Guy de Maupassant, "Le Horle"

"¿Has pensado que sólo ves la cienmilésima parte de lo que existe? Considera, por ejemplo, el viento, que es la más grande de las fuerzas de la naturaleza. Derriba a los hombres, destruye casas, arranca los árboles de raíz, agita los mares formando olas gigantescas que azotan los acantilados y lanza los barcos contra los peñascos. El viento silba, ruge, brama, incluso mata a veces. ¿Lo has visto? Sin embargo, existe" (Guy de Maupassant, "Le Horle")

lunes, 8 de abril de 2013

De vuelta a casa


Este no es mi mejor relato, pero sí uno de los que más rasgos de mi personalidad y experiencia contienen. Lo escribí hace algunas semanas, pero no había tenido tiempo de subirlo hasta ahora. En él encontraréis mi fascinación por uno de mis autores favoritos, mi amor por el Norte y por algunas otras cosas. Espero que todo os esté yendo bien y que disfrutéis del relato.
Pdta. Este relato está dedicado a Aarón. Gracias por darme un motivo para vivir.



“Debería haber cogido Las leyendas de Bécquer antes de salir de casa”, aquél fue el único pensamiento coherente que fui capaz de formular aquella fría mañana de invierno. El viento helado golpeaba mi rostro con un vigor inusitado que traía consigo recuerdos agridulces de mi añorada tierra. Agarré con fuerza las asas de cuero marrón de la maleta para colgármela después al hombro. Pesaba un quintal, y mi espalda resentida no recibió de buen grado aquel peso muerto. Apreté el paso. Si bien mi cuerpo no se encontraba en las condiciones más óptimas para llevar a cabo un viaje tan largo, mi alma impelía a mis pies a continuar la marcha con fuerzas renovadas. Tenía gracia que, después de tres años centrando todos mis empeños en pretender ser una persona que en realidad no era, ahora me viera obligado a regresar a casa con el rabo entre las piernas. No me habían dejado otra opción. Todos aquellos en los que había confiado una vez me habían dado la patada. Todos, incluso ella.
            
Crucé las puertas acristaladas que separaban la calle de la Estación de trenes, sintiendo como un ligero escalofrío recorría mi columna vertebral. Me aferré con más fuerza si cabe a los agarres de la maleta. Iba a hacerlo. Ya no había vuelta atrás. Eché a andar – si bien no con la firmeza y determinación que hubiera deseado – hacia el interior de aquel lúgubre recinto atestado de desconocidos cargados con equipajes y emotivas despedidas. Me dejé caer pesadamente sobre una de las sillas metálicas situadas frente al panel que anunciaba las llegadas y salidas de los trenes. Fue entonces cuando mi piel percibió el brusco cambio de temperatura que había entre el interior y el exterior de la estación. Me desabroché la cremallera de la chupa, sintiendo que me asfixiaba. Paseé la mirada a mi alrededor, buscando un punto de entretenimiento sobre el que fijarla y detener con ello, al menos durante un rato, el incesante flujo de mis pensamientos.
            
Había sentada junto a mí una muchacha de unos dieciocho años, que leía con una atención exacerbada, como si pretendiese adivinar el significado último de cada uno de los términos que aparecían escritos en el libro que sostenía entre sus manos: de cada coma, de cada declamación. Una media sonrisa comenzó a formarse en mis labios cuando, al ojear discretamente por encima de su hombro los versos que tanto parecían haberla cautivado, descubrí de forma inmediata al autor de los mismos.
            
La muchacha volvió su rostro hacia el mío y nuestros ojos se encontraron por vez primera. La forma almendrada de los suyos le daba un aire exótico que quedaba reafirmado por su indómita y llameante cabellera rojiza. Quedé desde ese instante prendado de la singular belleza que irradiaba aquella interminable espiral de rizos caóticos y desordenados. Un suave suspiro brotó de sus labios, quizá al percatarse de que un pobre diablo con pinta de vagabundo recorría su larga melena con una mirada ardiente y enfermiza, que bien podría haber pertenecido a un asesino en serie.
            
Sus ojos se clavaron en mí durante unos breves instantes que a mí se me antojaron horas interminables. Su mirada color chocolate, que tan vívidamente contrastaba con la palidez lechosa de su piel, me estudiaba con curiosidad, como si pudiera descubrir la intrincada naturaleza de mi alma con sólo observar detenidamente hasta la última de las costuras de mis pantalones vaqueros. Alzó la vista de nuevo hacia mi rostro, y pareció quedarse petrificada, contemplando mi barba negra con un anhelo apenas contenido. Levantó su mano derecha hacia mí, como si finalmente se hubiera decidido a tocarme, mas acto seguido la cerró en un puño y volvió a colocarla sobre su regazo. Las rimas resbalaron de su otra mano y cayeron al suelo, abiertas por el poema que hablaba del arpa abandonada por su dueña. Me incliné para devolverle el libro a la muchacha pelirroja, un acto de caballerosidad del todo impropia en un hombre como yo, sin mediar palabra alguna.
            
Sus dedos rozaron ligeramente el dorso de mi mano y un escalofrío de placer atravesó mi alma de parte a parte, dejándome paralizado y extasiado a un tiempo. Crucé las piernas y clavé la mirada en una de mis botas negras. No me atrevía a mirarla, aunque mi corazón golpeaba con fiereza contra mi pecho, sólo con imaginar la posibilidad de tener su bello rostro entre mis manos.
            
— Disculpe, caballero — me interpeló una grave voz femenina a mi izquierda. Desvié el rostro en su dirección y, de nuevo, nuestras miradas se encontraron —. ¿Puedo preguntar adónde se dirige?
            
— A Bilbao — repliqué, la voz saliendo de mis labios, rota e insegura —. Vuelvo a casa.
            
Una dulce sonrisa se dibujó entonces en su semblante. Me quedé mirándola, visiblemente confundido.
            
— Yo también regreso al Norte. Seguramente nos encontremos en el tren.
            
La misma sonrisa coronó ahora mis labios. Por fin un motivo para regresar a casa. 

3 comentarios:

  1. ¡Athenea! :)

    Bien, es cierto lo que dijiste, que no es el mejor de tus relatos. Al menos, en mi opinión. Pero tiene una profundidad casi palpable, y basta un cruce de miradas para encontrar algo a lo que aferrarse cuando uno se queda vacío.
    Y... ¡Bécquer! Indudablemente, él es una ayuda tremenda en momentos de hundimiento. La parte en la que ella se concentra en el libro me recuerda a mi relato "Tarde de otoño". A veces queremos leer para olvidar. :)
    El relato me ha gustado bastante, aunque tal vez si supiera lo que se esconde más allá lo valoraría mucho más. Se ve que tiene un significado escondido... o al menos eso veo yo (que a lo mejor es porque has dicho que es muy personal).

    ¡Vuelve pronto!

    PD: No he podido evitar fijarme en ese "harpa" con hache, mientras que es sin hache. Creo que el inglés harp se te ha colado por ahí, jaja.

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  2. Athenea, qué decir.
    Este relato en concreto me ha parecido muy tierno y personal. No sé, a los personajes se les veía adorables, tanto a él como a ella.
    Me he quedado con ganas de más, la verdad. Se echan de menos tus relatos. (Sobre todo los eróticos), jajajaja. x)

    Un beso.

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  3. Como dicen Laura y Sun este relato se puede tocar. Queda todo muy bien expresado, el sentimiento de perdida, el miedo a equivocarse, el miedo a volver atrás es tremendo. Se echan de menos estos relatos como bien dice Sun. Y aunque digas que no es lo mejor que has escrito yo no estaría tan seguro.

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