PD. Espero poder subir algún relato o reseña a este blog en breve. Perdón por la tardanza.
JAMES
Un hombre vestido con una larga
túnica color gris atravesó la entrada de la sala del trono y avanzó
silenciosamente hacia el fondo de la sala donde se encontraba el trono del
Norte. A intervalos se manoseaba su larga barba blanca y entrecerraba los ojos mirando
hacia las sombras que danzaban entre la decoración de los techos y los pilares.
Las velas estaban casi consumidas del todo y la luz que proyectaban era débil y
enfermiza. Al mago no le gustaba aquello pero el gran Ciro había dado órdenes
de que en su ausencia, siguieran las órdenes del príncipe. La sala era amplia y
cavernosa. Al mago le pareció cavernosa como todas las estancias de aquel
maldito castillo. Aquel frío y asqueroso castillo. Incluso allí dentro podía
escucharse el sonar de las campanas de todos los rincones de la ciudad.
Llevaban todo el día tocando y parecía que no iban a parar nunca. El trono
estaba vacío aunque aun se notaba la presencia del difunto rey. Impregnaba las
paredes, las sombras, las llamas de las velas. Un mal presentimiento surgió en
la mente del mago. James dijo que lo estaría aguardando.
- ¿Príncipe James?
Su voz saltó de un rincón a otro
empujada por un eco invisible. Aquello no le gustaba nada.
- Os estaba esperando.
La voz surgió de detrás del
trono. Detrás aun continuaba la sala hasta un gran ventanal porticado. El
príncipe se encontraba junto a la salida contemplando el horizonte.
- ¿Tenéis nuevas para mí, maestro
Adrian?
El mago tomó aire.
- Los soldados se han movido muy
deprisa, mi señor. Han llevado a las mazmorras a las mujeres y los niños y quienes se han resistido…
- Perfecto. Cuantos más se
resistan mejor.
- Los que tenían el don…
- ¿Han escapado?
- Algunos.
Por primera vez Adrian sonrió.
Sonrió con malicia. Él y sus compañeros habían estado asesinando a todos los
miembros de la nobleza que poseían el don de la magia. Un don tan frío como el
clima del norte pero aun así un don que ellos podían aprovechar.
- Sea, entonces. Lo que
necesitamos ahora es ocuparnos de la nobleza. Haz que el pueblo se reúna ante
la entrada del castillo. Que venga también de los alrededores y poblaciones
cercanas.
- Bien, mi señor.
- ¿Qué hay de lord Eustace?
- Lo tenemos, mi señor.
Otro mago, vestido de gris como
el anterior, atravesaba la sala con pasos enérgicos.
- ¿En serio?
- No ha sido difícil. Bajó la
guardia y fue a su palacio. Fue allí dónde lo aturdimos.
- Impresionante, Luca.
- Mi señor.
- ¿Dónde está?
- He dado orden de que lo lleven
a las mazmorras, mi señor. No hay riesgo de que pueda huir.
- Pero sin duda algunos de esos
nobles que han podido escapar intentará rescatarlo. También a Lucrecia. No
podemos permitir que alguien nos estropeé el plan.
- Haré que los encierren juntos
y sellaré yo mismo la puerta.
James hizo un gesto y Luca dio
media vuelta alejándose de ellos. Adrian se quedó a solas con el joven
príncipe. Desde niño siempre había sido guapo, eran aquellos ojos azules los
que cautivaban a las mujeres, parecían tan sinceros… Claro que aquello formaba
parte de su encanto. James era bondadoso cuando quería pero cuando no… Su padre
lo sabía demasiado bien.
- Manda que callen las campanas – ordenó en
tono cortante -. Estoy hasta los huevos de ellas. Mejor, derríbalas.
- Si, alteza.
- Estaré en mis aposentos –
añadió James mientras caminaba hacia la salida -. No quiero que se me moleste
por ningún motivo hasta que sea la hora de comenzar.
- Como digáis, alteza.
