allí sin avisar. Por mis santos cojones iba a escuchar todo lo que tenía que decirle sobre su “amado” pelirrojo sin rechistar. Yo, como observador externo, tenía mayor capacidad para apreciar la situación de forma objetiva y ella no podría rebatir mis argumentos.
Hay veces en la vida en las que para ver la realidad con claridad necesitamos que otros nos iluminen el camino y aunque quizá yo no fuera la persona más indicada para hacerla entrar en razón, alguien tenía que poner las cosas en su sitio. Y nadie podía negarme que yo era de las pocas personas que se preocupaban de verdad por ella, lo que me daba el derecho a tratar de protegerla a toda costa.
Al haberme saltado varios semáforos en rojo no tardé en llegar a mi destino. Infringir las normas del código de circulación no era algo que acostumbrara a hacer con asiduidad, pero aquel día estaba demasiado frenético como prestar atención a otra cosa que no fuera a tratar de controlar mis impulsos homicidas.
Me apeé del vehículo después de haberlo aparcado en un lugar poco recomendable y me dirigí con paso firme a la puerta de su casa. No me detuve demasiado en admirar la arquitectura del edificio ni el trazado de la calle a pesar de que tal vez sean este tipo de cosas las que se esperan de un artista. Llamé al timbré dos veces y esperé con fingida parsimonia a que la señorita Burdock se dignara a abrirme la puerta.
Oí que desde el interior de la casa unas fuertes pisadas se dirigían en dirección a la puerta de entrada. Unos ladridos de perro completaban el cuadro, indicándome así que Sun tenía un guardián en esa casa que se pondría frenético si me veía gritarle a su dueña. Pero bueno, yo sólo quería lo mejor para ella, el perro y yo estábamos en el mismo bando, ¿no?
— ¿Héctor? — inquirió un segundo después de abrirme la puerta con la más absoluta confusión escrita en su rostro — ¿Qué haces aquí?
— Yo también me alegro de verte, Sun — mascullé con acritud, incapaz de tragarme la irritación que me consumía por dentro —. Necesito hablar contigo de un asunto, ¿me dejas pasar o tengo que entrar a lo Jackie Chan?
La cara de Sun ante mi pregunta fue todo un poema. Sus mejillas se colorearon de un intenso tono rojizo y sus ojos descendieron hasta posarse sobre el suelo de mármol que decoraba su casa. ¿Cómo era humanamente posible amar y odiar a un tiempo aquel gesto tan pueril?
— Pasa — accedió finalmente, no sin cierta reticencia.
El perro, que si mal no recordaba se llamaba Quemado, me soltó un ladrido muy poco amisto en cuanto puse un pie en el interior de la casa. ¿Simplemente estaba marcando territorio o de verdad pensaba que yo era capaz de hacerle daño a su dueña?
El chucho, no contento con tratar de intimidarme con su lenguaje perruno, me recorrió de arriba abajo con una mirada que decía a todas luces: “tócala y eres heavy muerto”. Le devolví la mirada con otra de mi cosecha y me di la vuelta en dirección a Sun, que seguía con la vista clavada en el suelo. Al parecer, su mente todavía no había sido capaz de procesar el hecho de que yo me encontrara en su casa.
— ¿Podemos ir a hablar a un sitio más tranquilo? — pregunté, lanzándole al perro una mirada elocuente. Sun, pareciendo comprender que Quemado y yo éramos espiritualmente incompatibles, me hizo un gesto con la mano en dirección a las escaleras.
— Si quieres podemos ir a mi cuarto — me sugirió, la congoja impregnando su voz. Sí, en más de una ocasión me había imaginado en su habitación, a solas con ella. Sólo que en aquellas “ensoñaciones” lo que hacíamos no era precisamente hablar…
Asentí con la cabeza ante su propuesta y dejé que me precediera en el camino por las escaleras, de forma que pude tener durante todo el trayecto una vista privilegiada de su perfecto trasero.
“Héctor, céntrate o acabarás poseyéndola en plan mandril sobre las escaleras… ¡Mierda, sabía que tendría que haberme puesto unos pantalones más anchos!”.
Cuando llegamos a la primera planta, Sun me condujo a través de un amplio pasillo hasta una puerta cerrada.
