Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

domingo, 4 de marzo de 2012

Lazos de sangre

Buenas noches, chic@s. Hoy os traigo un relato nuevo (¡por fin!) que espero que os guste e impacte (El final sobre todo XDD). Debo decir que en los últimos días andaba escasa de inspiración (el último capítulo de FFR es prueba de ello porque debo reconocer que me ha quedado una auténtica chapuza), pero hoy he visto por fin la luz al final del túnel. Este relato, y sin que sirva de precedentes, ha comenzado a hilarse en mi cabeza a partir de un anuncio de perfumes de Yves Saint Laurent (qué pija me estoy volviendo, jajajajaja XDDDD), o más bien de una de las escenas. Luego, conforme he ido escribiendo, la música de Queen me ha ido guiando hacia caminos más macarras y el perpetuo recuerdo de la peli El pacto de los lobos que vi hace poco y me fascinó (creo que ya lo dije en otra entrada, me repito más que el alioli XDDD) ha hecho que tomé prestado sutilmente un rasgo de su trama argumental... Retorciéndolo un poco... Wowowowowow. En fin, que no me enrollo más y que espero subir pronto más cositas de calidad, chic@s. Espero que os esté yendo todo bien y también espero poder pasarme por vuestros blogs con más asiduidad. ¡Un besito! 




Hacía unos minutos que el reloj de la catedral había dado las doce. Como siempre, llegaba tarde, aunque algo le decía que Elisabetta tampoco se enfadaría con él en esta ocasión. Estaba ya demasiado acostumbrada a su impuntualidad, tan inherente a su naturaleza que casi no se podía considerar como un defecto, sino como un rasgo más que conformaba su intrincada alma.
           
Atravesó la puerta del local como una exhalación, atropellando en el proceso a una ancianita ataviada con un arsenal de joyas. La vieja le lanzó una mirada fulminante que en modo alguno disipó su afán por alcanzar la sala de recepciones en un tiempo récord, pero que sin duda lo instó a calmar en parte su frenética agitación.
           
Subió las escaleras de dos en dos, agradeciendo mentalmente que no hubiera mucha gente circulando por ellas a esas horas de la noche. El delicado y armonioso quejido producido por los violines penetraba a través de los vetustos muros, instándole a incrementar la marcha, pero se refrenó a tiempo de provocar otro accidente similar al anterior. Tenía que demostrarle a su Elizabetta, aunque no fuera cierto, que era un caballero de modales impecables.
           
Las interminables escaleras de caracol finalmente lo condujeron a la última planta del local, donde el pequeño concerto que se celebraba cada viernes por la noche estaba teniendo lugar. El muchacho que se encontraba junto a la puerta, controlando que ningún listillo sin entrada se colara en el recital, lo saludó con una amistosa inclinación de cabeza y le indicó con un gesto cuál era su asiento. Él asintió y le dio al muchacho una generosa propina por su fingida amabilidad, antes de alzar su mirada azul hacia el centro del pequeño escenario, donde su ángel brillaba con luz propia interpretando una bella balada que ella misma había compuesto la semana anterior.

La azafranada luz de las velas arrancaba sutiles reflejos dorados a la blanquecina piel de la muchacha, mientras que ella hacía lo propio con las cuerdas del violín, consiguiendo una afrutada melodía que embriagaba los sentidos de todo el público asistente, pero los de él en particular.  
           
Elisabetta sonrió complacida ante su atenta mirada. No se perdía ni uno solo de los movimientos de sus virtuosos dedos. Unos años atrás, cuando se le concedió por primera vez el honor de participar en un concierto como solista, aquellos anhelantes ojos azules posados sobre ella habían conseguido ponerla nerviosa durante unos segundos. Entonces era todavía una niña joven e inexperta que quería deslumbrarlo con su talento, pero la experiencia le había enseñado que no le hacía falta ningún violín para fascinar a ese hombre…
           
Se permitió dirigir una única mirada en su dirección para no perder demasiado la concentración. Misha no era la clásica belleza masculina, ni mucho menos. De hecho, si te fijabas únicamente en su físico, distaba mucho de ser hombre perfecto. Su prominente nariz aguileña y las bolsas que el paso del tiempo había formado bajo sus ojos le restaban gran parte de su tractivo que, sin embargo, se veía reforzado por su azul mirada y mandíbula ancha. No se trataba de un hombre fornido, sino que era más bien delgado y atlético, con una altura considerable que reafirmaba el aura intimidante y oscura que lo caracterizaba. Incluso su común cabello castaño le resultaba irresistible…
           
Mierda. Se había desconcentrado. Apartó rápidamente la mirada de su rostro y se centró de nuevo en la pieza musical. Se había confundido de nota en dos ocasiones y, aunque el resto de la sala no parecía haberlo advertido, él lo había hecho. Mierda. Toda la semana preparando aquella actuación para él y… Claro que la culpa era suya por haber llegado tarde… Como siempre.
           