Había escogido como dormitorio
una de las habitaciones del tercer piso que daban hacia la ciudad. Prefería
tener la entrada del castillo bien a la vista donde podría ver al populacho con
el miedo en el cuerpo. Por fin las campanas habían cesado su martilleo y solo
se escuchaba el silencio. La alcoba estaba destinada a las visitas de parientes
o invitados de alta alcurnia como había sucedido con él, solo que en lugar de
enviarlo tan arriba, el rey Henry había dispuesto que su dormitorio estuviera
en el mismo pasillo que el de su alteza. James sonrió cínico. El bueno del rey
estaba muy agradecido de que salvara la vida, por no decir la virtud, de la
hija de su difunto hermano. James había salvado la vida de la princesa Blanca.
- ¿Disfrutando de un rato a
solas, James?
El príncipe se volvió
sobresaltado llevando una mano al puñal que llevaba al cinto, en el costado
izquierdo. Junto a la pared se encontraba una joven de no más de veinte años.
Vestía enteramente de blanco, sus manos estaban enguantadas con elegantes
guantes de cuero teñido, su capa no dejaba nada a la vista. James nunca había
visto mujeres más hermosas al norte de Rivera Dorada con excepción de la princesa
Lucrecia pero su prima era aun más bella. Tenía el pelo negro como el ébano,
labios rojos, siempre rojos como las fresas y su rostro siempre parecía estar
iluminado por una luz propia. Sus ojos eran azul cristalino, tan hermosos que
no había zafiro en el mundo que pudiera superarlos. Pero su gran belleza solo
era comparable con su ambición.
Ella le miraba sonriente. Estaba
disfrutando con el respingo que había dado.
- ¿Por dónde has entrado? –
preguntó enfadado por haberse visto sorprendido.
Ella sonrió como una niña que
guardaba un secreto.
- Eso es cosa mía.
- Dímelo, Blanca.
- Este castillo tiene muchos
túneles y pasadizos secretos. Los conozco todos. Por eso puedo moverme a mi
antojo.
- Es de mala educación tener
secretos para tu príncipe – respondió él cambiando de actitud y sentándose en
el alféizar de la ventana.
- Entonces perdonadme príncipe
mío. He venido para hablar con vos – ella fue a sentarse en una silla de ricos
grabados -. Sé que ya tienes a lord Eustace en tu poder. Espero que la lista
que te ofrecí anoche te sirviera de ayuda.
- Lo ha sido.
- ¿Cuándo mataras a Lucrecia?
- Primero hemos de celebrar un
juicio. El pueblo tiene que quedar convencido de que tu preciosa prima intentó
asesinarme y acabó con la vida de su regio padre.
- ¿Y mientras tanto? El pueblo
no es tonto. Saben que algo va mal. Han visto cómo tus hombres, tus soldados,
arrestaban en sus casas a los miembros de la realeza. Algunos señalados por mí.
- Al pueblo lo que le gustan son
las conspiraciones palaciegas y las ejecuciones. Pondremos en marcha a lo largo
de la tarde unas cuantas.
- Para regodeo general –
respondió ella con un escalofrío -. Supongo que yo no podré estar presente. La
gente hablaría como está mandado.
- ¿Has tenido algún
contratiempo?
- Todos los sirvientes leales a
mi tío creen que estoy prisionera en mis aposentos. Mi nodriza de toda la vida
vio cómo dos de tus hombres me arrastraban y encerraban bajo llave. Creen que
soy tu rehén, al igual que mi prima.
- Debería haberte enviado a una
de las celdas.
- ¿Y estropear mi precioso
cabello? Eso para Lucrecia. He oído decir que llora día y noche y jura que va a
matarte. Seguro que para cuando la saques habrá muerto de frío, acurrucada en
un rincón con sus lágrimas congeladas en sus preciosas mejillas.
Ambos rieron la ocurrencia.
- ¿Por dónde has entrado?
Deberías decírmelo Blanca. Si hay un pasadizo en mi dormitorio me gustaría
saberlo.
- No seas asustadizo James.
Nadie vendrá con un cuchillo a matarte. Antes de llegar aquí tus enemigos se
perderían, es todo un laberinto allí abajo. Por suerte, yo conozco muy bien el
recorrido.