— ¿Ha sucedido algo malo, Héctor? — inquirió, dejando que la preocupación tiñera su voz. Aunque su cara reflejaba todavía el recelo que sentía porque alguien fuera a invadir su espacio personal, abrió la puerta de la habitación y con un gesto de cabeza me invitó a pasar — Debe ser algo importante si te ha traído hasta aquí…
Durante unos segundos me vi incapaz de articular palabra. Mi mirada se dirigió de forma involuntaria hacia el lecho de Sun, una enorme cama de matrimonio sobre la que podían hacerse cosas mucho más divertidas que dormir…
— ¿Héctor? — me llamó alzando levemente la voz, lo que me devolvió de forma súbita a la realidad.
— Sun, sabes perfectamente por qué estoy aquí. Ese… — a duras penas fui capaz de contenerme para no soltar por la boca todo lo que pensaba de ese puto pelirrojo —. La situación con Max se te está yendo de las manos.
La transformación que sufrió su rostro cuando aquellas palabras salieron de mis labios me indicó que quizá no había abordado el tema con el tacto necesario. Claro que, bien mirado, ¿qué coño importaba eso?
— Héctor, ya hemos hablado de esto en varias ocasiones. Max sólo intenta…
— Follarte — la interrumpí, sintiendo cómo toda la rabia que bullía en mi interior se precipitaba de forma acelerada hacia la superfície —. Puede que tú no te des cuenta porque eres demasiado inocente en según qué cosas, Sun, pero eso es lo que quiere. Lo sé. Soy un hombre y veo cómo te mira. En sus ojos no hay preocupación o desinterés, sino pura lujuria.
Aquello pareció provocar en ella el mismo efecto que si a mí me hubieran dado una patada en la entrepierna con unas botas de punta metálica. Su rostro se convirtió entonces en el reflejo de una escala de sentimientos encontrados que fueron apoderándose de ella durante los siguientes minutos. Primero la confusión y la vergüenza; después, la rabia que seguramente sentía porque había tachado a su amado de cabrón pervertido; el abatimiento y la tristeza porque su amigo la estaba tratando de una forma que, a su juicio, debía de ser muy cruel. Por último, una oscura y descontrolada ira tomó posesión de su cuerpo, haciéndola explotar.
— ¡No hables así de él! — gritó totalmente fuera de sí — Él es la única persona que se ha preocupado por mí desde que empezó el curso.
— ¡¿La única persona que se ha preocupado por ti?! — troné, sintiendo cómo la vena de mi cuello comenzaba a hincharse peligrosamente — ¡¿Y qué hemos estado haciendo Yanko y yo todo este tiempo?! ¡¿De verdad crees que le importas a ese pelirrojo estirado más que a nosotros?! ¡¿De verdad crees que, llegado el momento, ese cabrón no te dará la patada?!
— Tú no conoces a Max — siseó, destilando veneno cual víbora selvática.
— ¿Y tú sí? — repliqué con sarcasmo — De verdad, Sun, te creía más lista. No pensaba que a ese capullo le fuera a ser tan fácil hacerte caer en sus fauces.
— ¡¿Por qué hablas de él de esa manera?! — estalló — ¡No te ha hecho nada!
— ¡¿Que no me ha hecho nada?! Trata de tirarse a la mujer que… — me interrumpí abruptamente. No podía seguir por ese camino.
— ¿La mujer que qué? Termina la frase.
“La mujer que amo”, finalicé para mis adentros.
— La mujer que se ha convertido en una de mis mejores amigos.
Aquello pareció apaciguarla levemente, pero no demasiado porque sólo unos segundos después volvió a la carga.
— Si soy una de tus mejores amigos, ¿entonces por qué me tratas así? ¿Acaso disfrutas humillándome?
Eso fue un golpe muy bajo por su parte. Lo único que hacía era preocuparme por ella, tratar de protegerla y, no sólo no me lo agradecía, sino que además se sentía ofendida y humillada. ¿Quién entendía a las mujeres?
— ¡Yo no disfruto humillándote! — “de hecho, disfrutaría mucho más haciéndote otras cosas más productivas, pero éstas requerirían un contacto físico que seguramente tú no estarías dispuesta a establecer” — Son tu obstinación e inmadurez las que me obligan a hablarte con cierta rudeza — inspiré hondo y cerré los ojos con fuerza en un intento por controlarme. Quizá la clave del éxito residía en la calma de espíritu y en una conversación civilizada —. Prométeme que no vas a volver a verlo fuera del instituto, Sun. Prométeme que no volverás a quedarte a solas con él nunca más.