“¡Céntrate o te confundirás otra vez!”, se riñó a sí misma. Pero aquello era más fácil decirlo que hacerlo. Ese hombre tenía sus sentidos totalmente subyugados. No importaba la diferencia de edad, no importaba que él no fuera perfecto, no importaba que ellos en realidad fueran…
           
— ¡Magnífico, Elisabetta! ¡Magnífico, querida! — la felicitó entusiasmada madame Christine cuando hubo terminado la actuación, subrayando las erres con su delicioso acento francés.
           
Merci beaucoup, madame — replicó la muchacha con una forzada sonrisa, tratando de hacerse camino entre el gentío de admiradores que la rodeaban para poder llegar hasta él.
           
Se quedó sin aliento cuando quedó frente a aquel hombre ataviado de negro de pies a cabeza. A pesar de que la mayor parte del tiempo Misha se empeñaba en mantener el estilismo desaliñado que lo caracterizaba, la noche de los viernes se ponía siempre sus mejores galas, como si supiera que con esa sencilla acción la tenía totalmente rendida a sus pies. Aquella noche incluso se había afeitado, gesto que parecía indicar sus deseos de que aquella velada terminara de una manera especialmente satisfactoria para ambos…
           
Dobry vecher, preciosa — la saludó, esbozando una de sus ladinas sonrisas, que tan nerviosa la ponían siempre, a pesar de que llevaban juntos más de media vida… Mucho más.
           
— Me he equivocado en dos notas — soltó ella abruptamente, sintiendo que le temblaban las piernas. Él era el único con el que se permitía sentirse vulnerable.
           
— Nadie lo ha notado.
           
— Tú sí.
           
Misha la atravesó con su glacial mirada antes de rodearla por la cintura con sus brazos. Su elevada altura la hizo sentirse de nuevo como una niña atrapada entre las “fauces” de su hermano. Su hermano. Hacía tantos años que no utilizaba esa palabra para referirse a él…
           
— ¿Por qué no nos vamos a casa, eh? — susurró él contra su cuello, haciéndole cosquillas con la punta de la nariz… Arrancándole escalofríos debido al contacto con su cálido aliento… — Tengo el remedio perfecto para que recuperes el buen humor…
           
Elisabetta estalló en una sonora carcajada por la desvergüenza de la que Misha hacía siempre gala en los momentos y lugares más inoportunos. Varias personas, entre ellas su incondicional admiradora madame Christine, se giraron en su dirección para mirarlos con abierta desaprobación.

“Los viejos”, pensó Misha, “siempre miran mal a los jóvenes que se divierten haciendo cosas que ellos en sus años mozos no pudieron hacer por vergüenza o imposiciones sociales”. Ése, sin embargo, nunca había sido un problema para él. Hacía tiempo ya que había eliminado el único obstáculo que se interponía entre él y su felicidad. Y aunque para otros aquello pudiera ser considerado como una atrocidad, él no se arrepentía lo más mínimo de sus acciones pasadas.
           
— Sí, Misha, vámonos a casa — replicó ella con una dulce sonrisa, echándole los brazos al cuello. La casa que sus padres con tanto esfuerzo habían construido y que ellos a su muerte habían heredado… 

5 comentarios:

  1. Vaya, es alucinante, no se si creer que ha matado a sus padres para poder estar con ella, o algo por el estilo, me parece increíble, nunca pensé que serían lo que son (no es plan de dar detalles) creí que sería su padre o algo por el estilo, pero no me a defraudado, al contrario, estoy segura de que si se conocen de toda la vida xDDD
    Espero y deseo una segunda parte, quiero ver que pasa con esta parejita ^^

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  2. Tus relatos son siempre tan originales que me pregunto siempre cómo pueden existir tantas ideas en una cabeza. XD Me ha gustado mucho la escena del chico escuchando y mirando a Elisabetta, me lo he imaginado a la perfección y poder transmitirlo bien es muy difícil.
    Y lo de que al final son hermanos y mataron a sus padres... como dirías tú, wowowowowow. No me lo esperaba para nada. Qué malotes. x)
    Total, que me ha gustado mucho. ¡Un beso!

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  3. Yo había pensado que eran primero novios y después aprendiz y maestro. Menuda vuelta de tuerca querida jjajaja.

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  4. No habia leido este relato! Pero siempre es un placer volver a la lectura de tu blog :) Son hermanos y amantes, son vampiros y les da igual lo que el resto crea, y sus padres murieron de viejos, eso es li que yo me he imaginado jajaja. No has podido evitar el ruso, eh? Me ha encantado, y me gustaría leer una continuación...

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  5. No habia leido este relato! Pero siempre es un placer volver a la lectura de tu blog :) Son hermanos y amantes, son vampiros y les da igual lo que el resto crea, y sus padres murieron de viejos, eso es li que yo me he imaginado jajaja. No has podido evitar el ruso, eh? Me ha encantado, y me gustaría leer una continuación...

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