- Eres una arpía.
- Y tú un príncipe muy tonto.
Esa tarde bajó por primera vez a
las mazmorras del castillo. Las mazmorras eran un lugar frío y oscuro sólo
iluminado por hileras de antorchas que escaseaban a medida que la comitiva se
adentraba en el interior de aquel oscuro agujero. Las celdas del norte eran
crueles, sus suelos de piedra basta y agrietada por donde aparecían ratas, sus
cadenas siempre estaban tintineando, eran una forma de corromper la fortaleza
de los prisioneros más fieros. Normalmente, como le había explicado el rey, las
celdas del fondo nunca se usaban salvo cuando había un peligro, que el criminal
fuera extremadamente peligroso y necesitase una vigilancia permanente, a ese
tipo de criminales estaban destinados las celdas sin ventanas, ocultas en
intrincados corredores y horadadas en la roca. Se dejaba al reo sumido en una
profunda oscuridad y solo se le dejaba comida y agua una vez al día hasta el
día de su juicio. James había ordenado llevar a sus prisioneros a esas celdas.
Siglos antes, durante las grandes guerras entre el norte, el sur, el este y el
oeste, las celdas habían albergado a soldados sureños capturados por los reyes
de entonces y confinados en la oscuridad. Desde niño, James había escuchado las
horrendas historias de los más ancianos que decían que en el norte los soldados
se volvían locos por ver algo de luz, que cuando eran liberados se quedaban
ciegos para toda la vida después de salir del siniestro agujero, que los
guardias los encontraban muertos de miedo y con el cabello blanco. Decían que
había cientos de miles de espíritus vagando a ciegas por los corredores y que
sus aullidos de angustia se escuchaban en las noches más frías.
James caminaba protegido por su
guardia personal. Docenas de soldados del sur portaban antorchas para iluminar
las mazmorras. Pronto comenzaron a escucharse gritos a su paso, mujeres
llorando que pedían que las soltasen, hombres que blasfemaban, hombres que
gritaban maldiciones y sacaban como podían las manos entre los barrotes para
cogerlos. Eran duramente reprimidos por los soldados.
-¡SUREÑO HIJO DE PUTA! – rugió
una voz a su derecha. James pudo ver un rostro encolerizado, un hombre con
barba entrecana que apretaba la cara entre los barrotes. Lo conocía. Era
Harald, un miembro del consejo del rey. No recordaba su ocupación pero le
habían dicho que era señor de un castillo más al norte.
- Continuemos mi señor – dijo
uno de los guardias -. No es bueno que os quedéis aquí escuchando a este
desgraciado.
- ¡JAMES, PRÍNCIPE DE RIVERA
DORADA, VOY A COMERME TUS HUESOS, TE CLAVARÉ MI ESPADA POR EL CULO DESPUÉS DE
FOLLÁRTELO! – el príncipe no pudo evitar soltar una carcajada -. ¡RÍETE MAMÓN
DE MIERDA! ESO ES LO QUE SABÉIS HACER LOS NIÑOS RICOS DEL SUR. ¡REÍROS! NO TE
REIRÁS TANTO CUANDO TE HABRÁ LA CABEZA Y JUEGUE CON ESA CABEZA TAN VACÍA QUE
TIENES. TE PATEARÉ LOS HUEVOS HASTA QUE TE MUERAS.
- A ese ahorcadlo primero – dijo
el príncipe al soldado que le había hablado mientras seguía caminando. Su
intención era ir al nivel más bajo.
Siguieron las protestas y
gritos. Todos querían saber qué habían hecho para acabar allí. Pertenecían a la
nobleza. Era un ultraje. Había mujeres gritando por la vida de sus hijos.
Mujeres chillonas y enloquecidas que aferraban a sus llorosos y mocosos hijos
entre los brazos.
Fue cuando iban a entrar en el
angosto pasadizo que bajaba a las profundidades cuando escuchó con claridad el
llanto de un bebé. Le irritaban los bebés llorones. La madre, enfundada en una
bata de tela roja acunaba a una niña llorosa entre los brazos. Acurrucados
junto a ella había otros dos niños. Al verle, la mujer se levantó y comenzó a
llamarlo.