Durante un par de minutos no respondió. Tenía sus azules pupilas clavadas en mí, atravesando mi carne de parte a parte. La perplejidad se reflejaba en cada centímetro de su piel, pero ésta no tardó en ser sustituida por otro sentimiento mucho más poderoso y visceral: la indignación.
— Who the fuck do you think you are?! — estalló, soltando una parrafada en su lengua maternal de la que no entendí ni la mitad — You’re no one to tell me what to do! I’m really sick and tired of your “macho” behaviour and…
— Colega, si vas a insultarme al menos hazlo en un idioma que pueda entender — la interrumpí, igualando su tono chillón e iracundo y sintiendo cómo la adrenalina volvía a inundar mis venas a una velocidad de vértigo —. ¿O acaso no tienes lo que hay que tener para decirme en español lo que piensas de mí a la cara?
Sun pareció dudar durante unos segundos, como sopesando las consecuencias que expresar lo que sentía en la lengua de Cervantes podría acarrear. Finalmente, haciendo acopio de un valor que ni yo mismo sabía que tenía, contestó:
— Lo que he dicho ha sido que tú no eres nadie para decirme lo que te tengo que hacer y que estoy harta de tu actitud de macho dominante — sus mejillas habían vuelto a adquirir ese adorable color escarlata, pero en esta ocasión la causa no era la vergüenza, sino la furia —. Me las he apañado bastante bien yo sola durante todo este tiempo y no necesito que juegues el papel de padre conmigo. Déjame en paz, Héctor. No tienes derecho a meterte en mi vida privada. Si vas a seguir por ese camino, no quiero tener nada que ver contigo.
Aquel discursito activó un detonante que había permanecido dormido en mi interior durante largo tiempo. Tratándose de Sun, había tratado siempre de mantener mis impulsos vikingos a raya, pero aquellas desdeñosas palabras dirigidas hacia mi persona habían resquebrajado el poco autocontrol que me quedaba. Salvando en dos zancadas la distancia que nos separaba, la aferré por los hombros con toda la fuerza de mis manos y la zarandeé, dejando que la desazón que sentía por dentro bullera libremente.
— ¡¿Vas a permitir que ese cabrón destruya nuestra amistad?! — grité fuera de mí y quizá presionando sus hombros con más fuerza de la que pretendía — ¡¿Tan poco te importo?!
Sun comenzó a sacudirse y a forcejear bajo mis manos, lanzando puñetazos al aire que en ningún momento llegaron ni a rozarme. Retomó de nuevo su ininteligible parrafada en inglés y trató de darme algún que otro rodillazo.
— Fucking bastard son of a bitch!! Take your dirty hands off me!! You don’t have the right to treat me like an animal!! You heard me, psico?! LET ME GO!!!!
Sin que supusiera demasiado esfuerzo por mi parte -pues Sunny era un peso pluma-, la alcé en vilo para después estamparla contra la pared que había tras ella. Todavía no tenía muy claro qué diablos estaba haciendo, pero dejarme llevar por mis instintos después de tanto tiempo reprimiéndolos me hacía sentirme liberado, poderoso.
— What the fuck are you doing?! — gritó a pleno pulmón de tal forma que casi temí por la salud de mis tímpanos.
— Don’t know. Maybe I wanna fuck you.
Los ojos de Sun se abrieron en su totalidad reflejando así la perplejidad que mis palabras le habían producido. Antes de que pronunciara sus siguientes palabras ya sabía lo que iba a decir.
— ¡Pervertido, suéltame ahora mismo! ¡No puedes hacerme esto!
Intensificó su forcejeo asestándome un fuerte puntapié en la rodilla derecha que casi me hizo daño. Se retorcía de forma frenética y gritaba con desesperación, cual gato pulgoso en medio de una tormenta de verano. A pesar de que no nunca me había considerado un sádico, no pude sino soltar una carcajada divertida ante aquella escena. Se lo merecía por preferir al pelirrojo antes que a mí.
Siguiendo un impulso que nacía desde lo más profundo de mis entrañas, apresé su cuerpo con el mío de forma que apenas quedaba espacio entre nosotros para poder respirar. Me sentí incapaz de resistir la invitación que ofrecían sus labios entreabiertos y los cubrí con los míos en un beso hambriento y desesperado.
Su forcejeo se volvió entonces más violento y frenético. Puñetazos y puntapiés se sucedían sin ton ni son, pero aquello no me impidió continuar con mi labor. Llevaba meses deseando saborear esos labios, tener su cuerpo de hada pegado al el mío, acariciar su piel desnuda con mis manos, como para detenerme ahora. No fue hasta que madame Estrecha me mordió el labio inferior con saña cuando mi cuerpo se vio forzado a parar.
Un leve olor metálico inundó mis fosas nasales, señal inequívoca de que me sangraba el labio inferior… Y no era la única señal inequívoca que mi cuerpo manifestaba. A estas alturas del partido, me resultaba imposible ocultar la enorme erección que aquel breve pero intenso contacto físico me había provocado. La vista se me fue a aquella parte de mi anatomía que con tanta urgencia exigía mi atención –y sobre todo la de Sun- y no pude reprimir una sonrisa traviesa. Sun apartó la mirada, tremendamente incómoda y avergonzada, y la clavó en un punto indeterminado de la habitación, como si el mero hecho de mirarme le causara una profunda repulsa.
Viendo que su lucha se había detenido, al menos momentáneamente, decidí aprovechar la oportunidad. Dirigí mis labios a su cuello desnudo y comencé a darle pequeños mordisquitos en sentido descendente, desde la barbilla hasta la clavícula. Aquello no hizo sino reactivar sus frenéticos instintos homicidas con tal vehemencia que consiguió liberar uno de sus brazos de mi férreo agarre. Dirigió entonces su mano hacia mi barba y estiró de ella con toda la fuerza de la que fue capaz.
Aquel ataque por su parte me pilló totalmente desprevenido, cosa que ella aprovechó para darme un fuerte rodillazo contra el pecho que me hizo trastabillar hacia atrás. La mesita de noche fue a cruzarse en mi camino haciéndome caer al suelo de espaldas con ella encima, en una posición que a mí se me antojó terriblemente sexual.
Agarrándola con fuerza por sus posaderas y tomando gran impulso, la deslicé bajo mi cuerpo colocándome sobre ella y presionando mi apremiante erección contra su cadera. Después le sujeté los brazos por encima de la cabeza y la reté con la mirada a que tratara de liberarse.
— ¡Maldito mandril salido, quítate de encima ahora mismo!
Aquel insulto tan salchichero como poco original me hizo estallar en sonoras carcajadas, que se detuvieron abruptamente cuando la señorita Burdock me asestó un rodillazo en una parte de mi anatomía que Dios creó para que fuera tratada con cariño y un mínimo de respeto. Nuevamente Sun aprovechó mi aturdimiento, esta vez para darme un fuerte empujón con el que consiguió liberarse de mí.
— ¡Hija de puta! — grité con todas mis fuerzas mientras me retorcía de dolor en el suelo. La muy cabritilla se puso de pie de un salto y atravesó la habitación como una exhalación en dirección a la puerta. Pobre ilusa. Como si eso fuera a servirle de algo.
Sun
“Héctor is completely out of his mind!”. This was the first coherent thought that came up to my mind when I finally could get out of the bedroom. I hadn’t even noticed before that he wanted to… To what? Rape me? “Maybe he loves me”, replied the romantic voice of my mind. “Shut up!”, shouted the rational one.
I went down the stairs as fast as I could, trying not to let the fear I was feeling take control of my body. Héctor was a rapist. A fucking psico rapist. The question now was: “How the hell I stop him?”
I arrived at the kitchen a few minutes later. Quemado was there, drinking some water from his bowl and, for some reason, I felt safer with him by my side. All of a sudden, I saw a frying pan by the sink and a bizarre idea came to me.
— ¡Sun! — oí que gritaba Héctor desde las escaleras. Así que ya había conseguido levantarse. Bueno, quizá después de un buen sartenazo en la cabeza se le quitaban las ganas de fiesta…
Aferré el mango de la sartén con fuerza, siendo consciente de que aquella herramienta de cocina era la única arma que podría salvarme de esa bestia vikinga salida. Claro que, llegado el momento, no sabía si iba a ser capaz de golpear a alguien que hasta ese momento había sido un buen amigo. Uno de mis únicos apoyos en los últimos tiempos. “¡Sun, reacciona! Ese rubio desgreñado quiere violarte”. Y la voz racional de mi mente volvía a tener razón.
Quemado, seguramente “oliéndose” que sus sospechas hacia Héctor no habían sido infundadas, se colocó en posición defensiva delante de mí, con la cola tiesa y los ojos desorbitados. Sentí que el pecho se me hinchaba de orgullo al ver que mi perro sería capaz de hacer cualquier cosa por defenderme.
— Sun, ¿creías que ibas a poder escapar de mí?