- ¡Piedad mi señor, por favor!
Mis hijos no han hecho nada malo. Juro que no han hecho nada. Mi señor abrid la
puerta. Mi esposo podrá explicaros…
- ¡Silencio! – rugió un guardia
mientras daba una patada a la puerta de la celda. La mujer no se acobardó.
- Por favor mi señor. Solo son
niños. Aquí hay niños inocentes. Ellos no tienen la culpa de lo que hayamos
hecho los adultos. Por favor.
- ¿Acaso no sabes con quién
estás hablando? – inquirió James con ganas de divertirse.
- Perdonadme mi señor, os lo
suplico. Pero…
- Sin peros. ¿Qué os aflige
tanto mi señora? Creo que habéis dicho que tenéis hijos.
- Son inocentes de todo mal. Mi
esposo vendrá por ellos. Si solo pudierais dejarlos marchar. En mi casa estarán
a salvo. Os aseguro que no os miento.
- Deja de molestar al príncipe –
ordenó a gritos el mismo soldado que había golpeado la puerta.
- ¡Príncipe James! Por favor
perdonadme. No os había reconocido alteza.
- Suele pasarme tan al norte.
Pero decidme, – prosiguió mientras se acercaba un paso – he dado órdenes
expresas de detener a todo aquel enemigo a la corona. No entiendo si os han
detenido por qué pedís clemencia para vuestros hijos.
- ¡No hemos hecho nada príncipe
James!
- ¿Y quién me lo probará?
- Mi marido es…
- Suficiente – la interrumpió él
-. Tengo asuntos que atender abajo.
- Sois un monstruo – ella había
comenzado a llorar de manera incontrolable -. Permitís que unos niños inocentes
pasen frío y miedo. No saben qué pasa. Mi niña apenas tiene dos años alteza.
¿Qué delito puede haber cometido una criatura?
- Si con tanto afán pedís su
liberación…
- Podéis retenerme. Acusadme de
lo que queráis pero mis hijos son inocentes de toda culpa. Liberadlos mi señor
os lo ruego.
- Abrid la puerta – ordenó el
príncipe. Unos soldados obedecieron al instante. Abrieron y empujaron a los
otros presos que habían permanecido en las sombras. Otro soldado hizo salir a
la mujer y a los niños. Era una mujer delgada y morena que vestía un grueso
batín color escarlata. Su hija hipaba contra su hombro mientras que los dos
niños de unos siete y cinco años le miraban aterrorizados.
- Mi señor, gracias mi señor. Os
estoy altamente agradecida príncipe James.
- No puedo dejar que una madre
amorosa tema por la salud y el bienestar de sus hijos en estas celdas tan
oscuras. Liberad a estos niños mis señores.
La mujer abrió la boca para
agradecer de nuevo pero lo que salió fue un grito de espanto cuando uno de los
soldados agarró a su pequeña mientras que otros dos agarraban a los niños.
Llevaban sus espadas en la mano. Ella siguió gritando mientras las espadas
subían y bajaban tiñéndose de sangre. Todos los presos gritaban aterrorizados.
La sangre comenzó a resbalar entre las grietas de las rocas hasta los pies del
príncipe que se apartó con asco.
- Haced que esa se calle –
ordenó mientras se giraba -. No aguanto sus gritos.
Un soldado había retenido a la
mujer mientras asesinaban a los niños. Sacó un puñal de su cinturón y la
degolló. Su sangre se mezcló con la de los niños haciendo que el charco
aumentase lentamente. Cuando los soldados se llevaron la luz, solo quedó la
muerte y el horror entre las gentes que habían asistido al cruel asesinato de
los hijos y la esposa de Eustace.
Me ha parecido interesante conocer que aparte de James, hay más traidores en la familia real. Por otro lado el asesinato es espeluznante :D.
ResponderEliminarEstoy impaciente esperando el siguiente.
Seguid así chicos :)