Sentí que hasta la última fibra de mi cuerpo se tensaba al verlo ahí, con sus casi dos metros de estatura apoyado contra el marco de la puerta, en actitud desafiante. Tendría que ponerme de puntillas para poder arrearle bien… Quizá Quemado pudiera distraerle para facilitarme la ejecución del plan de ataque, pero ¿cómo narices te coordinabas con un perro para deshacerte de un atacante?
En dos zancadas aquel gigante vestido de cuero salvó la distancia que nos separaba. Su mirada iba del perro hacia mí y reflejaba la irritación que lo embargaba. ¡El muy cabrón! Encima se atrevía a cabrearse conmigo por querer defenderme de forma legítima.
Cuando lo tuve a escasos centímetros de mi cuerpo descargué la sartén sobre su pecho con toda la fuerza de mis manos que, por otra parte, no era demasiada. Héctor soltó un aullido de dolor, pero no se detuvo. En cambio, siendo fiel a su naturaleza barbárica, me arrancó la sartén de las manos de muy malos modos y la lanzó al otro lado de la estancia como si de un frisbee se tratara.
“Mierda”, maldije en mi fuero interno. Pero no contaba con que mi peludo salvador no había quedado todavía fuera de juego. Demostrándome una vez más que podía confiarle mi vida, Quemado saltó sobre Héctor y le dio un muy poco amistoso mordisco en sus posaderas.
Casi fui incapaz de reprimir la carcajada que se formó en mi garganta al contemplar aquella escena tan cómica. Héctor comenzó a moverse frenéticamente, tratando por todos los medios de quitarse al perro de encima, pero éste se había aferrado con fuerza a su ropa, demostrándole que los pequeñajos pueden ser más matones que los gigantes norteños.
— ¡Suéltame, maldito chucho pulgoso! — gritó el rubio con todas sus fuerzas. Pero el pobre Quemado no pudo aguantar por mucho más tiempo los ataques de aquel depravado, que consiguió quitárselo de encima y, no contento con ello, lo arrastró hasta el baño donde lo encerró sin más miramientos.
— ¡Serás cabrón! — grité totalmente fuera de mí al tiempo que iba tras él y comenzaba a pegarle puñetazos en la espalda como si la vida me fuera en ello — ¡Deja salir a mi perro ahora mismo!
— ¡Y una mierda! — repuso, antes de darse la vuelta para encararme y agarrarme los brazos con sus manos de hierro — Seguro que con el pelirrojo no ha sido tan desagradable, ¿verdad? — añadió, destilando veneno con cada una de sus palabras.
— ¡Al menos el pelirrojo no ha tratado de violarme, maldito bastardo desgraciado! ¡Suéltame y lárgate de esta casa de una vez por todas!
Pareció sopesar mis palabras durante unos segundos para después tomar una firme decisión… Sólo que dicha decisión resultó ser nefasta para mí, y en consecuencia también para la libertad de mi perro.
Sin previo aviso, se inclinó sobre mí, me rodeó la cintura con un férreo y inquebrantable agarre y me echó sobre su espalda cual saco de patatas.
— ¡Héctor! — grité a pleno pulmón, siendo vagamente consciente de que en aquellos momentos me parecía a Brad Pitt en una de las escenas cumbre de Troya — ¡Bájame ahora mismo! ¡Esto es un secuestro! ¡Irás a la cárcel por ello!
Sin hacer ningún caso de mis palabras, el gigante rubio echó a andar en dirección a las escaleras conmigo como “pasajera”. Viendo la que se me venía encima, comencé a machacarle la espalda a puñetazo limpio. Por supuesto, eso no pareció afectarle ni un ápice. La fortaleza física de ese cabrón estaba empezando a cabrearme.
— No te mataría ser un poco más amable conmigo, ¿sabes? — sugirió, cuando ya habíamos llegado a la primera planta. Entró a mi habitación como si ésta le perteneciera y me echó sobre la cama, de nuevo tratándome como si fuera una carga pesada de la que quisiera deshacerse.
— You have to be fucking kidding me, asshole! — exclamé, al tiempo que trataba inútilmente de levantarme de la cama. El muy desgraciado se sentó a horcajadas sobre mis caderas y me apresó las muñecas con una de sus enormes manazas — LET ME GO, MOTHERFUCKER!!!
En vez de eso, comenzó a restregarse contra mi cuerpo como si fuera una babosa en celo. Cuando creí que la situación no podía ir a peor, el muy cabritillo se inclinó sobre mi cuerpo, dejando caer su larga melena rubia sobre mí, y acercó peligrosamente sus labios a mi cuello, para luego hacerlos descender por mi clavícula hasta llegar a uno de mis pechos, al que, contra todo pronóstico, le dio un mordisco juguetón.
Una descarga eléctrica sacudió todo mi cuerpo alterando mi sistema nervioso desde mi cuero cabelludo hasta las puntas de los dedos de mis pies. What was it? ¿Había sido capaz de disfrutar de aquel contacto tan íntimo como sucio? ¿Qué narices me estaba pasando?
— Héctor — comencé a decir con voz calmada, en un intento por apelar a la poca cordura que le quedaba —, por favor, detente. ¿No podríamos hablar esto con más tranquilidad? Esto es…
— Sunny, cariño, la experiencia me ha enseñado que tratar de razonar contigo no sirve para nada — me interrumpió, haciendo especial énfasis en la palabra “cariño”, que pronunció con profundo desdén.
Acto seguido, se quitó la chaqueta de cuero con la mano libre y la lanzó con vehemencia a los pies de la cama. Tragué saliva con fuerza. Estaba haciéndolo. Estaba empezando a desnudarse. Y muy pronto haría lo mismo conmigo…
Cerré los ojos, tratando de imaginar que no estaba en ese lugar, con Héctor desnudándose sobre mí y forzándome a que me acostara con él. El rubio, mostrando un mínimo de inteligencia y sensibilidad, detuvo sus movimientos momentáneamente y comenzó a acariciarme con inusitada delicadeza la mejilla derecha.
— Sun, no voy a hacerte ningún daño — afirmó con voz dulce —. Pero no puedo evitar desearte con toda mi alma.
Abrí los ojos de golpe, sintiendo que sus palabras atravesaban mi espíritu y quedaban ancladas en mi pecho. Héctor era el hombre más impulsivo, cavernícola, barbárico y vikingo que había conocido en mi vida, pero no era un violador desalmado. No era capaz de hacer daño ni a una mosca, a no ser que aquella mosca fuera pelirroja y se llamara Max.
Clavé mis ojos en los suyos, que me contemplaban con una intensidad desbordante. No había en ellos ira, odio o lujuria oscura y sin fundamento. Sólo vi en ellos una profunda adoración que me dejó sin aliento.
Acercó su rostro al mío y unió nuestros labios en un beso hambriento y delicado a un tiempo. En esta ocasión no le rechacé, me dejé llevar. Me dejé querer.
Héctor soltó por fin mis muñecas, dejándome así más libertad de movimientos. Sus manos fueron a parar a mis pechos, que comenzó a acariciar por encima de la tela de mi camiseta. No pude evitar entrelazar los dedos en su melena rubia, que siempre me había resultado sumamente fascinante. Rodeé su cintura con mis piernas sin dejar de responder a sus besos con fuerzas renovadas.
Haciendo gala de su naturaleza impulsiva y apasionada una vez más, me rasgó la camiseta hasta hacerla girones. Solté un gritito de protesta, pues aquella era una de mis prendas favoritas, pero él pareció pasar aquel detalle por alto pues a continuación hizo lo propio con mi sujetador.
Llevé mis manos a su cintura y las introduje por debajo de su camiseta para poder acariciarle la piel, pero sin atreverme todavía a quitarle la ropa. Yo no era ni de lejos tan impulsiva y segura de mí misma como él. El rubio esbozó una dulce sonrisa mientras apretaba mis manos con las suyas, instándome a que siguiera acariciándolo. Nunca había visto aquella mirada en los ojos de Héctor, llena de cariño y ternura. Jamás pensé que un hombre como él pudiera llegar a albergar esa clase de sentimientos hacia mí, era halagador y al mismo tiempo desconcertante.
Volvió a besarme, esta vez de forma más calmada y delicada. Sus manos, que parecían estar en todas partes al mismo tiempo, se dirigieron ahora a la cremallera de mis vaqueros y se aprestaron a bajarla. Mi cuerpo se tensó de forma instantánea. Aquello iba en serio y ya no había vuelta atrás.
Mis vaqueros fueron a parar junto a su chaqueta de cuero, al igual que mis zapatillas y mis calcetines. Cerré los ojos con fuerza, incapaz de sentirme observada por un hombre mientras estaba medio desnuda. Héctor, tratando de hacerme olvidar para siempre mi monjil pudor, introdujo su mano derecha por debajo de la tela de mis braguitas y comenzó a acariciarme tiernamente.
Apenas pude contener el gemido de placer que se formó en mi garganta. Sus expertos dedos eran cada vez más diestros y rápidos, haciendo que me perdiera en los abismos del placer más sublime en pocos minutos. Con una sonrisa satisfecha, se quitó la camiseta mientras recorría mi cuerpo desnudo con una mirada lujuriosa. Una parte de mí, y no una parte pequeña, deseaba que se quitara los pantalones cuanto antes y me hiciera mujer de una vez por todas, pero la otra… La otra seguía siendo una muchacha miedosa y pueril que seguía sin sentirse segura en la presencia de nadie. Y mucho menos aún en los brazos de un hombre.
Como si hubiera leído mis pensamientos, el rubio se desabrochó los pantalones de cuero dejándome ver su más que ajustada ropa interior: unos bóxers rojos que marcaban hasta el último centímetro de su paquete. Se me cortó la respiración de golpe.
El rubio clavó su mirada viciosa en mis pechos y comenzó a relamerse mientras que sus manos se deshacían de la ropa que le quedaba sobre el cuerpo. Cuando hubo terminado, y sin dejar de comerme con los ojos, tomó una de mis manos con firmeza y la dirigió a su sexo palpitante. Durante los primeros segundos me morí de la vergüenza, pero después aquella extraña sensación que me producía el poder controlar su placer con mis manos me resultó deliciosa. Me hizo sentirme tremendamente poderosa.
Sus gemidos se sucedían al tiempo que sus manos me acariciaban y pellizcaban los pechos. Aquella situación era indescriptiblemente explosiva. Sin embargo, y como era de esperar, Héctor quería mucho más.
— Túmbate de espaldas — me pidió, mientras él buscaba algo en uno de los bolsillos de su chaqueta. Hice lo que me pedía sin demasiada convicción, pues de sobra sabía qué iba a pasar a continuación.
Sacó un preservativo y se lo puso sin más dilación. El corazón me latía frenético contra mi pecho. Iba a hacerlo de verdad. Iba a acostarme con Héctor.
El rubio me separó los muslos con delicadeza, para después colocarse suavemente entre ellos. Cada roce de su piel con la mía hacía que me estremeciera de placer. Sus ojos buscaron entonces los míos con desesperación, como pidiéndome permiso para lo que estaba a punto de hacer. Yo asentí con la cabeza al tiempo que me preparaba mentalmente para uno de los acontecimientos más importantes de mi vida.
Sus labios fueron a parar a los míos medio segundo antes de que me penetrara por primera vez de forma lenta y considerada. Se me escapó un gritito por la impresión, cosa que le hizo soltar a Héctor una suave carcajada. Rodeé su cintura con mis piernas, deseando intensificar nuestro contacto, mientras que él enterraba sus manazas en mi pelo.
El vaivén de nuestros cuerpos en aquella daza sensual era demasiado explosiva para poder soportarla sin caer rendida al delirio más delicioso. Héctor no dejaba de acariciarme por todas partes mientras sus movimientos se iban haciendo cada vez más certeros y acompasados. Sentía que mi cuerpo se estremecía con cada roce de su piel o su lengua… Era una sensación eléctrica que sacudía mi cuerpo por entero.
Mi cuerpo se tensó unos segundos antes de llegar al clímax. Unos momentos después, Héctor hizo lo propio y se “derrumbó” a mi lado entre exhausto y saciado. Me acurruqué entre sus brazos, formando un ovillo con mi cuerpo para protegerme del frío. El rubio comenzó a acariciarme dulcemente la espalda, al tiempo que iba dejando un suave reguero de besos por mi pelo. Morfeo no tardó en hacernos una visita, envolviéndonos a ambos en sus amorosos brazos oníricos…
Madre mia!!! Me encantó!!! Mira que no volví a leer esta historia por falta de tiempo y porque creo que Sun.. no volvió a subir más o porque no escribía muchos capítulos seguidos!!! Y me encantaban todos los personajes!!! Así que me encanta este relato. Ya quiero el siguiente, si es que lo hay =) un buen trabajo athenea!!!Lo haces genial, todo. Tu forma de expresar todo =) Un beso enorme!!
ResponderEliminarHolaaaaa!!! Bueno, no ha sido tan horrible o traumante como me había imaginado XDD Aunque he tenido una leve sensación de deja vú al leer la primera vez de Sun con Héctor, me ha recordado mucho a la primera vez de Vick y leo y a la primera vez de Anna y Rob. Aun así yo sigo haciendo incapié en lo de siempre, ha sido genial y tal pero las primeras veces nunca son así y lo más importante... ¿¡¿¡Donde está la sangre!?!?! XDD Parece una tontería pero es very important XDD si no hay sangre no son virgenes, no valen XD
ResponderEliminarAun así el relato ha estado muy bien, no sabía que lo contaría desde ambas partes y eso me ha gustado, también la actuación de Quemado, pobrecillo. Se ha quedado todo elpolvo encerrado en el baño XDD
Mis felicitaciones por una colaboración tan buena, puesto que has logrado que reconozca a los personajes de Sun muy bien y eso no lo hace cualquiera y espero leer más cosillas, ya sean tuyas o de Sunny, (u otras colaboraciones XD). Un besote muy grande y dedo para arriba!! =P O como dirías tu...
¡¡¡Wowowowowow!!!
Jajajaja Esther siempre pidiendo sangre!! Estoy de acuerdo, bastante parecido a otras primeras veces narradas por Athenea, pero eso no lo hace peor para nada, no crees?? A mi me encanta igual igual!!
EliminarY en cuanto a lo de la sangre... no es verdad que las virgenes sangren siempre, así que puede que Sun no manche las sábanas de sangre...
Guao!! Increíble... Según iba leyendo mis sentimientos hacia Hector cambiaban. Iba a comentarte que era un asqueroso cabrón, que el hecho de estar enamorado de Sun no le bada derecho a atacarla así como así, porque lo que quería realmente era violarla, así tal cual, violarla. Y que sun, mojigata como siempre, no es capaz de hacer lo unico normal, llamar a la policía. Al final resulta que no es una violación, porqeu ella está conforme, de hecho hasta lo desea, y lo bien que has narrado la última parte del relato ha borrado todo lo anterior de mi mente, es un capitulo estupendo con un final sencillamente perfecto... Un buen trabajo, Athenea, en serio, enhorabuena y gracias por dejarnos leerlo!!!
ResponderEliminarNo, si a mi me ha gustado y está genial pero falta sangre... Ya sabéis que soy peor que un dios azteca XDD Y bueno, la mayoría de las mujeres sangran, es lo malo de tener ímen y tal XDD No quiero que la cama y el techo estén impregnados de sangre pero un poquito en las sábanas y en las zonas no estaría de más XD
EliminarAun así sí, me gusta, me gusta la forma de escribir de Athenea, me gustan los personajes de Sun, me gusta la fusión de escritoras y sobre todo me gusta Héctor!!! XD
Me he quedado sin palabras.
ResponderEliminarEn primer lugar, te he visto un fallo, creo que había una palabra de más, pero ahora mismo no lo encuentro, me he quedado en estado de shock con la última parte.
Después, Héctor es un orangután, muy mono y todo eso, pero un orangután salido. Yo sabía que no iba a violarla, él no sería capaz de eso, pero me quede con la "duda" por si pasaba de verdad, pero al final resulta todo un caballero xD He muerto con la parte que mira al perro y el le dice con los ojos que como "la toque, es heavy muerto" xD Entre tanto es un puto bestia. xD
Y por último comentarte que Sunny es un poco, mojigata y tonta, mira que pensar que Héctor le haría daño xD Es para matarla, me ha gustado mucho como se ha comportado, a sido una verdadera escena cómica, pero sinceramente, ¿por qué coge la sarten? xD ¿No sabe que Héctor está hecho de piedra?
Me ha gustado mucho también el cambio repentino que da cuando se da cuenta de que él la quiere y de que nunca le haría daño ^^
Un trabajo magnifico, espero alguna otra cosa, tanto tuya como de Sunny ^^ =D
Aw dios mio, he estado en tensión la mayor parte del relato.
ResponderEliminarSuspiré cuando por fin se dio cuenta de que él no le haría daño. Ya era hora mujer jaja :)
Ha estado genial el relato, realmente invita a leerlo,querida ;)
¡Un beso!
Zagala tienes un problema serio ya te lo vengo diciendo de hace tiempo. Como te descuides vas a terminar usando fustas de caballos y ropas de cuero además de ese balancin tan cómodo pa darle como los columpios jjajaja. Me ha molado más cuando habla Sun in english y todos esos motherfucker jjajaja y la paliza que le pega antes de sucumbir a sus encantos de Lannister Z.
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